El Apocalipsis siempre llega con la derecha. Siempre en la última de las tablas de sus trípticos. Ahí es donde el Bosco lo incendia todo, entre tinieblas y gritos. El colérico justiciero que acaba con la humanidad pecaminosa no falla a la cita de la secuencia inevitable, de derecha a izquierda: paz, debilidad y castigo. Todo arde ante el tormento de las almas torturadas por seres que despellejan, desmiembran y degüellan. De la armonía a la masacre, en tres pasos.
El Bosco es una paradoja que critica la locura y la estulticia de la plebe, pero emplea los motivos que provienen de ella; que ataca la conducta contraria a la moral católica, pero es uno de los mayores outsider de la historia; defiende la sabiduría y la vida ordenada y rechaza la locura pecaminosa, pese a lo cual cultiva las invenciones más descabelladas; abomina de las miserias terrenales y al tiempo expone un código ético profano.
Esta tensión irresoluble en la obra del Bosco ha hecho del pintor una fuente inagotable de interpretaciones, cuyo misterio le coloca en lo más alto de la popularidad. Cómo nos gusta mirar lo que no entendemos, cómo nos gusta tratar de entenderlo: Jardín de los celestes gozosos, Tríptico del Grial, Tríptico de las fresas y del madroño, Falso paraíso, La lujuria, Los deleites terrenales, Cuadro de las fresas, Variedad del mundo, Tabla de la gloria vana y del breve gusto de la fresa, de la creación del hombre.
Estos son sólo algunos de las decenas de títulos con los que se ha bautizado lo que ustedes conocen como El jardín de las delicias. Como no podía ser de otra manera, es la pieza capital del recorrido de la exposición que el Museo Nacional del Prado ha levantado para conmemorar el V centenario de su muerte (abierta hasta el 11 de septiembre). Ya no cuelga de la pared y se puede ver el reverso de las puertas del tríptico. Un gran lucernario matiza la luz y -junto con la amplitud de la sala temporal donde se muestra- multiplica la monumentalidad de la pieza. Parece que hubiera crecido.
Un pintor 'share'
Este motivo sería suficiente para pasar por la exposición, antes de que el cuadro regrese al cuchitril abarrotado donde se exhibe habitualmente. Dicen en el museo que es el cuadro al que más atención se le dedica, que los visitantes están delante del Jardín mucho más tiempo que ante Las Meninas. El Bosco es el pintor con más share de El Prado. Dado que la muestra se compone de 56 obras y 28 de ellas están atribuidas a él, el museo se convertirá en una riada de gente concentrará en los detalles mínimos de cada una de las paradas.
¿Cómo han tratado de resolver los tapones? Con un diseño de exposición que recuerda a alguna de las visiones futuristas de Stanley Kubrick, en 2001: una Odisea del Espacio. Como un reguero con islas donde se han colocado las joyas de las joyas reunidas: Tríptico de la Adoración de los Magos, Tríptico de las tentaciones de san Antonio Abad (del Museo Nacional de Arte Antigua, de Lisboa), El carro del heno y El jardín de las delicias.
Dicen, también desde el museo, que, a pesar de la concentración bosquiana más grande de la historia, no lograrán batir el récord de la exposición de Sorolla, sencillamente porque no cabe tanta gente (459.000 personas). El río tampoco evitará la acumulación, ni siquiera la claridad. La propuesta de Pilar Silva, comisaria de la exposición, ha sido dividirlo en seis temas y no montar un recorrido cronológico: del pintor más misterioso de la historia del arte tampoco se conocen las fechas en las que pintó sus cuadros conservados. Las agrupaciones son un batiburrillo sin sentido que juntan “pecados capitales” con “obras profanas”, en la penúltima parada.
A pesar de explicar que descartan el paseo cronológico, los dos primeros capítulos aluden a los inicios del pintor. Además, la propuesta acaba por desmontar la admirable esencia contradictoria del artista: el Bosco es un pintor de extrema “derecha” con espíritu “revolucionario”. A pesar de que hace saltar las primeras burbujas del Renacimiento, su producto mantiene el paladar medieval. Es un vanguardista desatado en el cuerpo de un moralista vehemente, que condena todas las formas de conducta que la clase media burguesa considera desviadas y pecaminosas. Sin embargo, Pilar Silva ha preferido no subrayar este choque.
