Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) es un director de orquesta que duda, pero sólo en lo fundamental. No es que no tenga convicciones o ideas. Al contrario. Son sus enérgicas apuestas, en las que confluyen altas dosis de preparación y de instinto, las que lo han llevado a la cima en una profesión que comenzó a ejercer como una afición cuando era un adolescente como director de coro en su Granada natal.
Ahora, Heras-Casado es el principal director invitado del Teatro Real y mantiene una intensa actividad por todo el mundo. Hay mañanas en las que se levanta y tiene que preguntarse varias veces en qué ciudad se encuentra. Hay noches en las que, en la impersonalidad de una habitación de hotel, se plancha sus propias camisas para el día siguiente. "La vida del director de orquesta es la menos glamourosa del mundo", bromea, pero sólo viviendo las miserias cotidianas se disfruta de verdad de lo sublime de la música.
Estos días dirige en el Teatro Real El oro del Rin, la primera de las cuatro óperas que componen El anillo del Nibelungo, el mítico ciclo de Richard Wagner. La institución madrileña le ha confiado la dirección musical de la tetralogía, que se representará en cuatro temporadas consecutivas. Heras-Casado se ha sumergido en la complejidad wagneriana sin certezas, ansioso por huir de la polarización creciente que observa en la política y en la sociedad y dispuesto a arriesgar. Como siempre.
¿Dónde reside el reto y la complejidad de Wagner?
Tiene muchos niveles. Uno de ellos es traducir la partitura de una manera muy precisa y fiel al espíritu original sin perder en ningún momento el sentido dramático y teatral. Wagner le da toda la importancia y el protagonismo a la orquesta. Tiene un peso específico y genera la tensión dramática. Pero, al mismo tiempo, la música no debe perder su sentido de modernidad, su espíritu revolucionario. No debe dejarse caer en tópicos de la tradición wagneriana o lo que uno espera de ella.
¿A qué se refiere?
Con titanes como Wagner se han ido creando tradiciones interpretativas que tienden a ubicar a un compositor en un lugar confortable y común donde el público se siente identificado. Pero todos estos grandes genios y, en concreto, Wagner, eran lo contrario: revolucionarios que trataban de sacar de sus casillas al oyente y crear nuevas formas de arte. Wagner quería revolucionar, sorprender y agitar. Él lo hace de manera muy concisa y precisa. El reto es devolver esto a Wagner.
Si un artista se pasase la vida buscando el buen momento para hacer una revolución, no existiría el arte
La recepción de la crítica a su Oro del Rin ha sido mixta. Alguno de los críticos más destacados ha lamentado que precisamente le falta "narratividad" a la orquesta como ese "ente autónomo, con voluntad propia" que es y que quizás usted sea musicalmente demasiado joven para un título así. ¿Es necesario prepararse toda la vida para afrontar la complejidad de Wagner?
Respeto la opinión de todo el mundo. Hay quien decide aislarse y no hacer caso de las críticas, pero yo lo leo todo. Hay cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero en cualquier caso son opiniones personales. E igual que esas, hay que respetar otras críticas, las de los que no escriben o las del equipo con el que trabajas. Al final, tienes que ser fiel a tu experiencia y a tu instinto. Si un artista se pasara la vida calculando cuándo es el buen momento para expresarse, cómo se debe abordar una duda o un problema, o cuándo iniciar una revolución, no existiría el arte. Si un artista se dedica a continuar, a hacer lo que se espera de uno, no existiría el arte. Para dirigir Mahler, Beethoven o Bruckner… ¿hay que estar al borde de la muerte porque haya algunas referencias de mucho peso? Si es así, el arte muere. Mejor cerramos la partitura.
A diferencia de otros, usted ha decidido no especializarse en un tipo concreto de repertorio sino que sigue combinando autores de cinco siglos. ¿Es conveniente concentrarse en algún período concreto para poder abordarlo con garantías?
