Paco de la Zaranda (izda.) y Eusebio Calonge, en el Teatro Español

Paco de la Zaranda (izda.) y Eusebio Calonge, en el Teatro Español Begoña Rivas

Escena Teatro

La Zaranda: la compañía a la que Andalucía dio de baja

Vuelven al Teatro Español con "El grito en el cielo". Han dejado de ser el teatro inestable de Jerez para instalarse en Madrid.

6 enero, 2016 00:37

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La Zaranda. Hablamos de palabras mayores de los escenarios españoles. Llevan casi cuatro décadas haciendo lo que les viene en gana, que es decir lo mismo que buen teatro. Aunque ellos no creen en eso, como no creen en escuelas, modas ni carnés de partido. “No hay buen teatro ni mal teatro, hay teatro o no lo hay”, dice Paco de la Zaranda, director, que cuando está sobre el escenario actuando comparece como Francisco Sánchez. En 2015 participaron en la Bienal de Venecia de Teatro en un taller con una veintena de alumnos. “Lo más maravilloso que me ha pasado en mi vida teatral”, dice superlativo Paco. Aquello se acabaría convirtiendo en El grito en el cielo, su nuevo espectáculo, que llega ahora al Teatro Español (del 13 al 31 de enero).

Paco de La Zaranda, actor y director, y Eusebio Calonge, el dramaturgo del grupo, se sienten españoles en un sentido cultural -reivindican a Boscán, a Calderón, a Cervantes- y hablan con EL ESPAÑOL en un par de esos rincones con barra del centro de Madrid donde suelen dejarse caer. Bares donde sobra el whatsapp para reencontrarse con camareros conocidos y parroquianos fijos. Son los últimos bohemios de la escena española. Probablemente también los últimos Quijotes.

La capital los acogió de forma secreta hace ya décadas, y desde hace algunos años de forma oficial pero no publicitada. Hasta en sus desencuentros con la administración son discretos: han dejado de ser el Teatro inestable de Andalucía la Baja -aunque aún aparecen así nombrados en algún cartel- desde que en 2008, cuentan, la Junta de Andalucía se negó a pagarles unos bolos que les adeudaban (la excusa, fue, recuerdan, que pasaron demasiados gastos de viajes). Con las mismas, se trajeron la compañía a la Comunidad de Madrid. "Un amigo nos dice que hemos pasado de ser la Compañía Inestable de Andalucía la Baja a la Compañía Inestable a la que Andalucía dio de baja", recuerda Calonge. Puro vinagre de Jerez.

Eso de las modernidades es un gran bluf. Lo importante es la sangre que tu llevas y que va manando. El resto es mucho diseño, mucha estética fría', dice Eusebio Calonge

Ellos van a lo suyo. Incluso cuando se han codeado con la crema de los dramaturgos y directores europeos, en Venecia. “Eso de las modernidades es un gran bluf. Lo importante es la sangre que tu llevas y que va manando. El resto es mucho diseño, mucha estética fría. Hay mucha racionalidad, enfriamiento… Y lo importante es el calor que tú aportas a eso”. Luego, concede, “hay gente que es lícita y otra que te deja indiferente”.

Sangre de Segismundo

Su nuevo espectáculo podría hablar de lo que sucede en cualquier rincón del mundo, matizan. “Pero sintiéndome español. Eso es algo que causa muchos complejos que yo no tengo en absoluto. Ahí en ese geriátrico entran todas las ideas que ya la sociedad no asimila: las más profundas y radicales”, deja claro Calonge. En escena, Paco se atreve a decir “cosas que ya no se ven. Don Quijote y Sancho están ahí. Está nuestra cultura profunda”.

Calonge retoma la idea: “El gran mal y la gran estupidez empieza cuando pensamos que lo español son referencias políticas y no grandes hitos. Cuando vemos cualquier actitud política antes que a Don Quijote, ahí nos estamos equivocando”. Últimamente se confunde, parece que no se puede hablar de España sin hablar de política. “Totalmente. Ser español es tener la sangre de Segismundo y de Don Quijote. También de la Celestina. No pertenecer a ningún bando. De partida es eso, y no tener carnet”.

Una escena de El grito en el cielo

Una escena de El grito en el cielo

El teatro de La Zaranda ha ido recorriendo lugares imaginarios de inquietante y muy reconocible similitud con las telarañas de nuestras vidas. Páramos en los que actores se han perdido de forma godotiana sin saber dónde ir (Homenaje a los malditos); mansiones decadentes en las que se diseca a las ancianas para preservar el blasón (Nadie lo quiere creer), oficinas grises donde habitan empleados perdidos entre la burocracia y el sálvese quien pueda del mundo laboral... (El régimen del pienso, justo su anterior estreno).

'Hacer autocrítica de la propia gente del teatro me parece más primordial que criticar desde los escenarios a la sociedad, como si nosotros fuésemos dueños de una verdad absoluta', dice Calonge

En El grito en el cielo vuelven a esos mundos angustiosos en que gustan de sumergir al espectador: un asilo de ancianos. Varios de ellos han llegado a la conclusión de que les espera un final nada recomendable y que lo mejor es escapar… Pero casi nunca en La Zaranda la primera mirada explica lo que cuentan. Por debajo hay metáforas, símbolos. “Un mundo que está caduco antes de ser viejo, en el que hasta las utopías son de hace dos siglos”, reflexiona Eusebio.

