Cada época explora, a su manera, los límites de la brutalidad y la violencia. Pero para sobrepasar esos confines es necesario tener dibujada antes una línea en el suelo que sirva como tope a lo imaginable o soportable. Cada generación tiene la suya, producto de su memoria y, en ocasiones, más bien de su desmemoria. En los tiempos de Bernd Alois Zimmermann el límite era la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y el riesgo de la destrucción total de la humanidad bajo las bombas atómicas, probadas 20 años antes de que el compositor alemán estrenase en 1965 Die Soldaten (Los soldados).
Para simbolizar la destrucción de la humanidad, Zimmermann tomó a Marie, una joven ingenua y llena de vida que sólo quiere enamorarse y prosperar. La protagonista sufre un proceso de absoluta degradación hasta convertirse en un despojo que no es ni reconocido por su padre, cuando le pide limosna en la calle. Una "puta de soldados" (como se llega a decir en la obra) que es una víctima del trato que le van dando los hombres que la han usado y le hacen perder la sonrisa. Marie sucumbe ante unos militares que, al comportarse como grupo, acaban por deshumanizarse, banalizando sus propias acciones, desatando sus instintos sexuales y su sadismo: tratando a su víctima como un pañuelo de usar y tirar.
La complejísima obra de Zimmermann concibe el tiempo como una "realidad esférica" en la que no hay pasado ni futuro sino que todo existe de una forma simultánea. Todo un bofetón para una audiencia que todavía vive bajo el estupor, el horror o la indignación por los hechos y la sentencia de la Manada, como se conoce a los cinco hombres que, según los tribunales, abusaron en Pamplona de una joven de 18. Por si fuera poco, entre los condenados hay un soldado y un guardia civil.
Los hechos de una ópera estrenada hace más de medio siglo, que para colmo está basada en una obra de teatro de hace más de doscientos años, podrían perfectamente ser parte del polémico fallo judicial que la Audiencia Provincial de Navarra dictó hace menos de un mes. Un límite de la brutalidad compartido por presente y pasado que se expresa con más crudeza sobre el escenario que en las crónicas de los medios de comunicación.
Todo es bestial y excesivo
Todo es bestial y excesivo en Die Soldaten y la puesta en escena de Calixto Bieito explota al máximo la "poesía de la violencia" que tanto le gusta al dramaturgo y que en el Real se pudo atisbar hace unos meses en el asesinato de Carmen, una de sus más exitosas producciones. Pero Die Soldaten, que hasta este miércoles en el Teatro Real nunca se había representado en España, no se puede comparar con nada.
La ópera está concebida para ser interpretada no en un escenario sino alrededor del público, con muchas escenas, hasta 12, que tienen lugar al mismo tiempo con hasta 17 cantantes. En un principio, los responsables del teatro de Colonia que encargaron a Zimmermann la obra la cancelaron al considerarla imposible de representar, algo que obligó al compositor a rehacerla. Aún así reviste una gran complejidad.
Bieito utiliza no menos de cuatro grandes pantallas, dentro del escenario y en los laterales, para mostrarnos a Marie de joven, grabaciones de personajes atormentados, a la protagonista pintándose los labios o escenas grabadas por los propios cantantes con pequeñas cámaras que tienen lugar fuera de la vista del espectador, incluyendo una felación al final del segundo acto. Es difícil saber dónde mirar, pero en todas partes hay horror.
Una reflexión sobre la mujer
"Nadie tiene más motivos para temblar que una joven hermosa. Los sueños de juventud son demasiado buenos para este mundo", se dice en un momento de la obra. El padre de Marie, muy tradicional, está seguro de que a su hija la van a engañar y maltratar. "Si al menos me dejases decidir por mí misma…", suspira la protagonista, sin saber que acabará siendo utilizada. Pero la dicotomía está clara en la relación del padre con su hija: ¿proteger de los peligros o educar en libertad y pese a los riesgos?
"No se puede dar un paseo por las afueras sin ver a un soldado manoseando a una muchacha", se escucha más adelante. Y la obra puede reflejar bien la situación de gran inseguridad que viven muchas mujeres que no tienen claro si las agresiones y la violencia de género sencillamente están emergiendo tras siglos de silencio o si, al hacerlo y ser denunciadas, provocan un rebrote de la agresividad masculina.
