No más precariedad: Arthur Miller da la razón a los estibadores
La obra 'Panorama desde el puente', representada en los Teatros del Canal, alerta de la situación a la que puede volver el sector si se dan pasos atrás en sus derechos laborales: los puertos de España mutando en un Brooklyn antiguo y sin esperanzas.
27 febrero, 2017 01:44Noticias relacionadas
Dice el abogado Alfieri en las primeras líneas de Panorama desde el puente, segundo Pulitzer de Arthur Miller, que tras el saludo que le dirigen los estibadores del Puente de Brooklyn descansan tres mil años de desconfianza. “En este barrio, encontrarse con un abogado o con un cura es mala fortuna: piensan en desastres, por eso nos prefieren lejos”, sonríe. “Un abogado significa la ley, y en Sicilia, de donde vienen sus padres, la ley no es una idea agradable desde que los griegos fueron derrotados”. También él nació en Italia, pero llegó a Red Hook a los 25 años. “Estas son las fauces de Nueva York tragándose los tonelajes del mundo. Y ahora somos casi civilizados, casi norteamericanos. Ahora transito por la mitad, y eso me gusta más. Por eso ya no guardo un revólver en mi escritorio”.
Cuenta que sus amigos y su esposa le advirtieron: la gente de este barrio carece de elegancia, de glamour. “Después de todo, ¿con quiénes traté a lo largo de mi vida? Con estibadores y sus mujeres, con sus padres y sus abuelos; casos de indemnizaciones, desalojos, peleas familiares… los despreciables problemas de los pobres”.
Después de todo, ¿con quiénes traté a lo largo de mi vida? Con estibadores y sus mujeres, con sus padres y sus abuelos; casos de indemnizaciones, desalojos, peleas familiares… los despreciables problemas de los pobres
Ese paisaje del Nueva York suburbial -el de los años cincuenta del siglo pasado- poco tiene que ver con la situación de los 6.150 estibadores que trabajan en España en 2017 -con turnos de 6 horas y un salario bruto medio anual de casi 68.000 euros-, pero tal vez la liberalización del sector, aprobada por el Gobierno para adaptar su legislación a la normativa comunitaria, despierte similitudes con aquella fragilidad laboral que retrataba Miller.
No sólo por la reducción de su sueldo en un 60%, sino porque, como han denunciado los portavoces de la Confederación Española de Transporte de Mercancías, la reforma convertiría los actuales contratos indefinidos en “puestos de trabajo precarios”, ya que las empresas podrán “sustituir libremente” a un 25, 50 y 75% de las plantillas durante los próximos tres años.
Miller no sólo era un visionario. En este caso, sin saberlo, juega con un regreso al pasado: su obra, representada hoy, alerta de la situación a la que puede volver el sector si se dan pasos atrás en sus derechos laborales. Los puertos de España mutando en un Brooklyn antiguo, sin esperanzas.
La deshonra del 'chivatazo'
El protagonista de Panorama desde el puente es Eddie Carbone -interpretado por el actor Eduard Fernández en los Teatros del Canal hasta este domingo-, estibador e italoamericano de Brooklyn, un hombre que conoce en sus propias carnes la ley no escrita de solidaridad entre inmigrantes. Se escandaliza a menudo cuando recuerda las historias de chivatazos ante las oficinas de inmigración. Vive con Bea, su esposa, y con Katie, su sobrina, a la que sobreprotege y alecciona porque, muy a su pesar, anda enamorado de la joven: “Acuérdate, es más fácil recuperar un millón de dólares robados que la honra, si la perdiste denunciando a alguien”, le dice.
Eddie es un buen hombre con deseos dolorosos. Se ha pasado toda la vida trabajando de sol a sol, cargando y descargando, ha mantenido a Katie, la ha visto crecer como a un polluelo y ahora que el proyecto de mujer ya no es sólo un proyecto, no soporta la idea de que se aleje de él. Se ha obsesionado con retenerla y ha adoptado dejecitos tiránicos: controla la ropa que se pone, los sitios a los que va, sus horarios, su futuro y, cómo no, su sentimentalidad. Ningún tipo va a ser bueno para Katie mientras él viva.
