Las enfermeras compraron con su dinero los materiales y se pusieron manos a la obra. Había que convertir el hospital en un lugar amable. Hospitalario. Había que hacer del lugar del dolor el del cuidado. Y pintaron una habitación y siguieron con otra, hasta que transformaron toda la planta. De las agujas a los abrazos. Hasta sus batas se llenaron de color y dibujos.
El blanco es tan aséptico que pincha, tan neutral que asusta. Los pequeños dejaron de mirar las jeringas para fijar su atención en el mono que abraza el estetoscopio. "No es lo mismo pinchar de blanco que con dibujos". Y las paredes de la UCI de neonatos del Hospital Materno Infantil de Zaragoza se llenaron de esperanza para los niños que debían ser hombres y mujeres antes de tiempo. El arte devuelve la risa a los que están serios y no la encuentran.
"No es verdad que tú hayas sufrido, / son cuentos tristes que te cuentan, / tú eres un niño que está triste, / eres un niño que no sueña. / La gaviota está esperando / para venir cuando te duermas. / Duerme, ya tienes en tus manos / el azul de la noche inmensa". Pepe Hierro escribió estos versos que acunaban a los presos, que llamaban a las gaviotas y los azules a alegrar la vida encerrada. Así las enfermeras convirtieron "el cuarto del duelo", donde se dan y se reciben las malas noticias, en una estancia con un almendro pintado. Para espantar las sombras.
Un museo que sana
En las esquinas del pasillo cuelga un mono verde de peluche. "Diálisis" con letras recortadas de colores. Muchas sonrisas y un suelo de linóleo que recuerda que no todo son unicornios y quimeras. "No llegan para sufrir. Llegan y respiran", dice la jefa de planta. En una de las habitaciones han escrito un poema de Gloria Fuertes: "Con todo se puede hacer algo / hasta con un cero / que parece que no vale nada: / se puede hacer la Tierra, / una rueda, / una manzana, / una Luna, / una sandía, / una avellana. / Con dos ceros, se puede escribir: / Yo os quiero". De Javier Marías no hay nada.
El hospital empezó a respirar y cada vez más poetas y más ilustradores. Y más motivos para humanizarlo y para hacer del arte algo más humano. Este hospital -no es el único- es un museo que sana y no da miedo. "Es que los niños prefieren a Bob Esponja", dicen las madres. "Ya, pero cuando conocen y viven en una habitación decorada por David Guirao..." David es uno de los mejores ilustradores aragoneses y su cuarto es un dragón espectacular. "No me parece mal la controversia. Si le gustase esto a todo el mundo, sería Justin Bieber", dice Beatriz Lucea, de Believe In Art, asociación sin ánimo de lucro.
María Luisa Grau y Beatriz Lucea se dedican a hacer de los hospitales otra cosa. No dan abasto. Ellas no viven de esto. Trabajan para los demás por amor al arte. Cada una tiene su trabajo, que tratan de conciliar con su familia. El Gobierno aragonés les ha pedido un plan para intervenir en todos los hospitales públicos. Pero ellas quieren ir poco a poco. “Tenemos más demandas de lo que podemos atender. No cobramos la coordinación, no pagamos a los artistas, ni a los escritores. Sólo hay dinero para comprar materiales”, y es gracias a las donaciones de las empresas privadas. Cuentan que hay un músico que quiere darles todos los beneficios que produzcan los derechos de su nuevo disco.
España, lejos
Son historiadoras del arte y pusieron en marcha una empresa desde la que aportar con su conocimiento, más que con su tiempo. Querían sanar con arte. Artesanas. Cuentan que en otros mundos, llamados Canadá, EEUU o Reino Unido, los hospitales tienen programas de arte hechos para hospitales, con músicos y artistas residentes que trabajan por el bienestar de los pacientes. España, lejos.
“Aquí los niños llegan con peluca y al entrar se la quitan. Sienten que están en casa”. Estamos en octopediatría. Entre las sillas de plástico, las máquinas de sándwiches, la luz de los fluorescentes, el PVC y la madera desgastada, emergen unas huellas enormes de oso que dan la bienvenida a otro mundo. Menos útil y frío. Se abren las puertas del refugio, donde ya no hay enemigos. En la pared: “Sueña en grande y pasarán cosas gigantes”. Todo viene bien, hasta la filosofía low cost. Hay varios goteros aparcados a la espera de alguna vía que lo conecte a la vida de un paciente. Y un par de sillas de ruedas. La calma previa a la batalla.
