La columna de camiones parte hacia Girona desde Valencia. El gobierno republicano había apostado todas sus cartas al Mediterráneo, después de ir cediendo poco a poco ante el ejército sublevado de Francisco Franco. Valencia era su mejor baza para resistir. Convirtieron las Torres de los Serranos en un gran almacén de obra de arte donde fue depositado lo más granado del patrimonio cultural, con la excusa de proteger las joyas del Museo del Prado, el Escorial o Palacio Real, entre otros centros.
Los planes cambiaron cuando vieron peligrar el frente del Ebro y las columnas de camiones volvieron a despertarse, esta vez para transportar de urgencia los miles de cuadros a Cataluña, antes de quedar aislados en Valencia. El gobierno legítimo salía a la fuga, acompañado por el legado histórico, es decir, la legitimidad. En el trayecto, quizá más acelerado de lo deseable, uno de los camiones se estrelló en Benicarló contra una casa y la cornisa del edificio se desplomó sobre la caja transportada. En su interior dos cuadros únicos, una pareja que no se ha separado nunca y que sobrevivieron al accidente de tráfico: el dos y tres de mayo pintado por Francisco de Goya.
Los dos únicos cuadros que salieron lastimados en aquel arriesgado movimiento, que les llevó desde Barcelona a Ginebra, fueron las dos primeras pinturas de historia que lanzaron un grito contra la guerra en la historia del arte. Goya no magnificó a ningún héroe, no guardó respeto por un hombre, ni por su hazaña, como sí hicieron los artistas renacentistas y barrocos. Goya no quería un nombre, quería un acontecimiento popular: una insurrección contra la imposición.
Mamelucos triturados
Y lo hizo a la manera más moderna, a partir de una impresión inmediata de una verdad vista “que jamás había hecho acto de presencia en el arte hasta que Goya mojó sus pinceles para embadurnar estos lienzos”. El contenido de las comillas es del maestro Enrique Lafuente Ferrari, escrito hace más de ocho décadas, para declarar cómo el artista rompió con la tradición e inauguró una nueva senda, que a punto estuvo de desaparecer aquel día de marzo de 1938.
“Las dos obras, que iban emparejadas, sufrieron un fuerte golpe que rompió las telas en varios cortes horizontales”, puede leerse en el informe del Museo del Prado de la restauración de ambas pinturas. Las dos fueron dañadas en el golpe, pero el Dos de mayo, conocido como la Carga de los Mamelucos, sufrió en mayor medida: dos fragmentos del lienzo se perdieron en la carretera. El mayor es de unos cuarenta centímetros y está situado en el centro del lateral izquierdo.
Los dos restauradores que acompañaban las obras de patrimonio no estuvieron presentes en el accidente. La columna llegó a su destino sin más percances. En la cocina del castillo de Peralada, en Girona, intervinieron de urgencia al enfermo. Tomás Pérez y Manuel Arpe y Retamino (forrador y restaurador del Prado) reentelaron los lienzos: adherir por la parte posterior de un lienzo antiguo dañado, una tela nueva para darle más consistencia.
Y decidieron que disimularían los daños aplicando color nuevo en las lagunas. Ha desaparecido el corvo alfanje del mameluco, queda sólo la mano que aprieta la empuñadura del cuchillo. Arpe reintegró en los cortes, pero en los huecos decidió utilizar la “tinta neutra”: cuando el restaurador se encuentra con grandes pérdidas y desconoce cómo era el original, se aplica un color uniforme, que no moleste en exceso a la lectura del cuadro original. En este caso fue un tono rojizo y así se mantuvo hasta el año 2000, cuando el Museo se planteó la conveniencia de restaurar los cuadros y reintegrar las dos lagunas.
Un cuadro, dos guerras
Las dos pinturas dañadas en contienda son dos gritos contra la guerra. Puede ser una casualidad que los cuadros evocadores de la primera de las grandes conmociones históricas sufridas por este país en época moderna y contemporánea, estuvieran destinados a ser heridos en el otro terrible trance nacional, sólo comparable a aquel en cuya conmemoración fueron creados 122 años antes.
Y como tales víctimas de aquello contra lo que se habían levantado -la atrocidad humana- fueron contempladas hasta el año 2007. Ese año la restauración acabó con los barnices oxidados que apagaban los colores de Goya y con aquellas dos manchas coloradas, que recordaban las heridas de guerra de la primera denuncia del arte contra la animalidad humana.
Los daños fueron disimulados y la historia olvidada. El cuadro, destrozado a la fuerza, luce ahora brillante en la sala, junto a los Fusilamientos. Ninguno tiene mácula, la ilusión de inmortalidad es perfecta. Están listos para las miradas, rejuvenecidos para las explicaciones y con la memoria enmudecida. No hay ni una señal en la estancia donde se admiran, que detalle cómo la historia ha intervenido en dos cuadros históricos. Goya no pintó héroes, los hizo.
