Dian Hanson (Seattle, 1951) es la pornógrafa más intelectual de América. Lleva desde los setenta fotografiando, editando y aportando contexto histórico a libros y revistas porno para hombres y para mujeres: es una rebelde detrás de la cámara y una consumidora crítica, desmenuza y comprende el deseo humano y renueva sus señuelos semana a semana, gracias a las ávidas correspondencias que mantiene con sus lectores -donde le desgranan nuevos fetiches sexuales, insólitas fantasías-. Trabaja lo heterosexual y lo homosexual y, en cualquier caso, eleva lo perverso y celebra la promiscuidad.

Su último libro es Lesbians for men (Taschen), la primera obra fotográfica que reconoce que, históricamente, el porno lésbico se ha hecho entre falsas lesbianas -es decir, mujeres heterosexuales dispuestas a tener sexo con otras mujeres- con el único fin de alimentar fantasías masculinas. Además, explora sus motivos y su tradición, retrocediendo desde los orígenes hasta llegar a la actualidad, con imágenes de fotógrafos contemporáneos como Nobuyoshi Araki, Guido Argentini, Bruno Bisang, Bob Carlos Clarke, Ed Fox, Ren Hang, Petter Hegre, Richard Kern o Kishin Shinoyama. Es un libro de imágenes machistas que pretende criticar ese machismo y relatar cómo el mito lésbico ha sido utilizado -y provocado de forma artificial- para engordar el deseo de los hombres.

Es un libro de imágenes machistas que pretende criticar ese machismo y relatar cómo el mito lésbico ha sido utilizado -y provocado de forma artificial- para engordar el deseo de los hombres

Cuenta Dian Hanson que en el Nueva York de 1980, "todas las mujeres eran bisexuales": "Todos los clubes sexuales dejaban que las mujeres entraran gratis, o a cambio de una cuota simbólica, y vetaban a los hombres solteros para favorecer los tríos entre las mujeres supuestamente bisexuales y las parejas liberales", relata. "Era todo muy moderno, lo más de lo más, aunque estos mismos clubes prohibieran la entrada de hombres bisexuales".

Heterocuriosidad

El resultado eran imágenes hermosas, hasta sofisticadas en comparación con la rudeza del porno heterosexual para hombres. Hasta que empezaron a haber voces discordantes como la de la estrella del porno Seka. Nueva York era todo sorpresa y crítica social cuando ella se negó a tener sexo con otra mujer en el club Plato's Retreat. "No está de humor", argumentó su marido. Pero Seka lo dejó claro: "A mí no me gustan las mujeres. Sólo lo hago delante de la cámara".

Así fue cómo se puso de manifiesto que una parte considerable de las mujeres que mantenían sexo con otras mujeres no eran lesbianas, sino que, como señala la propia Hanson, "nos lo montábamos con otras mujeres porque ponía frenéticos a los hombres, algo que todo el mundo sabía pero nadie reconocía". Fue una fusión entre dos luchas desarrolladas en los setenta: una, la de las feministas defensoras del sexo positivo, que reclamaron el derecho de la mujer al orgasmo; y la otra, la pugna de las feministas lesbianas, que acabó proponiendo que las chicas se besaran y mantuvieran sexo entre ellas como imperativo entre hermanas.

La curiosidad bisexual de las mujeres heterosexuales se convirtió en raspa en el ojo del machismo más conservador, espantado y temeroso de una rebelión feminista

Así, la curiosidad bisexual de las mujeres heterosexuales se convirtió en raspa en el ojo del machismo más conservador, espantado y temeroso de una rebelión feminista. A Norman Mailer le ofendió tanto el libro Política sexual, de Kate Millet (1969), que escribió El prisionero del sexo sólo para rebatirla. Organizaron incluso una suerte de careo entre ese machista empedernido de las letras y cuatro destacadas feministas del momento. Jill Johnston, por ejemplo, protagonizó un apasionado y cómico alegato sobre sus preferencias sexuales -"Todas las mujeres somos lesbianas, excepto las que aún no lo saben"-, hasta que una amiga suya saltó al escenario y se abrazaron, acariciándose, riendo y besándose mientras rodaban por el suelo. Mailer, en la cúspide de su incomprensión, gritó: "¡Venga, Jill sé una dama!".