Este es el gran punto de inflexión de la obra: la erosión de valores que parecían inmutables a cambio de los propios sueños, por muy bajos que sean. El inmigrante se vuelve una amenaza y las fronteras se hacen necesarias en la cabeza del protagonista
Su crisis pasional se acentúa cuando acogen en casa a dos italianos ilegales: Marco, que levanta cajas de café con la angustia de enviar dinero a su mujer e hijos, y Rodolpho, un ser rubísimo y encantador que dice ser cantante y que sueña con hacerse norteamericano y comprarse una moto. Ambos trabajan también en el puerto. Pero cuando Rodolpho corteja a Katie y la lleva a pasear hasta altas horas de la noche -lo nunca visto en aquella niña residente de una caja de cristal-, Eddie enloquece y sus principios empiezan a tambalearse. Este es el gran punto de inflexión de la obra. La erosión de valores que parecían inmutables a cambio de los propios sueños, por muy bajos que sean. El inmigrante se vuelve una amenaza y las fronteras se hacen necesarias en la cabeza del protagonista.
Barcos e inmigración
Marco y Rodolpho llegaron en barco a Brooklyn, igual que llega la alimentación, la gasolina, los productos electrónicos y los textiles. Según explica el periodista Denis Delestrac, responsable del documental Freightened: el precio real del transporte marítimo, hallar inmigrantes en los contenedores marítimos era, hasta hace pocos años, el pan de cada día. “Ya no se encuentran, porque hay un problema de ventilación y mueren dentro”, asegura el experto. Con todo, la dudosa historia de amor entre la inmigración y los empleados portuarios sigue siendo estrecha: el 17 de febrero, casi 500 personas lograron saltar la valla de la frontera de Ceuta, de las 800 que lo intentaron. Interior lo vincula con la huelga de estibadores, ya que los refuerzos de Policía y de Guardia Civil se encontraban en los puertos para prevenir los problemas que se pudieran producir.
La posición del estibador es estratégica siempre. Más para Eddie, que se plantea manejar la información que tiene sobre los inmigrantes para deportarlos y que nadie le arrebate a Katie
La posición del estibador es estratégica siempre. Más para Eddie, que se plantea manejar la información que tiene sobre los inmigrantes para deportarlos y que nadie le arrebate a Katie. Se enroca en la idea de que Rodolpho quiere casarse con la chica para conseguir la nacionalidad: “¿Qué hizo con su primer sueldo? Se compró ropa elegante, discos, zapatos nuevos y los hijos de su hermano con tuberculosis y muriéndose de hambre en Italia”, le dice a la joven, para tratar de envenenarla.
“Ese tipo roba lo que necesita y se escapa, ¡tiene luces en la cabeza! ¡Tipos como ése no piensan en nada más que en ellos mismos! Si te casas con él, la próxima vez que lo vas a ver será el día del divorcio”. Llega a poner en duda su heterosexualidad sólo porque Rodolpho cose bien, canta y hace reír a los trabajadores portuarios con su forma de expresarse.
Supervivientes
Quien asiste a este proceso de demencia es el abogado Alfieri, acostumbrado como está a observar que los casos que trata sigan, inexorablemente, su curso sangriento. Intenta aconsejar a Eddie, que le pide insistentemente herramientas legales para acabar con Rodolpho. No entiende que no hay ninguna ley que prohíba a una mujer enamorarse de un sinpapeles: “La chica tiene que crecer e irse y el hombre tiene que aprender a olvidar”, le alienta Alfieri. “Déjela ir. Usted hizo su trabajo, pero ahora la vida es de ella. Deséele suerte y déjela ir. ¿Lo va a hacer? Porque no hay ley, Eddie, grábeselo en la cabeza. La ley no está interesada en esto”.
¿Somos solidarios hasta que vemos en juego algo nuestro; o, mejor, algo que creemos nuestro, en este caso, Katie? ¿Es que se puede asir el amor de una mujer? Ni siquiera hay patria aquí
En Panorama desde el puente no hay buenos ni malos: sólo supervivientes, cada uno a su modo. No hay respuestas ni moralina, sólo preguntas. ¿Somos solidarios hasta que vemos en juego algo nuestro; o, mejor, algo que creemos nuestro, en este caso, Katie? ¿Es que se puede asir el amor de una mujer? Ni siquiera hay patria aquí. No se instaura el tópico de “vienen a quitarnos nuestro trabajo”. Hay celos. Celos verdes, viscerales y destructivos.
“¿Piensas que podría soportar el resto de mi vida a una mujer que no quiero sólo para ser norteamericano?”, lanza Rodolpho a Katie. “¿Es tan maravilloso? ¿O es que crees que en Italia no tenemos edificios altos, luz eléctrica, avenidas, banderas? ¿Crees que no hay coches? Trabajo sí que no hay. Quiero ser norteamericano para trabajar. Esa es la única maravilla que hay aquí: el trabajo”. Cuando se entera de que van a casarse, Eddie no atiende a razones y finalmente les denuncia, pero Marco sale de prisión y le asesina. Muere en los brazos de su mujer Bea, a la que nunca quiso.