Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) ha ganado el Premio Nadal de Novela, en su edición número 72, con la obra La víspera de casi todo. De esta manera releva en el trono del galardón a José C. Vales y pasa a formar parte de una lista en la que figuran Carmen Laforet, Gustavo Martín Garzo, Andrés Trapiello, Lorenzo Silva, Francisco Casavella, Clara Sánchez, Alicia Giménez Bartlett, Álvaro Pombo o Sergio Vila-Sanjuán.
La novela ganadora del Nadal está ambientada en un pequeño pueblo de Galicia, en la Costa da Morte, donde "he tratado de crear un universo" y allí el autor evoca "la historia de personas que son como árboles que tienen las raíces en el agua, porque no tienen nada a lo que aferrarse, excepto el pasado".
"Somos los que somos porque venimos de donde venimos", resume Del Árbol sobre estos personajes, que "no están dispuestos a creer en la predestinación, que están dispuestos a cambiar su destino". A veces, agrega Del Árbol, "hay un clic en nuestras vidas que nos cambia el planteamiento y es capaz de mover nuestras creencias y convicciones y nos vemos viviendo una vida que no creíamos que podríamos vivir".
Autor de ideales
La anterior novela del nuevo Nadal descubría la historia cruzada de dos personajes, el de uno de principios del siglo XXI y el de otro en la Unión Soviética de Stalin, en 1933. En Un millón de gotas (que también la publicó Destino), el escritor y mosso d'esquadra en excedencia desde 2011 revelaba la necesidad de ideales para sobrevivir en una sociedad individualista.
En la Policía aprendió a observar, dice, también a pasar por situaciones extremas de las que sacó provecho para su escritura
Con su segunda novela, La tristeza del samurái (Alrevés, 2011) las librerías francesas lo convirtieron en un best-seller. Fue traducido a más de diez idiomas y eso llamó la atención de Planeta, que ahora le premia con 18.000 euros. En ese momento decidió dejar su carrera contra el crimen para dedicarse a escribir sobre él. Suele decir que es escritor gracias a su madre, pero vive de la escritura gracias a Francia. No le gusta que le definan como escritor de la memoria histórica, que es como a Francia le gusta reconocerle. Prefiere llamarse “escritor de la conciencia histórica”.
De todas maneras, a los tres años de ingresar en la Policía ya se había dado cuenta de que ese no era su sitio. El seminario tampoco era el lugar para el que estaba llamado y lo dejó. A Víctor, como le gusta decir, le cuesta comulgar con las estructuras y la administración. Es decir, tiene problemas con la autoridad, “siempre he sido muy anárquico”, ha comentado a este periodista. Es un tipo soberano, que quiere controlar el protagonismo de su vida.
En barricadas
En la Policía aprendió a observar, dice, también a pasar por situaciones extremas de las que sacó provecho para su escritura. Abandonó porque ya no cumplía con los principios que justificaban su trabajo para la sociedad. Intervenir en desahucios no debe ser fácil si las razones que justifican tus actos no coinciden con las órdenes que te obligan a traicionarlas. Suele quejarse de la mentira de los poderes públicos y de los políticos, se lamenta de la educación y de la utilización partidista del futuro de la formación de los menores. Deplora la falta de una enseñanza de historia contemporánea a la altura de nuestro pasado.
En su anterior novela llamaba a la movilización civil contra el abuso de la razón de Estado
En Un millón de gotas este curioso policía con corazón de escritor dejaba recados para las rebeliones contra los sistemas desiguales e injustos: “La primera gota es la que empieza a romper la piedra”. Llamada a la movilización contra el abuso de la razón de Estado. “Yo no sería lo que soy si no hubiese encontrado en mi vida un millón de gotas”, dice para destacar su creencia en el bien común y en la defensa de los valores de la comunidad por encima del individuo.
Por eso al pasar la utopía por la realidad fallamos, por eso utilizaba en esa novela el comunismo como una gran utopía comunitaria fallida, porque “acabó convirtiéndose en una pesadilla”. En el libro se lee: “No son las ideas las que nos traicionan, sino los hombres que las llevan a cabo”.
Por su parte, el periodista catalán Lluís Foix (1943) ha sido galardonado con el 48 Premi Josep Pla de prosa en lengua catalana, dotado con 6.000 euros, con las memorias Aquella porta giratòria. El autor, que se había presentado al concurso bajo el seudónimo Joan Marc y con la novela La porta giratòria, plantea en este proyecto la segunda parte de sus memorias, esencialmente su experiencia en La Vanguardia.
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