David W. Griffith o Cecil B. DeMille son los nombres de referencia cuando hablamos de los primeros años del cine en Hollywood, pero hubo una directora que les trató de igual a igual, hasta el punto de contar con un puesto permanente en la poderosa Motion Pictures Directors Association: Lois Weber no sólo fue la primera mujer en firmar un largometraje, sino que la innovación que aportó al lenguaje cinematográfico, así como dirigir varios de los títulos más taquilleros de la época, deberían haberle asegurado un puesto de honor en la historia del cine. Y todo, no dejando a nadie indiferente: "polémica" fue el adjetivo que más acompañó a su nombre.
Weber había nacido en 1879 en lo que hoy es un barrio de Pittsburgh, y desde pequeña mostró dos pasiones que terminarían confluyendo en su trabajo como cineasta: una extrema sensibilidad artística, que la empujó a iniciar una frustrada carrera como pianista, y unas profundas convicciones religiosas que la llevaron, siendo poco más que una adolescente, a cantar himnos por la calle y vivir exclusivamente de lo que los transeúntes le daban por ello.
Sin embargo, pronto entendió que el teatro y el incipiente cine tenían una capacidad de interpelar al público que excedía con mucho lo que ella pudiese hacer en solitario. Así que probó suerte, y no le fue mal: en 1905 fue contratada como actriz por la Gaumont Film Company, y un año después se casó con el director de ésta, Phillips Smalley. Además, ambos comenzaron a trabajar como pareja artística, tanto delante como detrás de la pantalla pero, en un caso verdaderamente peculiar, fue ella siempre la que destacó por delante de él, al contrario de muchas parejas en las que el hombre eclipsaba a su compañera.
Pronto se vio que Weber tenía talento: escribía, dirigía y actuaba en cortometrajes que iba firmando a intervalos regulares. En 1914 se convirtió en la primera mujer en dirigir un largometraje con El mercader de Venecia, pero sería en 1915 cuando conseguiría un rotundo éxito con su título más ambicioso hasta aquel momento, Hypocrites, de la que se encargó de la dirección, el guión, la producción y la interpretación. La cinta ponía en evidencia a una sociedad obsesionada por el dinero, que la llevaba a corromperse de arriba abajo. Pero lo que hizo correr ríos de tinta fue su inclusión del primer desnudo frontal no pornográfico femenino, una actriz que interpretaba a la "Verdad Desnuda". Como suele ocurrir, la polémica (aún en nuestros días, la película sigue prohibida en Ohio) sirvió para llenar los cines, convirtiendo la película en un monumental éxito de taquilla.
Weber siguió utilizando las películas para difundir sus ideas, que en muchas ocasiones chocaban de frente contra lo que era permitido mostrar en una pantalla: en Where Are My Children? (1916) llamaba a las mujeres a tomar el control de su sexualidad y defendía el acceso a los métodos anticonceptivos (y, por cierto, también la eugenesia, algo muy extendido en aquel momento en la sociedad norteamericana). Por su parte, en The People vs. John Doe (1916), criticó con dureza la pena de muerte. Claro que tampoco dejó de lado el mero entretenimiento, firmando cintas tan eficaces como Suspense (1913), donde utilizaba la partición del cuadro para mostrar acciones simultáneas para crear tensión, algo en lo que fue pionera y que utilizarían después de ella muchos otros cineastas.
En la cúspide de su fama, decidió independizarse y crear su propio estudio en 1917, Lois Weber Productions, un año después de haberse convertido en la cineasta mejor pagada de la Universal, donde llegó a tener de ayudante a un joven John Ford. Continuó con el ritmo de producciones y éxitos (unas doscientas, de las que sólo sobreviven una veintena), pero el fin de la Primera Guerra Mundial y la llegada de los Felices Años Veinte hicieron que sus intenciones moralizantes fueran mal aceptadas por un público que sólo quería divertirse y no ser aleccionado.
Eso marcó el declive de Weber. Cada vez dirigió más ocasionalmente, mientras aceptaba trabajos de revisión de guiones o de asistencia en el rodaje de otros directores. Divorciada de Smalley y casada con poco éxito por segunda vez, fue dilapidando la fortuna que llegó a acumular hasta que, en el momento de su muerte en 1939 a causa de una enfermedad gástrica, ni siquiera dejó dinero para poder pagar su entierro, que fue sufragado por varios de sus antiguos compañeros de la industria. Dejó tras de sí una autobiografía, que su hermana luchó durante décadas por publicar, hasta que en la década de 1970 fue robada y desapareció sin dejar rastro. Hoy, una estrella en el Paseo de la Fama es uno de los pocos testimonios que quedan de esta figura clave de la historia del cine.