Eran otros tiempos. Los últimos días de la fiesta del milagro español. El sistema estaba a punto de colapsar y el ladrillo seguía llenando los prostíbulos de nuevos ricos. Los negocios se cerraban después de una cena, regando los contratos con cocaína y striptease. Gasolina para Chirbes y su Crematorio. España estaba de subidón, las grúas bailaban sobre la línea del horizonte y las burbujas del cava de puticlub hacían de éste, un país invencible. El pádel molaba más que nunca, pero especular era el deporte rey. La cultura no se quiso perder el fiestón, ni sería menos en el “agasajo corporativo”, que se practicaba como un hecho consumado en un país fuera de control institucional.
40.000 euros en prostíbulos, cargados a la Visa Oro corporativa de una sociedad responsable de defender los derechos de los autores y creadores parecía lo normal. El paisaje. Con una tarjeta sin límite se conquistaban los intereses de “personas de especial relevancia social y artística”. Con tarjetas a fondo perdido, al responsable de Relaciones Corporativas, Pedro Farré (Barcelona, 1971), le recordaban los dueños de los burdeles.
“Que Farré frecuentaba su local, que tomaba e invitaba a copas a todas las chicas. Siempre cogía un camerino (reservado habilitado y utilizado para realizar prácticas sexuales). Entraba a las cinco de la tarde con chicas y salía a las seis de la mañana del día siguiente, consumiendo copas, champán y cambiando de chicas con frecuencia”, explicaron los testigos al juez de la Audiencia Nacional que lo condenó con dos años y medio de cárcel por usar la Visa para gastos particulares. Aunque no existía la limitación expresa de quien autorizó su uso, constituye un delito de apropiación indebida.
Sin autocrítica
“Fue un error, me equivoqué”. Farré se presenta a los medios con la mayor parte de su condena cumplida. Viene a hablar de su libro: acaba de publicar Cazado. El hombre de la SGAE que sabía demasiado (Península). Es un libro de memorias (muy parciales), en las que trata de demostrar que es un chivo expiatorio, que su condena fue un montaje interesado para desviar la atención y tratar de conseguir información que se suponía estaba en su poder. Pero que, en realidad, él no sabía nada, a pesar del llamativo subtítulo con el que se vende el libro. De hecho, en el libro no asume, ni hace autocrítica y “esto de las putas” lo califica de “chismes”.
Sí llama la atención que, entre todas las pocilgas de la Sociedad General de Autores y Editores descubiertas a raíz del caso SAGA (en 2011), sólo pringue este hombre que tenemos delante, al que desde el miércoles pasado le han concedido el tercer grado, a tiempo para las entrevistas de promoción del libro. Tiene que estar a las siete de la tarde en Alcalá Meco para pasar la noche, cada jornada con un compañero nuevo, en la celda de metro y medio hecha para una sola persona. Ahora hay una litera para dos. “Aprendes de humanidad”. Explica “lo duro” que resulta pasar de la libertad a la prisión. En segundo grado pasaba 14 horas al día en la celda y el resto, patio. “Mi vida no volverá a ser igual”, dice durante el encuentro con este periódico.
Pero teme más a los telediarios y a Google que a la cárcel. “Es una pena más dura que la cárcel. Ese acoso e insulto constante, sentir que todo tu entorno se quiere apartar de ti es dolorosísimo. Mi vida está destrozada. También por mis propios errores”. La sospecha es un acto reflejo que tiende a desaparecer para aceptar al otro sin miedo a la traición, pero que se activa cuando delante se presenta alguien como Farré, un epítome insignificante de aquella España tan común como irresponsable.
Muchos disfraces
Pero, ¿quién es Pedro Farré? Al menos hay cuatro versiones de la misma persona construida por él mismo. En la primera foto llega a la Audiencia Nacional a declarar ante el juez Ruz, vestido con uno de sus trajes a medida, afeitado, pelo corto, gafas y con unos kilos de más. El siguiente Farré que aparece en escena, saliendo de la Audiencia Nacional que confirma la sentencia, tiene barba, gafas más estrechas, pelo algo más largo, mismo traje y misma corbata. Insiste en su aspecto de ejecutivo, como aclara en el libro. Para él, la presencia en los medios es un teatro más decisivo que una condena.
De ahí pasamos a las fotos en las que ha perdido el traje, ha ganado en kilos y en canas, viste vaqueros y camisas a cuadros sin chaquetas. Es una foto que manda la editorial, y ha ganado en humildad. La última imagen es la actual, un Farré muy delgado, ya no usa gafas, pelo corto, barba rala y zapatillas deportivas con vaqueros y una chaqueta de sport, combinado con modales feng shui. El sentido del disfraz ha desarrollado en Farré un sexto sentido para distinguir a los periodistas que vienen de corazón y los que no quieren ser amigos.
