Fue un hombre seco con arranques de genio. Decía que la originalidad no debe buscarse, porque entonces es extravagancia. Y que hay dos tipos de hombres, los de palabras y los de acción. Él se prometía de los segundos. Para hacer las cosas bien -apunten- primero, amor, luego técnica. Siempre Gaudí (1852-1926) con su luz a 45º: "Los habitantes de los países que baña el Mediterráneo sentimos la belleza con más intensidad" aseguraba.
Creaba rodeado de tiestos de flores, de viñas, de olivares, de gallinas cloqueando, de pájaros e insectos, dejándose devorar por las montañas de Prades: "Ahí capté las más puras y placenteras imágenes de la Naturaleza, que siempre es mi maestra", explicaba. "Es un gran libro abierto y tenemos que esforzarnos en leerlo".
Dicho y hecho: ya se ha vuelto eterno, como la tierra. Ahora todo ese carácter -su modernismo rabioso, su imaginación empapada de geometría y volumen, su fe y su amor a Cataluña- caen en forma de viñeta en El fantasma de Gaudí (editorial Dibbuks), obra ganadora del Premio a la Mejor Obra en Español en el Salón del Cómic de Barcelona 2016 y Premio al Mejor Guion en Expocomic 2015.
Mercado inmobiliario vs Gaudí
El escritor Javier Serra lo condensa muy bien en el prólogo: "Gaudí quedó atrapado a principios del siglo XX en una visión del mundo que iba mucho más allá de los convencionalismos, y justo es ese espíritu el que ha sido ahora comprendido y recuperado por los autores de este cómic". Ahí El Torres -hilando el thriller policíaco- y el dibujante Jesús Alonso Iglesias -para reedificar en papel los edificios oníricos con los que el mundo sueña-. La obra arranca cuando Antonia, una sencilla mujer que trabaja de cajera en un supermercado, salva a un anciano de ser atropellado: un acto aparentemente inocuo que desencadena una serie de sucesos terribles.
Aparecen cuerpos sin vida -con ensañadas heridas y mutilaciones- en los principales monumentos del venerado arquitecto. "Se va entendiendo, poco a poco -y no te desvelo el final-, que el supuesto asesino trata de limpiar la imagen de Gaudí: piensa que la están aberrando con ciertos negocios inmobiliarios", explica Jesús Alonso Iglesias, padre de la historia viva. "Se crea una cierta lucha entre el arte de Gaudí y el actual mercado inmobiliario, que parece que tiende a transformar la ciudad faltándole el respeto al arquitecto", reflexiona.
Cuenta el dibujante que su compañero El Torre siente cierta fascinación por las historias de fantasmas, zombies y brujerías. "Esta obra es un trhiller, pero no pierde en ningún momento ese carácter esotérico: ahí gira toda la historia". Ahí está el pastel: ¿quién es el asesino? ¿Es un fan fatal de carne y hueso de Gaudí, es un ente intermedio que viene a destruir, es el propio Gaudí buscando revancha por cómo se está denigrando su trabajo?
"La historia se vive a través de los ojos de Antonia, que no sabe, hasta el final, si todo lo que está viendo es real o imaginario". La responsabilidad de representar la obra del arquitecto oscilaba entre "la oportunidad para lucirse" y "el quebradero de cabeza": "Yo reconozco que Gaudí nunca fue de mis arquitectos favoritos", dice, con media sonrisa, el dibujante. "Entré en él con cierto recelo: me gusta en algunas cosas, me cansa en otras. Era un maniático, una persona sublime con todo lo que eso conlleva; siempre absorto en su propio mundo, en su propia creación... y con esa cultura religiosa que rayaba en el fanatismo", explica.
"Esto último condiciona toda su producción, pero no es negativo: es un eje a partir del que construir". Si tuviera que definirlo con una palabra, lo llamaría "monumental". Al segundo recula: "Gaudí es también tantos detalles mínimos... extractos diminutos que, al final, le daban una magia especial a todo lo que edificaba".
Iglesias vuelve a parir la Pedrera, el Parc Güell, la Sagrada Familia. No, no hay presión. Sólo es que Gaudí decía: "Mis grandes amigos están muertos; no tengo familia, ni clientes, ni fortuna, ni nada. Así puedo entregarme totalmente al Templo". Casi nada. "Gaudí rompe la oscuridad y el dramatismo de la propia historia con su ambiente, con su decorado, con sus mosaicos y su explosión de color", sugiere el dibujante, que reconoce, además, que ha impreso en sus trazos cierta técnica franco-belga.
Ojo aquí con la complicación: Jesús Alonso Iglesias es de Madrid y vive en Madrid. Ha conocido Barcelona a base de fotografía, de lucha y de reconstrucción mental: "Imagínate... tenía que ser lo más fiel posible. Esa Sagrada Familia vista desde diferentes ángulos, desde dentro y desde fuera, con una iluminación muy particular, con la lluvia que va apareciendo a lo largo de la escena...".
Ha retratado a la ciudad con cierto "costumbrismo" y más realismo si cabe: "Es una Barcelona creíble, una Barcelona con gente de ahora: llega a parecer, por un momento, hasta factible que ocurra lo que ocurre en el relato", sonríe. La obra se ha hecho conclusa en dos años -nació a petición de Ricardo Esteban, el editor- pero es obvio que ha llegado a buen puerto. El trabajo de Gaudí, dice el dibujante, actúa como un personaje más. Tiene personalidad, raza, genio. Él lo llamaba "alquimia". Quiso ser canal de la belleza y ya no hay quien lo arranque de la ciudad. Barcelona ya es sólo la costra: Gaudí es la carne de dentro.
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