A los médicos no les costó entender lo que querían hacer y aceptaron introducir el arte en espacios ajenos al arte y esperar el resultado. “Ojalá el arte curase. No cura, pero mejora la calidad de la estancia. Y si tu ánimo es bueno, tu proceso de curación mejora si no eres un enfermo terminal. El cariño de una enfermera no se puede sustituir con una pared pintada, pero hay que ir sumando”. Aclaran que no “decoran”, que “intervienen con arte”.
Primero piensan la habitación que deben transformar, sin olvidar la estancia media de los pacientes que pasan por ella. Por ejemplo, oncología siempre es más complicada. No es una planta de paso y eso influye. Los niños van y vienen y ellas hacen de cada una un mundo diferente, con ilustradores y escritores distintos. Siempre en tonos pastel. “Veo a los niños hacer carreras con su gotero. Piden alegría. Las habitaciones muy cañeras les gustan más a ellos y las más suaves y tranquilas a los médicos”, cuenta Beatriz.
200 euros en pintura
En las habitaciones todo es acrílico lavable, para mantener una higiene extrema. Se limpian las paredes. En esta hay unos peces gigantes de la ilustradora Agnes Daroca. Predominan los colores frescos y azules, un mar que tranquiliza. Es una estancia reservada para niños quemados, en la planta de cirugía pediátrica.
Los cálculos de Believe In Art aseguran que por cada habitación se invierten unos 200 euros de pintura. La fotografía es mucho más cara por las dimensiones y los soportes. La suma asciende a unos 6.000 euros y será para la planta de infecciosos. Lo pagará el Ayuntamiento de Zaragoza. “Esperemos. Si no nos dan para producirlo, se lo pediremos a una entidad bancaria”, cuenta Beatriz a este periódico.
Necesitan algo más que un buen corazón para encontrar la complicidad de la financiación privada. “Con mayores beneficios fiscales, sería mucho más fácil encontrar fondos para intervenir en los hospitales”. La marca de zapatillas “Paredes” ha pagado la pintura con la que tres grafiteros han decorado la escalera de los cuatro pisos del ala infantil. En la última planta han pintado el logo de la marca. Mínimo retorno.
Alumbrar. Abrigar. Proteger. Confiar. Acariciar. Uno de los chavales al salir del hospital: “Lo primero que quiero hacer es un museo”. Nunca dar por muerto a los enfermos, siempre esperanza. Ese es el mensaje y ese es el motor. Quieren despertar la faceta creativa, creen en el estímulo. También los hay que se levantan de la cama y agarran la Play. “Si has visto trabajar a un artista, no eres la misma persona”, dicen desde Believe In Art.
María Luisa y Beatriz se empecinan en desplegar sus mágicos colores contra las tristezas desenterradas y las pesadillas. Donde sólo había penumbra, ahora soles. Ráfagas de alegría: “Acercar el arte es hacerlo tuyo”. ¿Incluso el Guernica? “Bueno… al Guernica habría que darle una vuelta. Todo debe ser un mensaje positivo y esperanzador. En el colegio está bien para trabajar por la paz y la memoria, pero es un cuadro duro para un hospital. Por su contenido y sus formas. Habría que reinterpretarlo. Quizá el candil con la luz...”
Los pintores e ilustradores que prueban, repiten. Quieren formar parte de este nuevo corazón. Una niña ha escrito en la pared: “Gracias”. Otra no quiere irse, quiere seguir pintando con los otros en una de las actividades. Otro salió tocado de la habitación “dragón” de Guirao: “Quiero ser ilustrador porque me ayuda a soñar mejor”. Nadie esperaba tanta entrega e implicación de los artistas, que se vuelcan. Gratis, para otros. “Si tuviéramos que pagarles, sería muchísimo dinero”, cuentan desde Believe In Art. “Los artistas no quieren cobrar, quieren apoyar desinteresadamente y devolver a la sociedad lo que ésta les ha dado”.
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