“De momento, y en el futuro que puede preverse claramente, sólo la libertad que puede alcanzarse en el interior de cada ser humano puede ser segura”. Y a pesar de ello, nada es más ajeno al espíritu de la época en la que vivimos que sugerir que cualquiera podría buscar la libertad interior, porque esto desvelaría que nuestra fe es puré de patraña, que la creencia dominante que considera que el mundo humano está evolucionando a mejor es mentira.
“Está claro que hay muchas personas que no pueden vivir sin esta fe reconfortante. Lo más caritativo que puede hacerse es dejarlas con su sueño”. Así descubre nuestros días el profesor John Gray, que imparte clases de Pensamiento Europeo en la London School of Economics y es autor de libros como Las dos caras del liberalismo: una nueva interpretación de la tolerancia liberal, Al Qaeda y lo que significa ser moderno o Contra el progreso y otras ilusiones.
Al mismo tiempo, en muchas partes del mundo están surgiendo nuevas formas de despotismo
La libertad es uno de los asuntos preferidos del ensayista inglés, que a finales de 2015 publicó en España un breve tratado sobre los límites y las contradicciones de eso que debería convertir a los seres humanos en seres soberanos. Su título: El alma de las marionetas. Un breve estudio sobre la libertad del ser humano, publicado en Sexto Piso. Sé lo que están pensando y sí, es un recorrido por la falta de libertad de los títeres, es decir, de usted y yo.
Unas semanas antes de que se desatara la ira contra la polémica representación en los carnavales madrileños de los títeres del “Gora Alka-ETA”, que acabó con sus autores Alfonso Lázaro y Raúl García en la cárcel por enaltecimiento del terrorismo e incitación al odio, el libro de Gray advertía: “Al mismo tiempo, en muchas partes del mundo están surgiendo nuevas formas de despotismo. Los gobiernos contemporáneos están desplegando las últimas tecnologías para desarrollar técnicas de control hipermodernas, mucho más invasivas que las de las tiranías tradicionales”.
Artistas "blasfemos"
Gray siempre juega a la contra, por eso es un aguafiestas que actúa contra la alegría de las falsas esperanzas, de los vendedores del humo de la risa. Piensa que vivimos en una época en que cualquier referencia a los defectos del animal humano “se condena como blasfemia”. Prohibido criticar. Prohibido escapar de la corriente. Prohibido cuestionar nuestra hipocresía. Esta mañana, los coches de la calle Claudio Coello, en Madrid, han amanecido con un pasquín en su parabrisas en el que se lee: “NO MAS EXPOSICIONES BLASFEMAS”. En el camino de la censura, los ciudadanos molestos con la exposición de Juan Francisco Casas en la Galería Fernando Pradilla se dejaron la tilde.
Días atrás, una pintada nocturna en la fachada del local tachaba el trabajo del pintor como “blasfemia”. La muestra reúne varias obras hiperrealistas hechas a bolígrafo, con referencias a artistas clásicos como Bernini y su éxtasis de Santa Teresa, que Casas ha reinterpretado a partir de la perturbación de los días en que las tradicionales fronteras entre intimidad y exhibición ya no son válidas. El artista reconocía a este periódico que el embajador español en Italia, Francisco Javier Elorza, IV marqués de Nerva, también censuró varias imágenes de la santa que debían haberse mostrado en la exposición de la insigne Academia de Roma, donde Casas fue becario.
Este viernes, en la inauguración del Salón del Cómic de Barcelona, el dibujante Miquel Montlló denunció que la organización del certamen retiró dos obras de una muestra de desnudos femeninos, por la queja de un visitante: se las veía el vello púbico. EL ESPAÑOL se puso en contacto con el director del Salón, Carles Santamaría, que aseguró que no era censura, sino “trabajos de mantenimiento” y que serían repuestas inmediatamente. Según Santamaría los marcos estaban dañados. Curiosamente, sólo los marcos de las dos únicas obras en las que las mujeres muestran su vello.
Los seres humanos se conocen demasiado poco para ser capaces de fabricar una versión superior de sí mismos
John Gray cuenta que, después de haber sido aniquilado por el cristianismo, el gnosticismo ha conquistado el mundo, y “creer en el poder liberador del conocimiento se ha convertido en la ilusión dominante de la humanidad moderna”. La mayoría quiere creer que alguna explicación o comprensión los librará de sus conflictos. Así, a la espera de que esa ilusión se cumpla, se recrean en una supuesta evolución natural de la libertad que les confirma que “a peor no se puede ir”. “Anhelamos un tipo de conocimiento que nos haga diferentes de como somos, aunque no podemos decir cómo nos gustaría ser”.
El pensador critica la falta de voluntad soberana, de ahí que compare al ser humano contemporáneo con un títere… y salgamos perdiendo: “La marioneta es capaz de resistirse a la gravedad porque no tiene que decidir cómo vivirá. Los seres humanos son de movimientos torpes y están siempre a punto de caerse”. Frankenstein fue el mayor experimento del hombre para mejorarse. Aquella encarnación del orgullo del ser humano, creada por Mary Shelley, como el resto de intentos por erradicar el mal y fomentar la libertad en el animal humano, termina en fracaso: “Los seres humanos se conocen demasiado poco para ser capaces de fabricar una versión superior de sí mismos”.
En nombre de la libertad universales, los gobiernos han emprendido guerras que han exigido sacrificios humanos “a una escala que los aztecas no podían haber imaginado”. “Lo que Leopardi llamaba “la barbarie de la razón” ha resultado ser más salvaje que la barbarie del pasado”, escribe Gray, defraudado con la falta de voluntad. La falta de libertad para un títere no es un problema, porque es un objeto inanimado. Seres sin voluntad, seres sin alma ni conciencia, títeres que no saben que no son libres. Títeres, despertad.