Nos vemos en esta vida o en la otra (Planeta) no es un ejercicio de estilo: es una crónica desnuda, un verbo con los huesecitos marcados. Sólo costillas y aire, nada dentro. Gabriel Montoya -único menor implicado en los atentados del 11-M y primer condenado- nunca lloró. No fue al minuto de silencio por las víctimas que se celebró en su reformatorio. Nunca se arrepintió de lo que hizo, dice, aunque sí de lo que pasó. "Murió mucha gente que no tenía que haber muerto y demás, pero si necesitas dinero, ¿qué haces?".
El Gitanillo, Baby, el niño Gabriel. Un delincuente común que terminó ayudando -sin saberlo- a terroristas suicidas a cometer los atentados más sangrientos de España. Transportó los explosivos de Asturias a Madrid. 191 asesinados, pero el negocio es el negocio. No hay literatura aquí. Ni moraleja, ni retintín, ni cancioncilla. Ningún aprendizaje, nada de esperanza; no más ironía que la que suda la propia vida. El nuevo libro de Manuel Jabois (Sanxenxo, 1979) -que toma también café solo- es exactamente lo que tiene que ser. Una mirada limpia, una verdad de quirófano.
El nuevo libro de Manuel Jabois es exactamente lo que tiene que ser: una mirada limpia, una verdad de quirófano
Le costó año y medio convencer al chico de que hablara por primera vez. Y ahora es el periodista quien contagia esa abulia triste de Montoya. Ese desapego, esa inercia. "No he venido a coger al lector de la mano y a decirle 'mira qué malos son estos'. No he buscado frases sonoras ni puñetazos sobre la mesa". Termina uno la última página medio desinflado. Hila ciertas cosas que no se atreve a decir en voz alta. Y, sobre todo, no quiere acabar de creerse que la vida -esta, o la otra- vaya, de verdad, hacia ninguna parte.
¿Qué siente hacia Gabriel Montoya?
Te voy a decir la verdad: no siento absolutamente nada. He trabajado con él. Tengo el mismo sentimiento que con cualquier otro entrevistado. Con él he estado más tiempo (concede).
¿Cuánto tiempo?
Un año, casi. Entre pitos y flautas... por supuesto, interrumpidamente. No hemos tenido una relación muy estrecha, de hecho hablamos muy poco ahora. Nos hemos llamado, desde que acabó el proceso, dos veces. Para preguntar cómo iba... no tengo ninguna relación afectiva con él.
¿Dónde quedaban?
En un pueblito del norte en el que él estaba con su chica. Se ha movido otra vez ahora... ha dejado su trabajo y está buscando otro. Nos citábamos en el patio de un hotel y allí conversábamos.
¿No ha ido a su casa?
No, no he conocido su casa. He estado esperándole abajo pero no he entrado. No he desarrollado con él ninguna relación afectiva. Yo he hecho muchísimas entrevistas, aunque en esta última etapa en Madrid no sé si he hecho alguna (bromea), y consigo tener una relación bastante profesional con el entrevistado. Cuando escribo y cuando trabajo soy bastante frío, frío en el buen sentido. No me involucro sentimentalmente con la gente con la que estoy trabajando. Yo creo que no he hecho ninguna amistad con ningún político, con alguna fuente o con alguna gente con la que haya tenido relación periodística. No por una línea roja ni frontera ética: es natural. Tengo la ventaja en eso de que ahora me dedico mucho a la opinión y al reportaje, no tengo ese día a día y me libero de esas relaciones.
Pero más allá de una relación íntima con Gabriel, tendrá una concepción de quién es él, de por qué hizo lo que hizo, de qué circunstancias lo pusieron en esa trama... su padre drogadicto y preso, su madre maltratada y compinchada con él en venta de drogas... Me llama la atención que al principio del libro habla de "suerte". De suerte de nacer y crecer en un sitio o en otro, con un entorno familiar o con otro.