Extrema derecha y revolucionario
Es una de las conclusiones sobre el Bosco que ofrece el especialista Eric de Bruyn, en el catálogo de la exposición que inaugura el museo: “Hoy, esas ideas serían calificadas de conservadoras y de derechas, incuso de reaccionarias o extremistas. Sin embargo, el Bosco traduce visualmente ese mensaje de una manera revolucionaria y fantástica, y hasta visionaria”.
El Bosco es el pintor más narrativo y uno de los primeros artistas literarios. Al tiempo se deleita en la divulgación del castigo del pecado, incluye rótulos explicativos, sus figuras son rígidas y esquemáticas, su didáctica moral, una frontalidad excesiva, los seres monstruosos… Es la parte de su pintura que todavía le ata a la ortodoxia del pasado.
En su bestiario antrópodo encuentra la evolución de un mundo a otro, de la ejemplaridad al absurdo
Pero es un autor en tránsito hacia el Renacimiento, con elementos literarios que lo alejan de la narratividad medieval, como la representación de su propia opinión (pesimista visión del género humano y fascinado por la fatalidad), la gestualidad, la creación de atmósferas, la sátira y la ironía, el autorretrato y, desde luego, la creación de un lenguaje figurativo muy particular. En su bestiario antrópodo encuentra la evolución de un mundo a otro, de la ejemplaridad al absurdo.
Nadie sabe quién es. Quizá un hombre culto que vio en la inmoralidad la mayor de las epidemias de la sociedad en la que le tocó vivir. El Bosco se resume es la central de El jardín de las delicias. Tanto el jardín como las fuentes son una alegoría del sexo, la lujuria, la gula, la pereza, el orgullo, la soberbia, la envidia, la avaricia, la lascivia, la glotonería, la mentira, la impureza, la pereza, la mentira. Pecados y pecadores en el grupo central, junto a sus diablos, que cabalgan sobre todo tipo de animales que dan vida a todos estos pecados. Giran y giran excitados, cabalgando sin poder parar, claro.
Efectivamente, se desconoce su título original. El arte es un espejo sobre el que volcamos especulaciones que nos descubren. La tabla central es un jardín de amor, inocencia y placer, sin sombras demoníacas. En apariencia, porque es una feroz crítica a la debilidad humana ante sus impulsos de la carne. Todo es sensualidad y erotismo, pura tentación. Es la obra más zoológica de El Bosco. La más precisa técnicamente; la más narrativa, la más literaria.
Humildad y ciencia
El jeroglífico llamado El Bosco es una de las heridas por las que se desangra la historia del arte en la guerra de las atribuciones. “El Bosco aconseja humildad a quien lo estudia y todavía queda mucho por hacer”, asegura Miguel Falomir, Director adjunto de conservación e investigación del Prado, en rueda de prensa, en referencia al polémico enfrentamiento con los integrantes del Bosch Research and Conservation Project.
Este grupo ha argumentado contra tres cuadros del Prado: La tabla de los pecados capitales, Las tentaciones de san Antonio Abad y La extracción de la piedra de la locura. El Prado ha incluido en el catálogo las contestaciones a cada uno de los argumentos contra la firma del autor en estas pinturas. Sin embargo, ninguna de las pruebas científicas que aportan descarta que puedan ser obra de taller. Como dice, Falomir, “por desgracia, el grado de participación del taller no se puede determinar”. “Respetamos las opiniones del grupo, pero no las compartimos”.
Tenemos obras de taller, pero estas son suyas, a mí entender. No es un artículo de fe, pero los argumentos están ahí
“Ha podido tener colaboraciones, pero tal y como es la superficie parece de su mano”, responde Pilar Silva a la pregunta de este periódico. “Nadie es capaz de una creación como la de La tabla de los pecados capitales. Es la mano del Bosco. Él estaba allí trabajando, tendría uno o dos ayudantes. Tenemos obras de taller, pero estas son suyas, a mí entender. No es un artículo de fe, pero los argumentos están ahí”, concluye. Antes, Falomir había declarado que "El Bosco es un pintor, de alguna manera, español".
Sin embargo, estas apreciaciones científicas las han hecho en una rueda de prensa, no en un foro con expertos en el que contrastar los argumentos. La misma situación que hace años, cuando el museo arrebató la autoría Goya de El Coloso. El Prado mantiene la autoría de las tres tablas, “porque estoy absolutamente convencida de que son del Bosco”. Para el museo es un argumento sin grietas, para el Bosch Research and Conservation Project un laberinto sin salida.