Las farolas de Barcelona llevan un mes luciendo la promoción de la nueva temporada del Liceu. "Res com l'amor per recuperar el seny", se podía leer en la banderola que avanzaba I puritani (Los puritanos), primera ópera de la temporada, estrenada este viernes. Nada como el amor para recuerar el seny; es decir, la ponderación o sentido común. En el vídeo publicitario, dos jóvenes se pegan el lote.
La programación de esta ópera no parece casual. El amor, más fuerte que la patria. La empatía por encima de las disputas políticas. I puritani es la última ópera de Vincenzo Bellini, uno de los autores románticos clave. Relata el amor en medio de la batalla entre puritanos y realistas en la Inglaterra del siglo XVII. Elvira, a la que da vida la soprano sudafricana Pretty Yende, es la puritana y partidaria de Oliver Cromwell, que inició una guerra contra el rey Carlos I hasta acabar ajusticiándolo. Arturo, encarnado por el tenor mexicano Javier Camarena, es realista, partidario de la Casa de Estuardo.
La puesta en escena traslada la acción al siglo XX, a los años duros del IRA en Irlanda del Norte, de donde es Annilese Miskimmon, responsable de la coproducción, en la que han participado las óperas de Gales y Dinamarca. Ya no se trata de puritanos y realistas sino republicanos y unionistas. La historia original se convierte en un flashback que ocurre en la cabeza de Elvira, desquiciada por el desamor. Todo para explicar que 300 años no son nada.
Cuando todo pudo saltar por los aires
Los paralelismos con la Cataluña actual fueron tan claros que un espectador no se pudo reprimir y los comentó a voz en grito en el medio de la sala mientras se proyectaba un vídeo con unos textos introductorios. Cuando mencionaba la violencia contra los ciudadanos y exiliados de un pueblo oprimido, vociferó: "¡Como nosotros!", siendo reprendido inmediatamente por otros espectadores. "¡Imbécil!", respondió uno, a pleno pulmón.
Cuando se mencionó a la decapitación de Carlos I, se escuchó un "¡eso no lo hemos hecho aquí!". "¡Cállate!", gritó rápidamente otro, a la contra. "¡¡Director, empieza ya!!", pidió otro distinto. La representación acababa de comenzar, la orquesta no había tocado ni siquiera el primer acorde y durante unos segundos se mascó la tragedia. Entre los asistentes, el president de la Generalitat, Quim Torra, la ministra de Política Territorial, Meritxell Batet (ambos separados por el presidente de la Fundación, Salvador Alemany), o los expresidentes catalanes José Montilla y Artur Mas, además del exprimer ministro francés Manuel Valls, candidato a la alcaldía de Barcelona. La escena estuvo a medio camino entre la tensión y el ridículo.
Falsa alarma. Atrás parecen haber quedado días como el de hace un año, cuando una parte importante del teatro cantó el himno de Cataluña, Els Segadors, coincidiendo con el registro de la Guardia Civil de la Conselleria de Economía de la Generalitat, unos días antes del referéndum del 1 de octubre, suspendido por el Tribunal Constitucional. Este viernes, había ganas de ópera en el Liceu y sus gestores parecen tener toda la intención del mundo en convertir al teatro en un punto de encuentro. "No queremos que el teatro sea un lugar al que venir a decir 'sí' o 'no' sino a reflexionar", explicaba uno de sus máximos responsables. La política, que la había, estaba más en la obra que en los espontáneos.
El reinado de Yende y Camarena
La función siguió y los espectadores pudieron concentrarse en las espectaculares voces de la soprano Yende y el tenor Camarena. El mexicano estaba medio enfermo y por poco no cantó la función inaugural, pero finalmente lo hizo con mucha autoridad a pesar de no estar al 100%. Su dominio en los registros agudos (y sus sobreagudos), su canto limpio y sin estridencias y su timbre privilegiado lo convierten en un Arturo con muchas garantías. Fue de menos a más, con un primer acto menos claro, pero un tercero, el clave para su papel, en el que dio la talla.
Yende fue quizás el descubrimiento de la noche. Sus arias fueron muy aplaudidas. Utilizó bien su voz, nada grande y encarnó la locura de Elvira con eficacia y ornamentos en su sitio, a pesar de algún que otro descuido con la afinación. Cuando cantó con Camarena, el público disfrutó a lo grande, especialmente en el dúo de amor final. La dirección musical corrió a cargo del americano Christopher Franklin, que salvo algunos desajustes estuvo correcto en el foso.
Críticas a la puesta en escena
El público del Liceu, siempre muy vivo, agradece enormemente las buenas voces, que se inscriben en la tradición del teatro de atraer a los mejores cantantes. Por eso se dejó las manos con Yende y Camarena. En los saludos, el equipo artístico recibió no pocos abucheos. El traslado de la acción sólo se resuelve en el tercer acto cuando Elvira pregunta a Arturo cuánto tiempo había estado lejos de ella. "Tres meses", responnde. A ella se le habían hecho "tres siglos de suspiros y de tormentos" que conectaban la Inglaterra del siglo XVII con el conflicto del Ulster contemporáneo. Hasta poco antes de ese momento, la idea no se entiende bien. "¿Pero, quién es esa?", se preguntaban algunos espectadores sobre la Elvira norirlandesa que vagabundeaba en el siglo XVII. La escenografía y la iluminación, en una especie de sacristía o garaje, resultó pobre a ojos de muchos espectadores.
La obra permitió un buen diálogo entre la política y el amor. Entre el deber y las lealtades políticas y el poder de la emoción que no entiende de fronteras, ni territoriales ni ideológicas. Arturo, enamorado de Elvira, de familia enemiga, antepone primero su patria al amor para salvar a la reina Enriqueta, pero finalmente vuelve a su amada. El amor está por encima de las disputas políticas. Y así lo acogieron los espectadores mientras una catalana y española universal, Montserrat Caballé, gran defensora de la cultura como potente nexo de unión, se iba apagando poco a poco en la cama del hospital barcelonés en la que falleció horas después del estreno.
Los asistentes
Un Liceu ajeno aún a la muerte de una de sus divas quería disfrutar o, al menos, olvidar otra semana tumultuosa en lo político. Una gran alfombra roja, con photocall incluido, recibió a las autoridades, que posaron con Salvador Alemany, presidente de la Fundación, y Valentí Oviedo, el nuevo director general, que genera cada vez más alabanzas por las grandes dosis de dinamismo que está inyectando en la institución.
El PSC contó con una abultada presencia. Además de Batet y Montilla, no se lo perdieron el primer secretario, Miquel Iceta, el presidente de AENA, Maurici Lucena, el portavoz en el Ayuntamiento de Barcelona, Jaume Collboni, o la portavoz en el Parlament, Eva Granados. El vicepresidente del Parlament José María Espejo (Ciudadanos), también acudió, así como los diputados en el Congreso Carles Campuzano y Jordi Xuclà (PDeCAT) o la diputada de ERC Anna Caula. A Campuzano, el portavoz del PDeCAT en la Cámara Baja, se le pudo ver con Torra en el descanso. No acudió Ada Colau, pero sí la concejal Gala Pin y el comisionado de Cultura, Joan Subirats. Tampoco se lo perdieron cineastas como Ventura Pons y David Trueba o el concursante de Operación Triunfo Alfred. Copa de cava en mano, todos decretaron una tregua en las hostilidades políticas que pronto volverán al Parlament y a la vida política española. Tres horas y pico (lo que dura la representación) de Bellini y buenas voces, son menos que nada.
I Puritani se representa en el Liceu desde el 5 al 21 de octubre.
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