A mí me sigue interesando todo. Se trata de una actitud artística y humana que no voy a perder nunca. Dentro de un par de años voy a empezar una trilogía de Monteverdi en la Ópera de Viena, que es otro cantar pero también un reto maravilloso. También trabajaré en obras de Beethoven, o interpretaré a Schumann con la Filarmónica de Munich. Todo sigue siendo un reto.
En la variedad está el gusto.
Sí, pero todas esas variantes son diferentes expresiones de un todo. Yo no soy un director wagneriano cuando estoy en el foso y luego otro con otro repertorio. Soy siempre el mismo.
"La droga de Wagner es el desesperado intento de crear una mitología y una tragedia modernas. Porque lo trágico de nuestro tiempo es que carece de tragedias a pesar de ser un mundo en perpetua tragedia. Wagner fue el último en intentarlo", escribió Félix de Azua en El País. En su libro, A prueba de orquesta, publicado recientemente, se pregunta a qué suena el presente. ¿Qué le preocupa? ¿Cuáles son los problemas del presente? ¿Sobre qué debe reflexionar la música? ¿La identidad, la diversidad, la desigualdad, el medio ambiente?
Me preocupa sobre todo la identidad. Estamos muy perdidos, vivimos agitados por un vaivén de opciones, políticas y de toda clase. No sabemos bien qué lugar ocupar ni a qué atenernos o agarrarnos. La ideología casi no existe y ha sido suplantada por las tendencias, los fundamentalismos o la necesidad de pertenecer, pero esa idea de pertenencia en nada tiene que ver con la vinculación a un grupo cohesionado por unos valores de generosidad, de compasión y de cultura.
Parece como si hubiera que decantarse siempre por un partido o por una opción. Hay que ser del Madrid o del Barça, ser de izquierdas o de derechas, estar permanentemente a favor o en contra. Los matices se están perdiendo en todo. Eso es lo que más me preocupa, porque lleva a radicalismos, populismos y posiciones extremas en las que nos enfrentamos por lo que no es verdaderamente crucial. Hay que buscar lo que nos une.
¿Las identidades nos separan?
No, es el concepto de identidad. Lo hemos pervertido y hay quien se apropia de él con un interés evidente. Ese es el peligro, la apropiación de la identidad y, a partir de ahí, que te hagan elegir si estás dentro o fuera. Eso es lo que crea la segregación, la confrontación, el odio, el sentimiento de diferencia como algo negativo.
¿La ausencia de matices se lleva mal con la música?
No hay una verdad absoluta. La cultura y la música nos ayudan a entenderlo, pero debemos escuchar de una manera inteligente, aceptando la complejidad, haciendo un esfuerzo por encontrar el diálogo y las zonas comunes. Esto es lo que la música y el arte aportan.
Cuando la música se resume en darle al play o sentarse en una butaca, estás perdido
¿El reto más importante de la música es aportar matices a un mundo cada vez más polarizado?
Se tiende a simplificar y por eso me obsesiona hacerme preguntas en cada cosa que hago y evitar los lugares comunes que se aceptan porque sí. La lectura y la relectura de una partitura te va a aportar nuevos datos y matices siempre que estés dispuesto a escuchar, a que te hable. Tú tienes que estar dispuesto a aceptar el reto y, como director, a presentar la música como algo nuevo, diferente, orgánico. Vivo. En el momento en el que se convierte en darle al play, o en sentarse en una butaca, en el momento en el que vas a un teatro a desconectar, estás perdido. Y cuando lo intentas, tienes que tratar de abrirte sin que pesen demasiado las referencias. Es decir, estar dispuesto a escuchar una sinfonía número 5 de Beethoven que no sea como la versión que has escuchado toda la vida y tanto te gusta. La idea se puede trasladar fácilmente a otros contextos.
¿A cuáles?
Al Congreso de los Diputados. Al "esto puede estar bien, pero no me vale porque lo ha dicho aquel de allí", que está al otro lado del hemiciclo, que es el enemigo.