En otro momento, la condesa de Roche, madre del último hombre que intenta seducir a Marie, reflexiona sobre la protagonista como si se tratase de mercancía averiada por las malas lenguas a pesar de que es sólo una víctima. ¿No tiene derecho la víctima a superar su propia condición y rehacer su vida? Las preguntas no obtienen respuesta en la ópera, que se limita a levantar acta de la barbarie.
Mujer como silla y bandeja
La violencia sale a borbotones en cada escena de Calixto Bieito. Desde el sexo de los soldados hasta la utilización de una prostituta, a la que también maltratan y se turnan, pasando por los azotes de la condesa a su hijo, con el que mantiene una relación de dominación e incestuosa. Marie acaba sirviendo literalmente como silla y como bandeja. "¡Sólo los opresores serán felices!", se escucha en el escenario. Stolzius, su amor platónico, con el que no tiene sino escenas separadas, es humillado por la soldadesca y, al alistarse para vengarse, acaba presenciando el acoso a su amada y su hermana.
En Die Soldaten, toda la orquesta va vestida con uniforme militar, incluido el director, Pablo Heras-Casado, que no sale a escena. No recibe el aplauso inicial de cortesía sino que ya se encuentra allí. Los músicos ni siquiera están en el foso sino dentro del escenario, sobre una estructura metálica de color amarillo que sirve como una fábrica de ignominia. Esto es la guerra. Los cantantes llegan a estar a centímetros de los que se sientan en primera fila. A ellos no les marca cada entrada el director, que se pasa la función de espaldas a los protagonistas, sino un asistente que sigue las indicaciones de Heras-Casado a través de un monitor.
Los timbales y el resto de percusión parecen cañones mientras la orquesta genera disonancias y toca al mismo tiempo a ritmos (o tempi) distintos, superponiéndose en algunos momentos referencias a otras obras y géneros, desde corales de Bach hasta canto gregoriano, pasando por un Dies Irae, marchas militares y jazz.
Una partitura compleja
La partitura, considerada la ópera alemana más importante de la segunda mitad del siglo XX, es complejísima y su música serial puede resultar una tortura para los amantes de las óperas más clásicas. Su potencia es apabullante y difícil de digerir. En el estreno, los espectadores menos flexibles fueron abandonando la sala, bien en medio de la primera parte o en el intermedio, alguno con malos modos. Las deserciones no impidieron que los que sí llegaron al final cayesen rendidos ante el desgarrador canto al feminismo y contra la violencia.
La sensación fue muy extraña y recordaba a alguna de las producciones más polémicas de Gerard Mortier, el anterior director artístico. Los cantantes no dejaban de saludar ante grandes aplausos que provenían de un teatro cuyo patio de butacas lucía medio vacío el día de un estreno.
La dirección de actores, fundamental, es excelente y Susanne Elmark, la soprano que ya representó a Marie cuando se estrenó la producción en Zurich, en 2013, recibió una ovación por su esfuerzo. Todos los papeles son muy angulosos, con grandes y difíciles intervalos entre nota y nota, y en casos como el suyo pueden suponer un maltrato añadido al de la trama. También Uwe Stickert (Desportes, el primer pretendiente de Marie) y Leigh Melrose (Stolzius, su amante original) fueron muy aplaudidos. Muy por encima de ellos está Heras-Casado, que aborda con éxito la complejísima dirección musical y fue premiado por el público.
La violación final
La ópera acaba con la imponente violación, con Marie abierta de piernas, sujetada por unos y por otros mientras un joven y apuesto criado de Desportes, con cara más de adolescente que de hombre, la penetra a golpes secos frente a todos. Poco después, una prostituta destroza literalmente parte del decorado del teatro hasta el punto de que hay algún espectador que se cree que está dañando de verdad el patrimonio.
Suena un padrenuestro mientras la orquesta estalla por la tensión. Marie, ensangrentada, levanta los brazos y grita largamente su dolor mientras es el espectador el que se siente violado. Acaba la obra y el vacío es enorme, pero la violencia tiene su sentido, como dice Calixto Bieito: verla en un teatro permite reflexionar sobre ella antes de contribuir, en la vida real, a ampliar los límites de la maldad.
Die Soldaten (Los soldados). Estreno en España. Se representa en el Teatro Real desde el 16 de mayo al 3 de junio.