A Manuel de Falla le conocemos El amor brujo, La vida breve, Fantasía Bética, El sombrero de tres picos o Noche en los jardines de España. De Falla sabemos que era hipocondríaco -antes de cada concierto, desinfectaba concienzudamente con alcohol cada tecla del piano que iba a tocar-, que era religioso, que su madre de niño le inculcó el solfeo y que su nodriza le insufló las canciones populares y de cuna que le descorcharon la creatividad, la sensibilidad y la intuición como rosas abriéndose en el agua.
De Falla sabemos que miraba con el oído, que era un genio incuestionable, que decía que al destino “no hay que provocarlo”, que su rostro apareció en los billetes de cien pesetas de la década de los setenta. De Falla leímos que nació en Cádiz, que estudió en Madrid, que se enamoró de Granada, que se fue a París rebotado por el desprecio cultural de España y que luego volvió a su tierra a convertirse en uno de los compositores patrios más importantes de todos los tiempos. Fue tan popular, fue tan sofisticado.
De Falla conocemos que en el 31 le escribió a Niceto Alcalá Zamora, presidente de la Segunda República, suplicándole que detuviera el saqueo y la quema de iglesias; y que en el 37, Pemán le presionó para escribir un himno marcial para sus tropas franquistas; y que el régimen le bailó el agua y él rechazó sus regalitos, sus nombramientos y sus connivencias porque le habían matado al alumno, al hermano, al amigo y casi al hijo: Federico García Lorca.
El desgarro por el asesinato del poeta fue una razón medular para exiliarse una vez acabada la Guerra Civil: vivió como un asceta triste, pobre y enfermo en una casita perdida en un monte de Argentina, y eso que Franco le había intentado comprar asegurándole una pensión si volvía a España. Pero él dijo no. No. No.
'Amores brujos': la película
Hace 75 años que se le paró el corazón, a De Falla, y hace cien de su Fantasía Bética, y aún este país le da por supuesto, como a un mueble más del salón en el que ya nadie repara. Para subrayar la luminosidad de su vida y de su legado, arranca ahora el rodaje de Amores Brujos, una película inspirada en su figura -especialmente en sus composiciones más cercanas al flamenco y al cante jondo- que recupera también la fundamental memoria de María Lejárraga, escritora y dramaturga feminista. La presencia, el impulso, la inspiración y los textos de María fueron primordiales en el trabajo de Manuel de Falla, a pesar de que aún hoy sus líneas siguen firmadas con el nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra.
Las directoras del largometraje documental, Rosa Torres-Pardo y Lucía Álvarez, ponen a dialogar al mundo clásico y al flamenco en este proyecto, donde regresan a los orígenes pero buscando nuevos espacios en la creación en la interpretación: habrá que zarandear al duende, ese estado de gracia, esa forma de salir del propio cuerpo en vida, ese fenómeno tan estudiado por Falla y Lorca que dio lugar al Festival de Cante Jondo de 1922. Torres-Pardo, que es pianista, cuenta a este periódico que lleva con esta idea “mucho tiempo en la cabeza”: “He trabajado sobre Granados, Albéniz, el Padre Soler… los aniversarios son la excusa perfecta para hacer lo que hay que hacer, porque si buscas películas sobre Falla no vas a encontrar nada”.
Este olvido lo achacan al “desconocimiento” o al “aburrimiento” que a veces generan los artistas de música clásica: “Sí, Falla aprendió en el conservatorio y era músico clásico, pero su trabajo está basada también en la música popular y en el flamenco, aunque después hiciese otras músicas neoclásicas y contemporáneas. En este proyecto hemos reunido a profesionales del flamenco, de la danza clásica, la española y la flamenca, a bailaores, cantaores, cantantes líricos e instrumentalistas, es una especie de reunión de todas las artes para mostrar al mejor Falla posible”.
Sin duda, el reparto es de excepción: el guionista José Ramón Fernández -con colaboración de Luis García Montero-, el bailarín Antonio Gades, las cantantes Teresa Berganza, Carmen París o Rocío Márqeuz, el guitarrista Cañizares, la bailaora Patricia Guerrero, el bailarín Sergio Bernal, el actor Jesús Barranco, la violinista Ana María Valderrama, el chelista Adolfo Gutiérrez Arenas o el cantaor Israel Fernández, entre otros y otras.