A veces se tiene una idea equivocada de los autores clásicos. Muchos de ellos fueron unos incomprendidos. No disfrutaron de las mieles del éxito en vida a pesar de estar hoy en los altares. Pero son los que hoy conforman el grueso de las programaciones. ¿Se necesitan referentes vivos en la música clásica, próximos a los espectadores, que vivan en sus ciudades y vivan sus miserias?
Es importante que los haya porque siempre ha sido así. Hasta hace 150 años, toda la música que se escuchaba era del momento era música contemporánea y fijaba la estética y la filosofía de su presente.
Y solía rechazar la época anterior por anticuada.
Exacto. Pero incluso cuando se empezó a recuperar música de períodos anteriores los estrenos eran un acontecimiento. El estreno de un ballet de Ravel, de cualquier obra de Debussy, de una sinfonía de Bruckner o una ópera de Wagner generaban una gran expectación.
Hay que hacer de la música contemporánea un acontecimiento que no sólo guste a frikis y entendidos
Ahora es justamente al revés. En los teatros de ópera donde los abonos se configuran casi a la carta, el público suele escapar de los títulos contemporáneos.
Los creadores tenemos que hacer un esfuerzo por estar presentes en la sociedad. A algunos les parece que hacerlo es traicionar a tu ser creativo. Yo creo que se debe huir de la zona de confort, que no hay que tratar de satisfacer fácilmente al público, pero al mismo tiempo es necesario estar en contacto con él, comunicar lo que estás haciendo y por qué. Roma, de Alfonso Cuarón, es una obra de arte. No está pensada para ser un taquillazo. Y, sin embargo, está consiguiendo un gran reconocimiento. Los intérpretes, compositores y teatros tenemos que saber preparar al público, construir eventos de estrenos de música contemporánea y dejar de pensar que, cuando la hacemos, sólo trabajamos para el friki de turno o el círculo de entendidos. Lo hicieron antes que nosotros los grandes renovadores del arte. Se preocupaban por por el contacto con el público a pesar de ser iconoclastas y vanguardistas.
¿Cómo de importante es la igualdad de género como asignatura pendiente en las orquestas, los teatros o la composición?
Se están dando pasos, definitivamente. No empezaron con el Me too sino antes y es de justicia dar espacio a compositoras de la actualidad y del pasado. Es algo evidente, necesario e imparable. Cada vez más orquestas programan obras compuestas por mujeres. Desde Rebecca Saunders y Kaija Saariaho a jóvenes como Anne Clyne. También hay muchas directoras que, poco a poco, están ocupando puestos de relevancia. En la generación de las que hoy tienen 30 años hay muy buenas directoras. En el podio ha tardado más.
La igualdad de género tarda en llegar al podio por los tópicos machistas y autoritarios sobre el liderazgo
¿Pesa más el tópico de agresividad, liderazgo y testosterona?
Sí, tenía mucho que ver con el concepto machista del liderazgo. Pero también el concepto del propio director de orquesta. Yo me hubiese negado a construirme un papel en torno a esos tópicos. No hubiese sido director de orquesta. He crecido en otra sociedad, en otro entorno. El concepto autoritario, machista, casposo del ordeno y mando proviene de otra época. Todo eso ha cambiado. Y más que va a cambiar.
¿Cree que debería haber discriminación positiva, un empujón para superar el peso de una historia machista?
Hay que ayudar y se está haciendo. Yo lo veo en la música sinfónica. Para recuperar el tiempo perdido, hay grandes instituciones y orquestas que están liderando el cambio. Es curioso. Se piensa que la Filarmónica de Nueva York o la Royal Opera House (de Londres) no tienen que hacer ningún cambio porque ya son todo y te sorprenden creando foros para mujeres compositoras de ópera o ciclos de jóvenes directoras, por ejemplo. Es esperanzador.