El título habla de “un grito que trasciende. No sólo por la situación social. Antes habría que criticar la situación del teatro. Hacer autocrítica me parece más primordial que analizar desde los escenarios a la sociedad, como si nosotros fuésemos dueños de una verdad absoluta. El grito en el cielo es ese desgarro de lo humano frente a lo divino. Se pone cuando la pregunta no tiene una respuesta, que al fin y al cabo son los temas que trabaja siempre Zaranda”.

Eusebio Calonge y Paco de La Zaranda, en un bar del centro de Madrid

Eusebio Calonge y Paco de La Zaranda, en un bar del centro de Madrid Begoña Rivas

“Decía María Zambrano que el grito que sale del alma es el alma misma. Y siempre son tiempos de sacar el alma para afuera. Yo creo que ahora, más que nunca, el hombre necesita recurrir al alma”, prosigue Calonge.

El discurso zarandero tiene trascendencia, pero al final va a lo concreto. “Todo teatrero debería ser nada y el problema de la gente de teatro es que aspira a ser algo. Y es la única a la que se le permite no ser nada. Los demás son todos arquitectos, ingenieros, médicos… Pero un actor no es nada. El que es algo es el personaje en sí”, dice Paco. ¿Y la dignificación del oficio? Porque hubo un tiempo en que se decía lo de “cómico” de forma despectiva. Hoy se ha cambiado por “titiritero”. “Un actor es un catálogo de cicatrices. Ahí es donde tiene que buscar los recursos que le van a hacer pasar de una emoción a otra rápidamente. En realidad, ése es el oficio del actor”, sentencia Eusebio.

'El papel de la cultura es de dominio estatal hacia un hecho que debía de ser más natural, más al margen, como debía ser el teatro', asegura Eusebio Calonge

Lo político siempre les ha interesado poco, al menos en escena. Y eso que El régimen del pienso era su obra más combativa. Ésta, corrobora Calonge “tiene mucho que ver”. Pero deja bien claro: “La crítica ya nos pone por encima de lo que criticamos, cuando muchas veces somos cómplices. En el mundo de la cultura, especialmente en el del teatro, es muy fácil quejarse del olor y más todavía mientras echamos basura. A La Zaranda le importa cada vez menos el mundo de la cultura. La cultura es de dominio estatal pero es un hecho que debía ser más natural, más al margen. En el momento en que el teatro forma parte del mundo del papel couché, de los informativos, pierde fuerza, deja de ser denuncia por más que denuncie. Empieza a ser un simulacro”.

Sacrificio

Lo dice, les recuerdo, estando programados en un teatro público madrileño. “Nosotros lo que tenemos simplemente es una nave en Jerez. Ahí nos encerramos y hay gente que nos da de comer de vez en cuando”, matiza Calonge, que recuerda que en España casi todos los teatros son de titularidad pública. “La cultura ya es márketing, es ocio, es triunfo… Ahora mismo la cultura es una alfombra roja”. ¿Y el teatro? “Un mundo de alfombras rojas, de premios y de estupidez”. “El teatro es un reflejo de la sociedad, te está mostrando la enfermedad de ésta”, aclara Paco.

Ellos se sienten ungidos con una misión: “Venimos a los espacios públicos a perfeccionarlos, a que sean todo lo contrario, a demostrar que con cuatro cajas cogidas de un supermercado se puede hacer teatro. Y que estar un año sin cobrar haciendo teatro también es posible. Hay un sacrificio. En el sacrificio, el teatro te da algo a cambio: la obra. Venimos a contagiar eso”.

En estos años, cuentan, lo han pasado mal. Pero lo dicen “sin llorar”. “Eso hace legítima tu protesta: no está bien protestar desde un chalet. Ni siquiera desde la posesión de algo. Nosotros nunca hemos tenido nada, y eso es una grandeza poder decirlo. Tenemos lo que el teatro nos regala cada día”, dice con orgullo Calonge. “Lo que no es normal es lo contrario. En ese momento sí que te pueden pasar la mano por el lomo y estás completamente amaestrado”.

Eso de las modernidades es un gran bluf. Lo importante es la sangre que tu llevas y que va manando. El resto es mucho diseño, mucha estética fría

Cuando lo han pasado mal, asegura Paco, “nos ha salvado la fe”. ¿La cristiana? La suya propia: “El teatro podría ser una religión. Para mí es lo más importante de todo. Es la vida misma. Es más: yo soy porque hago teatro”. Calonge asegura, desmontando uno de los lugares comunes más recurrentes de los libros de autoayuda: “Un año malo a mí me ha enseñado una cosa muy buena: para tener fe hay que perder la confianza en uno mismo. Te entregas en manos del propio teatro. Pierdes la confianza pero nace algo en ti que te dice que te va a ir salvando y lo hace de un modo casi milagroso. No tienes absolutamente nada y sale el bolo para pagar la gasolina y por ahí surge alguien que te ayuda”.

Fuera del escenario son tan atípicos como dentro. Por ejemplo, cuando charlamos sobre cabalgatas y sobre cómo haría la suya La Zaranda. “Con su rey Melchor, su Baltasar y su Gaspar”, dice Eusebio Calonge. “A Gaspar lo tenemos ya, y es auténtico”, suelta Paco, por Gaspar Campuzano, actor de la compañía. “Negros estamos los cuatro”, añade. “Y camellos por el barrio tenemos los que quieras”, deja caer Eusebio. No hay mala baba, sino ingenio en sus retruécanos. De hecho, se muerden la lengua para no soltar maldades sobre algún que otro compañero de profesión con el que se "odian cordialmente".