Los turistas pasan y se plantan ante ellos. Quizá sientan el flechazo pacifista observando una de las pinturas más sangrientas, aunque no sepan que están triturados por todo lo que denunció Goya. A los 62 años, la guerra era su tema. No la idealizaba, no la pintaba virtuosa. Había dejado sus impresiones crueles en la serie de grabados de los Desastres, realizados cuatro años antes de las dos grandes pinturas. Tanto en unos como en otras, toda la desoladora visión del hombre entregado a sus más bajas y bestiales pasiones.
Gritar hoy
En la antesala el Museo del Prado acaba de montar otro grito contra la indiferencia. En este caso es contemporáneo, de la artista iraní Farideh Lashai (1944-2013), una videoinstalación inspirada en los Desastres de la guerra. “El Dos de mayo es la primera pintura que no se ensalza monarquía, sino que se centra en las víctimas anónimas. Es la primera pintura de modernidad. La última obra de Farideh antes de morir hace que el espectador se fije en las escenas que aparecen y desaparecen”, explica a este periódico la comisaria de la instalación, Ana Martínez Aguilar. De hecho, Goya hace el dos y tres de mayo tres años después de los Desastres y, en realidad, son dos desastres a color y gigantes que representan la condición humana como algo atroz.
“Goya y Farideh universalizan el horror de la guerra para alertarnos contra la repetición continua de estos acontecimientos. Puede hacer referencia a Vietnam, la Guerra Civil, Irak, Irán... Son testimonios de la humanidad sufriente y la capacidad de destrucción”, añade. ¿Puede el arte hacer algo más que mirar? “Denunciar estos hechos supone querer llegar a alguien para que frene nuevos desastres”. ¿Ha fracasado el arte por no haberlo logrado, tampoco Picasso con Guernica? “El arte no fracasa, el fracaso es del ser humano. El arte no fracasa, el fracaso es de quien no mira”, responde Martínez Aguilar.
El perfil del visitante del Museo del Prado, según sus propios estudios, es una mujer, con una edad de entre 25 y 34 años, que acude por primera vez a la pinacoteca y que no vive en España. Probablemente es norteamericana. El 41 por ciento de los visitantes tienen su residencia en el país. Entre el público poco habitual en el museo destacan los mayores de 55 años y los adolescentes y jóvenes, hasta los 24 años. Los museos son parte esencial de la formación del ciudadano, en ellos la historia y el patrimonio cultural están al alcance de los ciudadanos, apunta el informe Conociendo a nuestros visitantes, realizado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Goya estaba allí. Lo vio. Vivía en una casa en la Puerta del Sol, número 9, en el cuarto segundo. Quizá en la esquina de la calle Carretas. Miró y sus ojos de espíritu amargado vieron el fracaso de sus ilusiones de hombre de la ilustración. Ya no era el Goya desenfadado, cortesano, dado al encanto del color y de la vida. Tras la aparente euforia hedonista de un mundo sin problemas late un sentimiento trágico.
La multitud enardecida, provista de hachas, navajas y cuchillos cargan contra las tropas de los mamelucos del Emperador y los coraceros polacos. Cuando hablaron los cañones, la resistencia fue barrida después de dos horas de lucha desigual y feroz en la Puerta del Sol. La escena fogosa de Goya no combaten dos masas organizadas, sino unidades de un ejército con una multitud iracunda e inerme. La inferioridad parece compensada con la furia que retrata Goya. La llamada “furia española” tiene en este cuadro el origen de su mito.
Fracasar ante la guerra
Es un cuadro de historia sin protagonista. Somos ellos. El verdadero sujeto es el pueblo, agitado por una voluntad furiosa que acaba con los franceses. Los soldados asustados, la muchedumbre enloquecida. Es una insurrección callejera, salpicada por sorprendentes manchas de color esparcidas en el cuadro: grises, ocres oscuros, tierras claras, carmines rosados, finos verdes y azules de plateadas entonaciones.
Mancha con maestría con brochas gruesas por un lado y frota a veces ligeramente el color sin insistir. Empasta otras con rapidez y atrevimiento. Emplea mucho la espátula para los contrapuntos coloristas. “La rapidez en la ejecución llega a extremos geniales, sólo comparables con sus hermanas las figuras de la Quinta del Sordo, en los rostros manchados ligeramente”, explicó Lafuente Ferrari. El Dos de mayo es una escena de alzamiento vista entre la luz y el polvo de un día de mayo, y contrasta con la impresión que nos produce el nocturno de los fusilamientos.
“Goya refuerza la educación y el pensamiento de quienes quieren contribuir a favor de la humanidad”, subraya Martínez Aguilar a este periódico. Pero el arte confirma que es incapaz de intervenir en la sociedad y que el ser humano es un bárbaro; confirma su debilidad ante la capacidad destructora de sus creadores. “No”, replica la historiadora del arte. “El arte cala en el ser humano, aunque no evita su barbaridad. No es un remedio, ni una receta. Una obra de arte se dirige al corazón del ser humano y eso ya tendrá sus consecuencias. Aunque no pueda parar una guerra”.
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