En su libro trata de desmitificar la figura del director de orquesta. Al ‘maestro’ se le puede caer una lentilla segundos antes de estrenarse en el Teatro Real, como le pasó a usted, compartir noches de juerga con los músicos a los que dirige o celebrar sus cumpleaños de manera improvisada por tantos y tan extenuantes viajes.
Es algo tan obvio… Hay que romper los muros de papel porque no tienen ningún sentido. La música clásica y la ópera necesitan visibilidad y normalidad. Nos vestimos como todo el mundo y hacemos en nuestras vidas lo que hace todo el mundo. Tener que decirlo me resulta hasta ridículo, pero durante demasiado tiempo se ha creado una torre de marfil que justifica ese concepto. Es como si siempre llevásemos frac.
La vida del director de orquesta es la menos glamourosa del mundo
Hablando de trajes, en su libro dice que lleva cuatro idénticos en su maleta. Muy habitual tampoco es.
[Ríe] ¡Pero es porque sudo mucho! La explicación es muy mundana. Este tipo de vida es el menos glamouroso del mundo. Te ves en una habitación de hotel planchándote las camisas la noche anterior. Y ese tipo de momentos, tan triviales y humanos, son imprescindibles para vivir los momentos sublimes de la música.
Los directores tienen sus miserias.
Sí, y los compositores también, como decías antes. La mayor parte de su vida, Wagner rozó la delincuencia, tuvo deudas, protagonizó estafas, fue considerado un radical, buscó alianzas inverosímiles e interesadas hasta en el plano sexual… y así todo.
¿Cómo escucha usted música? ¿Plataformas, CD’s, en directo?
Por lo general, en plataformas de streaming. Itunes, Idagio… Antes, viajaba con un montón de CD’s, ahora los escucho sólo en casa.
¿Con o sin cascos?
Cada vez más con, aunque no soporto los que se meten en la oreja, los de teléfono o los que se supone que te aíslan.
En las plataformas hay tantísimo que uno no sabe qué escuchar. ¿Cómo elegir cuando las posibilidades son ilimitadas? ¿Cómo educarse a uno mismo?
Es cierto, pero si salimos a comer en Madrid, ¿a qué restaurante vamos? Para mí, la oferta no es un problema, es una ventaja.
En ocasiones, soy el 'marido de' Anne Igartiburu, y con todo el orgullo
En el libro habla de su relación sentimental con la periodista y presentadora Anne Igartiburu. ¿Cómo lleva ser el "marido de" en algunos contextos? ¿Le ha generado alguna incomodidad?
Jamás. Jamás. Depende de cómo lo lleves. Yo tengo una entidad propia y ella también, tanto en lo profesional como en lo personal. Desde el principio hemos hecho una vida en la que lo individual es muy público y nuestra vida, totalmente privada. En ocasiones, depende de en qué momento, yo soy su marido. Con todo el orgullo. Y en otras ocasiones, es al revés, porque yo tengo mi propia trayectoria profesional. Ella me acompaña mucho en el resto del mundo y está feliz estando a mi lado, siendo la mujer del maestro, estando juntos en el backstage, en un hotel o en momentos de estudio.
¿Les respeta la prensa?
Absolutamente. Estoy convencido de que es una cuestión de como tú lo lleves, del respeto que te tengas a ti mismo y lo que quieras exponerte.
[Le puede interesar: Pablo Heras-Casado, el director de los sentidos]
Noticias relacionadas
- Pablo Heras-Casado: "La cultura debería ser primordial en el debate de investidura"
- Wagner, "banda sonora" del desguace del capitalismo
- El Teatro Real producirá 10 de las 13 óperas de la nueva temporada
- El Real se convierte en un "abismo de brutalidad" con la ópera ‘Die Soldaten’
- Anne Igartiburu y su marido, Pablo Heras, derrochan amor en el tenis
- La violación que destroza el Teatro Real para condenar a todas las Manadas
- Wagner en el vertedero del pelotazo: fantasía ecologista en el Teatro Real