Joan Fontcuberta no lo vio venir. Pensó que el mercado estaba equivocado y que nadie estaría interesado en tener una cámara en su teléfono móvil. Trataban de implantar el producto y querían saber qué pensaban los sabios de la fotografía. Una empresa de estudios de mercado contactó con él para que valorase el nuevo paso que iba a acometer la industria (más tarde supo que quien pagaba el informe era el principal operador español de telefonía). “La respuesta que di, que recordaré toda la vida, fue espontánea y visceral: me parecía, dije, una solemne estupidez a la que no le auguraba ningún éxito”, contestó el Premio Nacional de Fotografía y Premio Nacional de Ensayo que acaba de publicar La furia de las imágenes (Galaxia Gutenberg), un ensayo sobre la fotografía después de la fotografía.
Fontcuberta arranca con lo que de alguna manera nos imaginábamos: “Padecemos una inflación de imágenes sin precedentes”. No son un desecho de la sociedad hipertecnificada, cuenta, sino el síntoma de una patología cultural y política. “Las imágenes han sustituido a la realidad”, comenta el autor a este periódico. “Por eso la política hoy es el control de las imágenes. Lo que mueve a la política son las imágenes”, añade. El ejemplo perfecto es la repercusión de la foto de Aylan Kurdi ahogado.
Las imágenes vuelan. Ya no son objetos pasivos que ilustran, sino que se han vuelto “activas, furiosas, peligrosas...” Son capaces de acabar con la desidia de los dirigentes políticos, porque “siguen impactando en nuestra conciencia”. Pero ahora en un número mucho mayor. “Las imágenes también son más difíciles de controlar”. Es el “capitalismo de las imágenes”, donde convivimos con sus excesos y tratamos de superar el reto de la gestión política.
Fuera de control
“La masificación de las imágenes ha trastocado las reglas de nuestra relación con ellas”, explica Fontcuberta, que demanda un sistema de regulación para que sus efectos no escapen a nuestro control. “No podemos permitirnos que las imágenes se pongan furiosas y arremetan contra nosotros.”, porque para el autor la imagen es, sobre todo, “un proyectil”. “Hemos perdido la soberanía sobre las imágenes y queremos recuperarla”.
En la era de la postfotografía la autoría es nada. Tampoco importa la noción de originalidad. Se comparte, no se posee
Fontcuberta inventó el término “postfotografía” para definir lo que ha ocurrido después de que la sociabilidad digital haya superado a la fotografía tradicional. Hoy, la imagen no es un lugar ajeno, sino el espacio social de lo humano. Ahí es donde nace, crece y se desarrolla la postfotografía, para la que la autoría es nada. Si la noción de propiedad no importa nada, la de originalidad tampoco. Se comparte, no se posee. Circula y no es de nadie. Es lúdica, sobre todo.
En la era de la postfotografía la tensión entre lo privado y lo público desaparece (la intimidad es reliquia). “La ruptura fundamental a la que asistimos se manifiesta en la medida en que el caudal extraordinario de imágenes se encuentra accesible a todo el mundo”, cuenta. Lo notas, es la contaminación gráfica: las imágenes están disponibles para todos y todos para las imágenes.
Habitar la imagen
La fotografía tradicional ha quedado reducida a poblado galo que resiste a la invasión romana. “Sólo queda ya para usos simbólicos y artísticos, algo testimonial”, cuenta a EL ESPAÑOL. Porque la telefonía móvil, en complicidad con las redes sociales, ha logrado romper la cuarta pared que separaba al usuario de las imágenes. Ahora, “habitamos la imagen y la imagen nos habita”.
“No queremos tanto mostrar el mundo como señalar nuestro estar en el mundo”, primera condición de la vida en selfie. No importa tanto el “ha ocurrido esto”, como el “yo estaba allí”. ¿Es la certificación de que vivimos en una sociedad vanidosa y egocéntrica? Fontcuberta no lo ve tan claro, porque, aunque internet funcione como un altavoz del narcisismo, “la afirmación del yo y la vanidad recorren toda la historia de la humanidad”. Los bustos de mármol romanos, los autorretratos de los pintores renacentistas, barrocos, etc.
“La diferencia estriba tal ve en que hoy disponemos de los medios para manifestar esa vanidad”. Hoy el autorretrato no es cosa de ricos. Cualquiera puede participar en el espacio público con su imagen, cualquiera puede formar parte de un hecho público y presentarse como testigo. Es más, cualquiera puede retratarse junto a un rico; y cualquier político millonario puede retratarse con la clase trabajadora votante. El autorretrato está al alcance de todo el mundo y revienta en la caja de resonancia de las redes sociales. Claro, la postfotografía está siendo sélfica.
En la medida en que hacer fotos es cada vez más fácil y la factura técnica es tan sencilla, la calidad no estará en la foto, sino en el contenido de la foto
“Esta dimensión sélfica no constituye una moda pasajera, sino que consolida un género de imágenes que ha llegado para quedarse”, asegura. “Aunque nos pueda desagradar su diagnóstico, los selfies constituyen un material en bruto que nos ayuda a entendernos y a corregirnos, y del que ya no sabremos renunciar”.
“¿Qué es el fotógrafo hoy? Esa es una pregunta que trato de responder por escrito estos días. En la medida en que hacer fotos es cada vez más fácil y la factura técnica es tan sencilla, la calidad no estará en la foto, sino en el contenido de la foto. El sentido gana a la artesanía”, cuenta a este periódico. Aunque la artesanía y la técnica también define el sentido de la imagen. “Hoy ser fotógrafo es pensar qué es la fotografía”.