Hombre, las circunstancias condicionan siempre todo lo que haces. ¿Sabes qué ocurre? Que el adulto con el que entabla relación y el adulto que lidera la trama [Emilio Trashorras] tuvo una familia bien perfecta, matrimonio bien avenido y recursos económicos. Lo primero que he tratado de hacer con este libro es no responder a los porqués. El trabajo del periodista no es ese. Yo aquí acumulo información y la plasmo. No tengo ninguna conclusión acerca de esto. Del mismo modo que en la vida no busco los porqués, eso se ha transmitido también a mi obra. Puedes nacer en los Hamptons. También allí hay psicópatas y cometerán atentados, aunque imagino que en menor medida. O nacer en una ciudad del norte de España en la que tengas poco que hacer salvo trapichear y estar con malas compañías.
Gabriel carece de empatía. Al final dice "No me arrepiento de lo que hice, me arrepiento de lo que pasó".
Es una frase bastante estrafalaria. Pero ahí está lo que me llama la atención: cómo en pocas semanas pasas de estar fumando un porro en un portal... a estar participando en los atentados terroristas más graves de España, o de Europa. Por eso quise empezar el libro en el primer encuentro que tuvo él con Emilio. También por la influencia que tuvo sobre él.
No es, exactamente, una historia sobre el 11-M...
No, es una historia humana. Tiene un protagonista único que ni siquiera es Gabriel, que son las 192 víctimas. Deliberadamente no salen en el libro. Y deliberadamente los atentados no salen. Lo he hecho porque quiero que estén presentes de la primera a la última línea. Que no sean un párrafo ni dos más. Este libro no tendría sentido si no hubiese 192 muertos. No tendría sentido contar la vida de este chico si debajo de todo eso latiese lo que latió: el mayor horror y la mayor masacre terrorista que hubo en España. Detrás de ese primer encuentro fortuito entre Gabriel y Emilio, detrás de cada detalle que estoy contando... están esos cadáveres.
¿Qué cree que pensarán los familiares de las víctimas cuando lean el libro?
No lo sé. No me lo he planteado. Leerán, si lo leen, la vida de este chico, de este menor, y de qué forma absurda acabas haciendo lo que haces y las consecuencias que tiene lo que haces.
Pero piensa que Gabriel no era imprescindible en la trama, ¿no? Hubiera pasado igual si él no hubiese existido.
No, no era imprescindible. Desde luego. Estos terroristas estaban buscando dinamita y si no la hubieran conseguido en Asturias hubiese sido en otro lado. Pudo acelerarse o retrasarse dependiendo de la logística y de los pobres diablos que ayudaron, pero no es el libro-pieza maestra del 11-M ni mucho menos. Es la historia tangencial. Bastante decisivo en el juicio, eso sí. A la hora de condenar a Emilio y exculpar a otros. Su testimonio tuvo un peso tremendo.
¿Por qué quiso hablar y por qué con usted?
Esto es una hipótesis, y odio hablar de hipótesis y elucubrar cuando en el libro hago lo contrario, pero yo creo que irse de Avilés le ayudó. Irse de su ciudad, donde estaba toda la gente de la que hablo aquí. Y conmigo... bueno, esto lo cuento en el prólogo. Un compañero mío de El Mundo, Joaquín Manso, lo localiza porque es de allí... y le convence de que se tome un café conmigo. Empezamos a hablar. Es verdad que me lo puse entre ceja y ceja porque me apetecía contar esa historia. Este tío, con 15 años... su edad, sobre todo. Todos hemos pasado por la adolescencia y ha sido traumática, pero...
Gabriel fue frío con Joaquín y frío conmigo. No quería hablar, pero me dijo "bueno, si un día quiero contar mi verdad, mi vida, nunca he hablado de esto con nadie...". Eso a mí me abre una puerta. Tenía su teléfono y lo llamaba de vez en cuando. Pero ya no "¿qué, qué?", sino "¿cómo estás, cómo te va la vida?". Teníamos cierta relación para que él sepa que soy de confianza y que no voy a hacer un análisis sensacionalista. Le envié incluso algunos reportajes. Luego ya me fui de El Mundo y un día me llamó. Y le dije vale, pero vamos a hablar largo y tendido y lo convertimos en libro. No lo iba a publicar en El País, cuando lo más complicado, que era dar con él, lo hice gracias a El Mundo.
