La sucursal de los impresionistas en Madrid, el Museo Thyssen-Bornemisza, presenta Caillebotte. Pintor y jardinero, coproducida con el Musée des impressionismes Giverny, de Francia. Y la noticia es que en el título de la exposición no aparece la palabra “impresionista”. Las comisarias Marina Ferretti y Paula Luengo han recopilado, con la ayuda del Comité Caillebotte y la galería Brame & Lorenceau, más de sesenta obras en el mercado del pintor impresionista. La práctica totalidad de las pinturas y bocetos expuestos en el museo están en manos de coleccionistas.
La exposición recorre sus dos décadas de producción en cuatro estancias y deja claro que lo importante en esta carrera autodidacta se centra al principio, durante su estancia en la ciudad, “El París de Haussmann”, años setenta del siglo XIX. En ese momento se muestra como un pintor original y atrevido, que mueve la cámara con agilidad y nuevos puntos de vista de la vida cotidiana con contrapicados, primeros planos y escenas callejeras.
Mucho más reconocido como coleccionista de impresionistas que como pintor -a pesar de las instituciones interesadas en relanzar la carrera de este seguidor fortuito de Monet, Manet, Renoir o Degas-, el Thyssen se centra en su pasión horticultora. Cultivó sus propias variedades de orquídeas en su casa de campo de Yerres, donde terminó estableciendo su residencia, su taller y el invernadero, además de un jardín que crecía en hectáreas.
Toda la calidad y la originalidad lograda en cuadros que han pasado a la posteridad de la iconografía impresionista -como Los acuchilladores, Calle de París, tiempo lluvioso y El puente de Europa-, se pierde definitivamente al hacer protagonistas de sus retratos a los crisantemos, las capuchinas, las orquídeas y las margaritas. Muy lejos de los avances logrados por Monet en sus jardines de la finca de Giverny, Caillebotte pasó de fijarse en el mundo encontrado por casualidad a hacerlo en un mundo prefabricado. Y así fue como emergió de aquel ambicioso proyecto pictórico unas estampas relamidas que hicieron de la vida moderna burguesa el epítome de una vida, simplemente, burguesa.
Uno de ellos
Por todo esto, el patrimonio público francés le debe más por la donación de su colección impresionista a su muerte, que por la contribución floral en la que se centra el Thyssen. Habría sido una buena oportunidad para conocer cómo uno de los mayores mecenas del grupo de artistas decide formar pasarse a su lado. Ser uno de ellos. Aquí hay un recorrido biográfico más jardinero que pintor, en el que de las piezas míticas sólo llegan sus óleos preparatorios. Y una secuencia de extraordinarios dibujos tomados en plena calle, de tipos que se giran, transeúntes que asaltan el tránsito, la casualidad del instante decisivo del ojo fotográfico.
“En la exposición nos centramos en los años finales de la década de 1880, cuando el artista se retira a Petit Gennevillers y crea allí un suntuoso jardín”, cuenta la comisaria Marina Ferretti en el catálogo de la muestra. “En ese periodo Caillebotte trata con frecuencia a Claude Monet, al que había iniciado en la jardinería en los días de gloria del impresionismo y con quien comparte intereses y preocupaciones”.
La comisaria compara a Caillebotte con Monet y asegura que ambos sometieron el arte a una profunda renovación y siempre se mantuvieron “inquietos y en busca de nuevos caminos”. Además, justifica la gloria y reputación de los resultados pictóricos logrados por Monet en Giberny con su longevidad. “Caillebotte, en cambio, muere prematuramente en 1894, cuando su obra está aún en plena evolución”.
Triste y rechazado
Caillebotte tuvo una educación intelectual y artística privilegiada. Estudia Derecho, vive en el distrito VIII, barrio protagonista de la renovación urbana de Haussmann, pinta sus primeros estudios en la finca familiar de Yerres e ingresa en la École Spéciale des Beaux-Arts y viaja Italia. En 1875, el Salón oficial rechaza Los acuchilladores, sin duda su obra emblemática. “De todos los que conocí en su casa, apenas he vuelto a ver a nadie salvo a Caillebotte, muy apenado por que el jurado rechazara por su cuadro”, explica un amigo íntimo del artista. Difícil trabajar y evolucionar ignorando al jurado.
Los márgenes de la independencia le llevaron a los parterres. En su testamento legó 60 obras (Cézanne, Sisley, Pissarro, Manet, Monet, Renoir) al Estado francés, que desestimó la donación de una de las mejores colecciones del movimiento impresionista. Tuvieron que pasar 33 años, en 1929, para que Francia aceptara finalmente 40 de los cuadros que ofrecía la generosidad del coleccionista y pintor. Pasaron al Louvre y en la actualidad se exhiben en el Museo de Orsay.
“Aunque Caillebotte admira a Monet, sus estilos son muy distintos. Esencialmente paisajista, Monet utiliza pinceladas breves, vivas y acompasadas. El aire circula por sus composiciones, que pinta directamente, con el motivo delante, y en las que el cielo tiene una presencia importante. Más compleja, la pintura de Caillebotte se centra en cambio en la representación de la figura, y una serie de estudios preparatorios precede al trabajo final en el estudio. En sus audaces composiciones adopta a menudo un punto de vista elevado, y con largas pinceladas subraya una perspectiva oblicua que enseguida se ve detenida por el horizonte, lo que produce un efecto de tensión dinámica”, cuenta la comisaria. Pero todo eso desaparece cuando cambia urbe por margaritas.
Frente a los colores y el brío de los jardines, frente al estallido primaveral de los huertos decorativos, la masa humana sin rostro. El pintor acaba con su identidad, dando a entender que podría ser cualquiera. El pintor de la vida moderna retrata tipos y posturas hasta que se llena de paisaje y regatas. Entonces, los ciudadanos se evaporan y encuentra en los seres vegetales una nueva dimensión vital.