A la sombra del marido
La actriz Lucía Álvarez, además de directora, será María Lejárraga: “En las partituras en las que trabajamos vimos que seguían siendo firmadas por Gregorio, su esposo: no puede ser que en pleno siglo XXI tengamos que estar recordando que las mujeres también podemos hacer cosas, que tenemos talento y conocimientos. Luego descubrimos que fuera de España firmaban los dos, pero aquí sigue firmando Gregorio”, explica.
“Rosa hizo una cosa muy bonita: trabajábamos con su legado en el Instituto Cervantes y ella tachó de la partitura el nombre de Gregorio y puso el de María, con su puño y letra, porque teníamos un facsímil de la letra de María en El fuego fatuo. Fue una forma de hacer justicia a nuestra manera”, sonríe.
“Además, Lejárraga no sólo fue la letrista del Amor brujo, sino que fue una gran inspiradora de la obra e impulsó a Falla a componerla. Falla, María y Gregorio vivieron un tiempo juntos en Madrid y el compositor estaba algo reticente con el tema del Amor Brujo, porque era lento componiendo -lo hacía todo con mucha medida- y porque, además, al ser un hombre tan espiritual y religioso, sentía cierto pudor a la hora de tratar algo tan pasional, tan sensual y tan cargado de erotismo”, subrayan las directoras.
Además, resulta que el paralelismo físico entre Álvarez y Lejárraga es más que tremendo: “Cuando me caractericé descubrí a una Lejárraga dentro que no sabía que tenía, eso fue muy impactante”, sonríe Lucía. “Era una mujer tremendamente moderna y tremendamente rompedora, con un talento desbocado y muy culta, pero, a la vez, lidiaba con el gran conflicto de la mujer de su época, que era ese amor desmedido que tenía por Gregorio… ese dualismo entre una mujer que se podía comer el mundo con todas sus habilidades, su talento y su escritura y otra mujer, que es ella misma, pero que lo que quiere es que él fluya y que él brille”.
Lorca vive
El filme se engarza con anécdotas de la vida de María y de Manuel -además de conversaciones y reflexiones de ambos-, pero también hay mucha presencia de Lorca. “La influencia de Falla en Lorca fue muy grande, lo consideraba una especie de hijo. Es interesante ver cómo le llamaba, cómo le hablaba y la implicación que tenían”, comentan. “Hay una teoría fundamentada que cuenta que Falla se exilió porque no pudo soportar el dolor de que mataran a Lorca: no quería ni podía vivir en un país donde habían hecho semejante aberración. Se recluyó del mundo. Aquí no hay tanto una proclama política explícita como implícita, se trata de contextualizar y de poner en su sitio las cosas que pasaron en cada momento”.
¿Qué sabe la música flamenca de la libertad y qué sabe la música clásica? “La libertad es algo que usamos todos los artistas cuando vamos a salir al escenario, a ver si conseguimos alcanzar el duende. A veces el problema es estar demasiado sujetos por lo escrito, porque entonces no sorprendemos al que nos escucha. El flamenco tiene unas pautas, claro, pero a partir de ahí ellos vuelan y crean; nosotros los clásicos nos tenemos que basar más en lo ya escrito e intentar romperlo de alguna manera”, cuenta Rosa. “Se trata de volar un poco, rascar el duende, o la musa, o lo que sea: en esa búsqueda vivimos todos los artistas”.
Lucía adelanta que una peculiaridad de esta película es que aparecen “piezas completas, cosa que en cine no se suele hacer”: “Además, todo se va ensamblando gracias al piano tocado por Rosa: ese es el hilo conductor de un relato donde todo está ficcionado y cada uno participa en su juego escénico”. Esta fusión entre lo clásico y lo flamenco amenaza con ser un híbrido maravilloso, una búsqueda del lenguaje común de las artes, un ejercicio de pasión, de reivindicación y de memoria que ya se anda cocinando y que podremos ver, con suerte, a comienzos del próximo año.