Entiendo que habiendo escrito este libro da por buena la versión oficial de los hechos.
Sí. Leí bastante. Y hombre, somos periodistas, nunca puedes decir que esto es verdad al cien por cien, pero todo lo que cuenta la sentencia ocurrió. Que hay... como en cualquier atentado de estas características, cabos sueltos y huecos sin cubrir... ciertos autores intelectuales... pero sí, sí. La doy por buena.
Cree entonces que fue un error lo que publicó El Mundo en su día.
Ha habido una serie de errores que no tienen tanto que ver con El Mundo como con la cadena policial, las fuerzas de seguridad del Estado. Muchísimos de los involucrados en el 11-M eran confidentes. Y hubo avisos y reavisos y demás. En cuanto a lo que publicó El Mundo, a mi juicio, leyendo y repasando lo que publicó esos días y en los días posteriores, me doy cuenta de que accedían a una información muy, muy valiosa. Y de los grandes medios, El Mundo fue quien más detalles, más información y más exclusivas llegó a sacar, pero servían a una causa. A una causa autoimpuesta. Aunque se enfade mi querido amigo y tu jefe, la información que se sacaba se enfocaba hacia esa teoría de El Mundo.
El periodista Fernando Múgica dijo que estaba escribiendo un libro sobre el 11-M y que iba a contar la verdad: que no había sido ETA y los islamistas tampoco. Dejaba caer algo sobre los cuerpos de inteligencia. Y, como cita a Múgica en Nos vemos en esta vida o en la otra, quería saber qué opinión le merece esto. ¿Qué pasaría si lo llegase a publicar?
Bueno, Múgica bautizó al chico como El gitanillo. Pues, sinceramente, no creo que pasase nada. Siempre estamos a vueltas con esto. La verdad ya se ha dicho y ha sido juzgada. Si se aporta una clave más... todos los casos son susceptibles de reabrirse. Pero ocurrió lo que ocurrió, se suicidó la gente que se suicidó, se dejaron las bombas que se dejaron... yo, desde luego, no he investigado a fondo el 11-M ni lo he investigado como Fernando Múgica, pero me fío de los Tribunales de Justicia.
¿España ha aprendido algo de esos atentados?
No. España nunca aprende nada. Qué va a aprender. Si 12 años después, cada 11-M seguimos con diferencias, polémicas y declaraciones cruzadas. No. No es un país que vaya a ir a una nunca. Y cuando no vas a una cuando tienes casi 200 cadáveres encima de la mesa... no encuentro el modo de lo hagas nunca.
Hay mucha ironía en el libro, aunque no dependa de usted.
Mis ironías las he recortado. Si escribo sobre mí, sobre mi vida, es distinto. Mi vida es mucho más benigna, gracias a Dios, pero también más aburrida. No da para muchas columnas (bromea). Puedo exagerar, decir disparates... porque se trata de mí mismo, y, por lo tanto, no me falto al respeto; y si me lo falto, es que tengo un problema conmigo.
Pero hombre, Carmen Toro [ex esposa de Emilio Trashorras] diciendo "sin ánimo de desprestigiar, cómo voy a invitar a un moro a mi boda"... el nivel de patetismo que se roza aquí es bastante grande. No tengo que tocar nada para abordar ni el horror, ni el patetismo, ni la hilaridad que arranca la vida muchas veces. Mira el final de Richard. Le escribe una carta al director diciendo que no tiene ningún problema con esta familia a pesar de que le ha dado una paliza al padre y al hijo...
Para qué poner emoticonos en el texto. Hubo gente que me decía "el libro me gusta, pero te echo de menos". Esos codazos o esas bromas que hago en las columnas... aquí no quería hacerlo. No sé, ahora no puedo abrir este libro. Me despego mucho de las cosas que hago. En la cultura periodística del día a día, los periodistas estamos enterrando nuestro trabajo más que creándolo. Y yo lo que quiero ahora es enterrar este libro a nivel personal.
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