El hasta hoy músico Bob Dylan duerme en los almacenes de las librerías de segunda mano. “Para mañana te lo puedo traer”, dice el responsable de la Librería Pérez Galdós, que conserva montañas de ediciones descatalogadas y novedades fuera de circulación antes de lo previsto. Una de las que resbaló al olvido antes de tiempo fue el único cancionero completo que se ha publicado en este país, con letras que abarcaban desde 1962 a 2001. De ese libro sólo queda rastro en hangares a las afueras de la ciudad. Mañana estarán de camino a las tiendas, para atender la demanda de Bob Dylan, el poeta.
Aquella edición apareció en Global Rhythm, que pasó a mejor vida y todo su catálogo se esfumó. De la aventura sólo queda su promotor, Julián Viñuales, hoy remando en la editorial Malpaso, junto a Malcolm Otero Barral. Si hay una persona en este país que creyó en Dylan el poeta antes de que la Academia sueca lo coronara como dios de la lírica, ese es Viñuales. “Me ha pillado por sorpresa”, dice el editor, que ha cerrado con Andrew Wylie -el agente del cantautor y de los escritores más importantes de la próxima Feria de Francfort- reeditar todo lo que ya había editado en su anterior casa.
Para la campaña de Navidad saldrá el cancionero ampliado hasta nuestros días. Tarántula, la novela anfetamínica, también. Y la segunda parte de sus crónicas, su autobiografía, está en juego en estos momentos. El chacal -Wylie- dice que su cliente ya ha empezado a escribirla, pero como dice Malcolm, “va a poner los derechos del libro a cocción lenta”. Si alguien va a sacar dinero con ese libro, ese es Wylie.
A Visor tampoco le va a ir mal. Ha mandado a la imprenta, la misma mañana de la concesión, la única edición de “canciones” que circula por las librerías. Perdón, que circulaba. Después de visitar los comercios del centro de Madrid, encontramos un ejemplar de George Jackson y otras canciones, en La Central de Callao. Era el último. Chus Visor ha mandado imprimir 5.000 ejemplares de un libro aparecido en 1996.
Se lo lleva el viento
Desde entonces no ha vuelto a aparecer una nueva, hasta la completa de Global Rythm. De hecho, la que Visor repondrá ejemplares en las próximas semanas es una versión bilingüe más que mejorable, que prueba lo que ha sido Dylan hasta el momento: un músico muy escuchado, pero un poeta muy poco leído. También un autor en el mercado negro, del que se hacían antologías de letras traducidas sin pedir permiso.
De alguna manera, la broma (infinita) de la Academia sueca, al quedarse con la fama y la notoriedad del autor de Blowin in the wind y burlarse de la tradición lírica estadounidense y de los narradores norteamericanos, castigados sin premio desde hace más de dos décadas, ha vuelto a repetir la jugada: rescatar del olvido a un autor en los márgenes. Dylan, el poeta, estaba ahí, en los montones. También su mítica imagen de principios de los sesenta, cuando el cantautor, influido por Guthrie y Seeger, se mantenía en la crítica visceral de su país y pedía a las personas honradas que se unieran para hacer de este lugar uno mejor (We could make this great land of ours a greater place to live). Nada, ni rastro.
“Está todo el mundo irritadísimo con este premio”, comenta Viñuales. El académico Luis Alberto de Cuenca, por ejemplo, ha comparado el galardón con el Premio Nacional de Literatura para el Dúo Dinámico. “Los defensores del canon consideran un sacrilegio que un cantautor sea distinguido con un premio como este. Veo muchísima indignación, pero es un buen prosista y un grandísimo poeta. Sus letras aguantan como poesía, sobre todo, a medida que se adentra en la segunda etapa de producción lírica, cuando abandona lo contestatario de la canción protesta y se sumerge en el imaginario surrealista y casi incomprensible. Esa es la poesía que más interés tiene”, añade.
Dejamos las librerías especializadas en poesía, donde no queda ni rastro del único ejemplar de letras, otras dos de fondo, en las que ni estaba ni se le esperaba hasta dentro de unas semanas, y llegamos a una de las cadenas de venta de libros más importantes del país. “¿Por qué pregunta todo el mundo hoy por Dylan? ¿Se ha muerto?”, la trabajadora. No, le han dado el Nobel. “¿El Nobel de qué, de música?”. Estamos en la segunda planta del establencimiento, donde están los libros de música entre otros. En la primera está la sección de poesía, pero ya nos han dicho que ahí de Dylan no hay nada. La ley del mercado no coincide con el canon de la Academia.
Poeta, música y letra
Entonces, ¿un músico que escribe poesía puede ser un poeta que hace música? Ha sido la Academia sueca la que ha jugado a convertirse en ariete contracultural y ha metido un golazo por toda la escuadra al equipo de literatos que contaba con su cuota de mercado. Ya han encendido las antorchas y van camino de Estocolmo.
A favor de los académicos están los músicos, que defenderán a los 18 sabios de la masa enfurecida. Antonio Luque, señor Chinarro, lo resume así: “El premio va a molestar a mucha gente porque las guitarras son un objeto incómodo para mucha gente. El señor Dylan escribe y las letras de sus canciones no son relleno. No hay ninguna diferencia entre un músico que componen sus canciones y un poeta”, dice a este periódico.
Un letrista y un poeta. Se parecen tanto, pero ¿son lo mismo? “La diferencia están en el grado de sometimiento a las leyes no lingüísticas”, las comillas son del poeta, dramaturgo y músico Álvaro Tato. Explica que los poetas trabajan en relación o conflicto con el ritmo -otra parte de la música, por cierto- y el letrista está sometido en grado mayor a más leyes. “Dylan es un poeta muy interesante, obligado por las leyes de la métrica y de la música. El reto es doble. Es un hijo popular de Kerouac o de Ginsberg”.
Tato, integrante de la compañía de teatro Ron Lalá, publicó el pasado año un libro que recopilaba coplas flamencas, lo tituló Zarazas (Hiperión). “La poesía se ha cantado mucho antes de que se pusiera por escrito. En la tradición de nuestro idioma tenemos a los poetas anónimos del flamenco, desde el siglo XV, que trazan una poesía pura y esencial. ¿A qué viene ahora esta polémica? Qué obsesión con el escándalo: la poesía se ha cantado siempre. La poesía es música hecha palabras y Dylan es un poeta cargado de imágenes densas”, cuenta Tato.
El cancionero de Lorca
El músico de Minnesota se consagraba según abandonaba la línea de protesta, en la que apareció como el portavoz de las juventudes indignadas de los sesenta. Hasta convertirse en un cantante apolítico, empapado por la poética de lo surreal e influido por Walt Whitman y los Beat.
“Hay muchas canciones que se pueden leer y poemas que se pueden cantar. ¡Nuestras cantigas y jarchas son canciones!”, suelta Tato. ¿Eso quiere decir que el caso de Lorca y su Cancionero gitano es similar al de Bob Dylan? “¡Por supuesto! Lorca es el ejemplo moderno más claro de lo que estamos hablando. Nadie como Lorca ha logrado el equilibrio exquisito entre música y poesía. Lorca cantaba y bailaba, iba con la Argentinita, era un arte mucho más flexible…”, responde el poeta. Imaginar el Omega de Morente a todo trapo en la Academia sueca.
El próximo 10 de diciembre quizá haya libros de Dylan en las librerías españolas, y un tipo de 75 años entrará con sombrero en la Academia sueca. Habrá que ver si blanco o negro, pero será el discurso de un poeta.