Había otro sector machista -más liberal- al que le agradaban estas imágenes: hombres que se mostraban encantados con juegos de este tipo. No porque los respetaran y los considerasen sólo algo hermoso a la vista, sino porque, en realidad -esto sigue sucediendo hoy- no se lo tomaban demasiado en serio, eran falocéntricos y no entendían que su miembro pudiese quedar fuera del placer de una mujer. En última instancia, deseaban que su novia "trajese a casa a otra chica heterosexual para practicar algún tipo de unión vaginal extrema", explica Hanson. Él quería ser el rey.

Bisexualidad como condición innata

"A nosotras, tampoco a las heterosexuales, no nos daba ningún asco besar a otra mujer. Sin embargo, los hombres hetero nos decían que nunca podrían sentirse atraídos por otro hombre, que les daba 'arcadas', que tenían el 'trasero peludo'...", explica la autora. "Eso nos hizo aceptar una especie de condición innata de la mujer: la bisexualidad. Como, además, una tercera parte de la población femenina no llegaba al orgasmo con nadie, quiso probar. ¡Eso hacía tan felices a los hombres...! Era fácil manipularles y que hicieran cualquier cosa con tal de dejarles mirar".

Relata la autora que entonces, las mujeres liberadas se dieron cuenta de que podían ganar dinero a costa de las tendencias voyeuristas de los hombres. Subieron los sueldos en la industria del porno -aunque también los gastos, porque se empezó a poner de moda la cirugía-, y "el porno pasó de ser divertido y amateur a predecible y profesional". Las feministas dejaron de participar y empezaron a manifestarse en contra de él, y, en 1984, a todo este revuelo se sumó el sida. "Murieron jóvenes, los clubes sexuales cerraron, las parejas aficionadas a los intercambios volvieron a su hogares en Jersey, la estrella del muñón guardó el lubricante y las chicas volvieron a besar a chicos".

Relata la autora que entonces, las mujeres liberadas se dieron cuenta de que podían ganar dinero a costa de las tendencias voyeuristas de los hombres

La recesión se dio casi en todos partes, excepto en las vacaciones de primavera en las que los universitarios invaden una ciudad turística para desfasar hasta desmayarse en público.

El rédito televisivo

"Crearon sus propios rituales y costumbres arcanas: los chupitos de gelatina, los juegos para beber, los tatuajes en la parte baja de la espalda, los concursos de biquinis y camisetas mojadas, las exhibiciones de pechos masivas y, a principios de la década de 1990, el lesbianismo de competición", en el que dos chicas se besaban, otras dos pasaban a las caricias en los pechos, otras dos simulaban un coito, etc.

Todo con la aprobación -claro- de los chicos. Se hicieron vídeos, se comercializaron con infinito éxito y la burbuja explotó por tantísimas denuncias civiles y criminales -señalando su indiscrección-.

A partir de 2010, según la autora, volvió a ponerse de moda la bisexualidad. Lo dicen los estudios, las encuestas, lo cuentan con orgullo las celebridades -desde Christina Aguilera a Drew Barrymore pasando por Cara Delevigne a Cameron Diaz o Fergie-. Series de máxima audiencia como The Good Wife u Orange is the New Black están protagonizadas "por heroínas fuertes, guapas y bisexuales".

Las mujeres aceptan ahora el paradigma bisexual con el mismo entusiasmo que en la década de 1970, pero sin sus connotaciones políticas; la experiencia de los ochenta, pero sin los clubes de intercambio

Hay una crítica final en el libro de Hanson contra la manipulación mediática, que señala que la televisión "ha sacado mucho partido a las escenas entre chicas" y que "a las mujeres bisexuales siempre se las retrata como personas elegantes, hermosas, inteligentes e independientes": "Las mujeres aceptan ahora el paradigma bisexual con el mismo entusiasmo que en la década de 1970, pero sin sus connotaciones políticas; la experiencia de los ochenta, pero sin los clubes de intercambio; y el abandono de los noventa, aunque sin la resaca".

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