Jackson Pollock nos enseñó a desaparecer por dentro y no le hicimos caso. “Mientras pinto no soy muy consciente de lo que está pasando”, dijo hacia 1947. También soltó que no hay nada igual a que una pintura salga bien. Nada: “Un polvo no está ahí, a la misma altura. Siempre podría ser mejor, de alguna manera. Pero una pintura bien lo es todo”. Todos podemos echar un polvo, pero quién hace una “pintura bien”. Perdamos la consciencia -como hacía el expresionista abstracto durante el acto de pintar- para vivir al ralentí, reducir la presión y rebajar las exigencias que nos destruyen.
Eso es Desaparecer de sí (Siruela), una reflexión sobre cómo quedarnos en blanco… para volver a la vida. Resetear contra la obsolescencia programada. “En una sociedad en la que se imponen la flexibilidad, la urgencia, la velocidad, la competencia, la eficacia, la disponibilidad, la precariedad del empleo, etc., ser uno mismo no es sencillo”, asegura a EL ESPAÑOL el sociólogo y antropólogo francés David Le Breton (1953), del que leímos y admiramos hace dos años Elogio del caminar.
En un sistema neoliberal como éste, la existencia se convierte en una fatiga
Hay libros, como éste, que muerden desde el índice: “Dejar de ser persona” o “Maneras discretas de desaparecer”… Mosquitas muertas asesinas que invitan a reventar las reclamaciones del sistema con indicaciones para “reencontrarse y recuperar el aliento”. Desaparecer es una cuestión de vida o muerte (en vida), votes a Rajoy o te abstengas. Nadie escapa al “estilo de vida” marcado por las obligaciones, las exigencias, los compromisos, la apariencia, el estrés, pero todos deben sobrevivir a ellas.
En un sistema neoliberal como éste, la existencia se convierte en una fatiga -estar presentes siempre, sin descanso- y una amenaza que lleva al individuo a la depresión por saturación. “El burn out aparece cuando ya no le queda energía alguna por haber vivido demasiado tiempo por encima de sus posibilidades”, comenta.
Respira o muere
Desaparecer de sí es un vademécum para dimitir de uno mismo y hacer un corte de mangas a todo lo demás. Y dejar de estar a la altura de las exigencias propias y ajenas. Instrucciones para romper y tomar aliento, “aunque sólo sea para poder escapar por un tiempo de nuestras rutinas y preocupaciones”. A esa pequeña revolución en la que uno desaparece de sí antes de “caer en el ocaso por falta de fuerzas”, Le Breton la llama “blancura”. Es lo más parecido a una “cámara de aire” en la que el que entra se reconstruye: “Para desaparecer y regresar más tarde con fuerzas renovadas”.
Es una “experiencia transitoria que reduce a un estado de ingravidez las exigencias de la vida cotidiana”, explica. “Tomarnos unas vacaciones de nuestra propia historia”, añade. En una palabra, abandonarnos, hacernos invisibles un tiempo. Eso es la blancura, la voluntad de ralentizar o detener el flujo del pensamiento, de poner fin a la necesidad social de componerse en todo momento un personaje. Contra el acontecimiento, el ralentí. Contra el personaje, la persona.
Mejor desaparecer por su propia mano que atropellado por los otros o por las circunstancias
“Retirarse es la última posibilidad de no ser aplastado de no sentir el peso de la existencia. Mejor desaparecer por su propia mano que atropellado por los otros o por las circunstancias”, escribe el sociólogo. ¿Cómo desaparecer? Distraerse (paseando), agotarse (por ejercicio), descansar (dormir) todo lo que permita soltar lastre de la realidad que pesa.
“La lógica contemporánea de la empresa radicaliza las formas de gestión empresarial, que acentúan la tiranía real y la necesidad de un estado de alerta permanente”, explica a este periódico Le Breton. Y en la guerra de la competencia, la velocidad es clave para vencer. “El teléfono móvil es el instrumento clave de la movilidad, de la capacidad de reacción, de la adaptabilidad y la multiplicación de los compromisos. El móvil convierte en ilimitado el tiempo de trabajo”, dice.
Esclavos libres
Los tiempos muertos desaparecen y la vida cotidiana se coloniza por una urgencia sin fin, “que desborda el ámbito de la empresa y no respeta ni siquiera la vida personal y familiar”. El trabajo se ha liberado, el trabajador se ha esclavizado. El móvil y el ordenador portátil siempre encendidos, el trabajador siempre preparado para dar una respuesta. “La movilización permanente empuja al individuo al límite de sus posibilidades” y a ponerle en contradicción con sus propios valores.
Cada uno de nosotros debe mantenerse lúcido en lo tocante a sus límites personales y reservarse un jardín secreto
Le Breton subraya lo que todos sabemos: el ser hipermoderno está desconectado y aislado, y, esto es lo que se ha olvidado, sin vínculos sociales está abandonado y perdido. “El individuo contemporáneo más que vinculado está conectado, se comunica cada vez más pero se encuentra con lo otros cada vez menos, y de hecho prefiere las relaciones superficiales que comienzan y terminan según su voluntad”. Basta con apagar y dejar de ser individuos individuales.
Si eres de los que está convencido de que existir ya no sirve, que es necesario sentir que se existe, apunta, palabra de Le Breton: “Más que caer en el agotamiento o en la laxitud, cada uno de nosotros debe mantenerse lúcido en lo tocante a sus límites personales y reservarse un jardín secreto, un lugar donde reencontrarse y recuperar el aliento”.
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