Hay quien dice que la buganvilla debería tener otro nombre. No el de Luis Antoine de Bougainville, capitán de la expedición francesa que, en el siglo XVIII, trajo a Europa todo un aluvión de nuevas plantas. Tampoco el de quien era su botánico oficial, Philibert Commerson. Más bien parece que gran parte del mérito correspondería a quien era su oscuro asistente, Jean Baré, que le cuidaba mientras estaba enfermo (la mayor parte de los tres años que estaba previsto que durara la expedición), y que resultó en realidad llamarse Jeanne Baret y ser una mujer.
Una mujer con un profundo amor por la botánica y que fue quien hizo la mayor parte del trabajo de campo ante la imposibilidad de aquél de salir de su camarote... hasta que su secreto se reveló y ella y Commerson fueron obligados a desembarcar, en castigo por haber contravenido la norma de que las mujeres no podían enrolarse en la Marina Real francesa. Podía haberles ido peor: en algunos casos, la desobediencia acarreaba incluso la pena de muerte.
En algún momento entre 1760 y 1764, Baret había entrado a servir en la casa de Commerson. Apenas se sabe gran cosa de ella, más allá de que había nacido en 1740 en La Comelle, en Borgoña, y que muy pronto se había quedado huérfana. Sin embargo, era perfectamente capaz de leer y escribir al conocer a Commerson, algo totalmente inusual para la época. Cuando la mujer de éste falleció, Baret se convirtió en la práctica en la amante de éste, hasta el punto de que llegó a concebir un hijo que fue entregado en adopción. Y cuando él se convirtió en el botánico oficial del rey, le siguió a la corte.
Nuevas tierras
En 1766, Francia, que quería recuperar el terreno perdido en la época de las grandes exploraciones frente a Gran Bretaña y España, organizó una gran expedición científica por América y Oceanía para encontrar nuevas tierras y ampliar el conocimiento de las ya descubiertas. Commerson fue asignado a ella y, ante la perspectiva de tener que separarse de Baret, decidieron organizar un engaño: aprovecharon su salud precaria para que se aprobara que viajara con un asistente. Haciéndose pasar por hombre, Jeanne subió al barco en otro puerto, como si no se conocieran previamente. Como precaución, el botánico había hecho testamento dejándole todo a ella.
Organizaron un engaño: aprovecharon su salud precaria para que se aprobara que viajara con un asistente. Haciéndose pasar por hombre, Jeanne subió al barco en otro puerto
Hasta 1768 se mantuvo la ficción. En un barco abarrotado como aquél en el que viajaban, la mala salud de Commerson fue una suerte, porque se le asignó el amplio camarote del capitán para que su "asistente" pudiera cuidarle, el único además que poseía aseos propios; además, la condición de él les daba una excusa para aparecer lo menos posible en público. Cada vez que el barco tomaba tierra, ambos descendían, pero la mayor parte del laborioso trabajo lo ejercía ella, que sentía una verdadera devoción por la botánica. La cosecha final sería de 3.000 nuevas plantas; Commerson se reservó ponerle su nombre a 70 de ellas; sólo una recibió el de Baret, y encima luego fue removido en un cambio en la clasificación.
Atrapados en la isla
Pero el frágil teatro no podía durar. Ya algunos indígenas de las islas del Pacífico, en las que era socialmente aceptado el transexualismo, notaron desde el primer momento que quien decía llamarse Jean Baré era en realidad una mujer. En 1768, mientras el barco estaba anclado en Isla Mauricio se supo a ciencia cierta y, como castigo, Bougainville hizo abandonar el barco a la pareja, que se quedó sin medios para volver a Francia. Commerson murió allí en 1773, y Jeanne tuvo que poner en marcha una taberna en Port Louis para sobrevivir. Mientras, el fruto de su trabajo causaba sensación científica en toda Europa.
En 1768, mientras el barco estaba anclado en Isla Mauricio se supo a ciencia cierta y, como castigo, Bougainville hizo abandonar el barco a la pareja, que se quedó sin medios para volver a Francia
Finalmente, Baret terminó por conocer a un oficial francés, Jean Dubernat, con quien terminaría casándose en 1774. Gracias a ese matrimonio pudo acompañarle de vuelta a Francia. Allí por fin se podría cumplir el testamento de Commerson, y recibió toda su herencia. Además, Luis XVI le concedió una pensión vitalicia en agradecimiento a sus servicios en la expedición, en el que la reconoció como la primera mujer en dar la vuelta al mundo.
Baret vivió hasta 1807, y los años posteriores vieron cómo el recuerdo de su labor científica se perdía. Hasta que en 2012, con motivo de la aparición poco antes de su primera biografía, escrita por Glynis Ridley, The Discovery of Jeanne Baret, el botánico norteamericano Eric Tepe quiso darle el nombre de Solanum baretiae a una especie sudamericana emparentada con la patata, el tomate y la berenjena. Por fin algo de su enorme labor se plasmaba en el saber que tanto había contribuido a expandir.