Iglesias se arrepiente del disfraz con el que se vistieron en las últimas Elecciones. El responsable de Podemos explicó a Ana Pastor, en la entrevista en El Objetivo (La Sexta), que su partido trató de vender en las últimas Elecciones algo que no son y eso confundió a los votantes del partido. Parecía una autocrítica, pero lejos de entonar un mea culpa, el gancho impactaba en el mentón del creador del eslogan “La sonrisa de un país”, el director de campaña, Íñigo Errejón. Dijo que ese “disfraz” pudo haber provocado la abstención entre los fieles, el agujero por el que se esfumó el millón largo de votos el 26 J.
La sonrisa congeló al electorado morado. No levantó tantas pasiones como parecía y el voto del cambio no logró vencer al tradicional, porque se quedó en casa. El último fin de semana del pasado junio los jóvenes no acudieron a la llamada de Iglesias, mientras que Mariano fue capaz de atraer, a base de miedo, a sus votantes más envejecidos y de pequeños municipios. Meses después, el partido no termina de digerir la resaca de los resultados y busca responsables para determinar quién es el que lleva los mandos.
“Yo soy más directo e incendiario. Íñigo es más prudente y tibio”. La frase que descorchó Iglesias ante Pastor pasará a los anales de la historia del conflicto interno podemita, pero sobre todo sitúa el debate sobre cómo dirigirse a los votantes y cómo ampliar su campo de acción. Para asaltar los cielos no se puede pedir permiso, vino a decir el líder. Es decir, se acabaron los mensajes cursis sobre lo que sonríe un país arrasado por casi diez años de crisis financiera, se terminó ahuyentar al votante con cartas demenciales como la de la niña de Espinete o los cariños a Rodríguez Zapatero.
Arriba los corazones
Moderación o vehemencia. Tiritas o lata de gasolina. Y mientras tanto, aparece Xavier Doménech y parafrasea a Buenaventura Durruti para hablar de su visión de Estado. Así fue cómo convirtió la cita del anarquista en carne de Paulo Coelho: “Una Cataluña que lucha por la igualdad porque sabe todos los pueblos son iguales, que lucha por la libertad de todos aquellos, como nosotros, que no nos doblegamos. Una Cataluña que lucha por la fraternidad de todos aquellos que sabemos que albergamos todos nosotros, vengamos de la nación que vengamos, un mundo nuevo en nuestros corazones”.
Compare la declaración que acaba de leer con este entrecomillado: “Todo lo que sé es que mi corazón es hoy una ciudad fantasma, habitada por pasiones, entusiasmo, soledad, vergüenza, orgullo, alevosía, tristeza”. O con este otro: “Entiendo lo que querían decir los griegos: el amor es un acto de fe en otra persona y su rostro debe estar siempre cubierto de misterio. Hay que vivir cada momento con sentimiento y emoción porque, si tratamos de descifrarlo y de entenderlo, la magia desaparece”. Efectivamente, lo bueno de la ideología de Coelho es que puede usarla cualquiera, desde Xavier Domémench a Antonio Hernando, pasando por Pablo Casado.
El nuevo libro que está llamado a reventar las listas de lo más demandado en las librerías en los próximos días se titula La espía, lo publica Planeta, y lo escribe el mago de las ventas. La popularidad del autor se fundamenta en novelas tan vacías de conflicto y tramas tan edulcoradas, como “un mundo nuevo en nuestros corazones”. Esa moderación que pretende llegar a “los que faltan” y hacer de Podemos un partido mayoritario -con el riesgo de perder su sello de identidad- es el debate que divide en estos momentos al grupo y que terminará dirimiéndose en el Villaverde Parte II.
No al amor, sí a la independencia
En La espía Coelho, recrea la vida de Mata Hari, un icono que se enfrentó a los cánones de su época y luchó por su independencia. “Porque es eso lo que siempre he querido: la libertad. No quise el amor, a pesar de haber surgido y desaparecido, y a pesar de haber hecho cosas por él que no debería haber hecho y de haber viajado a lugares que no me convencían”. Podría pasar por una declaración de Pablo a Íñigo: no quiero amor, prefiero independencia.
El escritor lleva la trama al París de la Belle Époque y el Berlín de la Primera Guerra Mundial, donde la protagonista se encuentra con Picasso, un “hombre feo, maleducado, de ojos saltones y que se creía el más grande entre los grandes”. “Sus amigos eran mucho más interesantes, incluso un italiano, Amedeo Modigliani, que daba la impresión de ser más noble, más elegante y que, en ningún momento, intentó forzar la conversación”. Porque según el personaje reconstruido por Coelho, el objetivo de Picasso sólo era uno: “Llevarme a la cama”.
Los problemas del discurso de Podemos -que enfrentan a Gramsci con Coelho- para luchar contra la desigualdad y la injusticia chocan contra lo que sus votantes más jóvenes demandaban a las puertas de los colegios electorales en la última votación: “Nuestros padres nunca han hecho política”, contaba un estudiante a la salida de un colegio de Vallecas. Votó a Podemos y explicaba que sus mayores estaban acostumbrados a que la política fuera un asunto de mesa puesta, que no exigiera nada a sus votantes. Sólo el voto. “Ellos están un poco más aplatanados”, dijo. Quieren asaltar los cielos.