Culpable en el arte como lenguaje, inocente en el lenguaje como arte. Marcel Broodthaers creyó que con un antimuseo acabaría con los museos y ha terminado descuartizado por ellos. Embalsamado. En una de las salas del Museo Nacional Reina Sofía -donde se exhibe la primera retrospectiva del artista belga en España hasta el 9 de enero, gracias a la producción con el MoMA- hay montada una escena campestre con mesa, sillas y sombrilla de camping. Un puzle de la batalla de Waterloo sobre la mesa vincula la banalidad del ocio con la realidad de las contiendas: en la pared, dos vitrinas repletas de pistolas y fusiles de asalto.
A estos dioramas, dramatizados para jugar con la ironía y la contradicción, el artista Marcel Broodthaers (Bruselas, 1924-Colonia 1976) los llamó “decorados” para hacer chocar al museo con la utilidad de la decoración y la inutilidad del arte, denunciando la relación de la guerra con el confort y la comodidad del espectáculo bélico. El “decorado” está dividido en dos partes, la del siglo XIX y la dedicada al siglo XX. “A menudo he hecho arte como quien hace algo para ponerlo en la repisa de la chimenea”, dijo en 1968.
El artista pensaba en estancias y habitaciones reales, para restituir al objeto considerado arte su finalidad decorativa. Eso ocurre con las conchas de mejillón y las cáscaras de huevo que acumulaba sobre los objetos domésticos -y que abren la exposición del Reina Sofía-: ¿eliminar la utilidad del objeto doméstico hace del objeto, arte? ¿Incluir objetos-arte en un espacio doméstico convierte el arte en algo decorativo?
Y la pirueta mortal que desarticula con las intenciones originarias de Broodthaers: ¿y si ese espacio doméstico está incluido en un museo e imita ser un espacio doméstico? En ese caso, dentro del cubo blanco del museo, el carácter funcional del espacio doméstico se esfuma y convierte al arte mostrado en su interior en un truco decorativo museizado, embalsamado. Y a pesar de eso fue uno de los pocos que se atrevieron a perturbar el arte de la segunda mitad del siglo XX.
Broodthaers cuestionó el ingreso del arte en el espacio doméstico y las nuevas funciones que se le pueden exigir. Y al hacerlo zarandeó a los museos y la cultura como material obediente. “Si Marcel Duchamp dijo: “Esto es una obra de arte”, yo en el fondo dije: “Esto es un museo””. El artista creó un museo para denunciar el carácter polvoriento y muerto del museo y reclamó la responsabilidad del arte para crear un antimuseo. En marzo de 1969 ya tenía un plano del Musée d'Art Moderne, sobre la planta de su propia casa en Bruselas.
La primera instalación creció y tuvo más de once eventos “Museo”. En 1972 cerró su museo, dejó de ser director y volvió a ser artista. Unos meses antes había inaugurado la sección más amplia para su museo, con más de 300 piezas expuestas sobre la figura del águila. Todos los objetos, láminas y obras iban acompañados de una pequeña cartela negra cuadrada, numerada correlativamente, que advertía, en alemán, inglés o francés: “Esto no es una obra de arte”. Hay que visitar a Broodthaers, el antiartista.