Pero todavía queda más Farré por aflorar. “Cada vez estoy más cerca del niño que dejé de ser una vez”. Repite en varias ocasiones que él sólo era un “humilde profesor de Derecho Constitucional”. ¿Por qué decidió dejar de serlo? ¿Por qué se desclasó y aspiró a todo, sin mirar cómo? ¿Cómo ese humilde profesor llega a la casa de Soraya Sáenz de Santamaría, invitado por José María Lassalle (ex secretario de Estado de Cultura), para asesorar a los políticos del Partido Popular en situaciones de crisis? “Ella no tenía la suficiente experiencia en librar batallas en las que los enemigos estaban por todos lados y necesitaba que alguien de confianza le diera algunos consejos sobre comunicación o gestión de crisis”, escribe. Farré era un hombre de confianza del PP.
Adiós a la humildad
¿Por qué decidió dejar de ser humilde? “Porque la vida se te va de las manos. Al final, tomas un camino que crees el adecuado, el camino del prestigio, del poder y del dinero. Seguramente, el niño que fui, y con el que trato de estar cada vez más en contacto, no habría emprendido nunca ese camino. Entonces, escalas, escalas y escalas. Y cuando estás arriba te preguntas qué coño haces ahí, si lo que quería era ser poeta o cantante de rock”. Creció con la efervescencia de “los sorayos”, a partir de 2008, y le permitió “conocer por dentro lo dura que es la política y todo lo que tenga visibilidad en los medios de comunicación, porque se sufre mucho y en las peleas te pueden arrancar una oreja”.
“Al principio, me consideré inocente, cuando empezó todo. Pero, poco a poco, he ido comprendiendo que soy responsable”, explica en persona. En el libro se echa en falta el mea culpa y el esclarecimiento del uso de las tarjetas. Sólo cita a una alta directiva de una multinacional tecnológica, de la que no da el nombre, para justificar su paso por burdeles: “Mira, Pedro, ya sé que el 90% de los hombres van a puticlubs. También mi marido. Y sé también por mi trabajo que muchos negocios y relaciones se consolidan con festejos en estos lugares. No soy una hipócrita”.
Cuesta imaginarse los intereses de los autores y editores a los que representaba en estos lugares. “El interés es acercarte, ganar confianza, lo que es el agasajo. Es el lubricante de las relaciones personales y empresariales que son las comidas, y lo que no son comidas. Somos así de mezquinas las personas. Muchas de esas cenas terminaba, en los años de la burbuja más, en esos lugares”, reconoce.
Cultura de prostíbulo
Insistimos, ¿qué tipo de negocios que interesan a la SGAE se pueden cerrar en un prostíbulo? “Esto del lubricante social no siempre es cerrar negocios. También es granjearte la confianza, tender puentes, ganarte un amigo. La SGAE se relacionaba con mucha gente, con el ámbito académico, con las fuerzas de orden y seguridad del Estado...” ¿Todos ellos pasaron por los prostíbulos? “No, no estoy diciendo eso. También se relacionaba con políticos, autores. No todos ellos pasaban. Pero esos sitios estaban llenos y llenos de gente con corbata. ¿Es ridículo? Sí. ¿Es inapropiado? Sí. Pero es hipócrita negarlo. Sucedía y seguramente siga sucediendo, aunque en menor grado que los años de la burbuja”, añade.
Pedro Farré cuenta que el libro que escribió antes de entrar en la cárcel, en Málaga, “es un thriller porque tiene todos los ingredientes de la España de los últimos diez años: hay espías, hay conspiraciones, hay intrigas, hay traiciones, mucha mezquindad, errores”.
¿Se considera un ángel? “No. Soy responsable y acepto haber tenido que penar con la cárcel, a pesar de ser un castigo excesivamente severo”. También dice que es la memoria de un triple fracaso: el suyo personal, el de la SGAE y el de un sistema, el de un país. ¿Algún vencedor? “Todos perdimos. La gran guerra entre lobbies tecnológicos y de creadores la perdió la SGAE. Pero hoy la industria tecnológica entiende que haber pregonado el “gratis total” durante tanto tiempo no ha sido beneficioso. Ahora no saben cómo recaudar por contenido. Apple, Google, Amazon, los contrincantes de la SGAE, se han disparado en un pie: todos ellos han ocupado el espacio que antes ocupaban las grandes productoras de música y de cine”, cuenta.
La guerra final
La última batalla sucedió con la operación SAGA, que acabó con la cúpula de la SGAE arrestada y Teddy Bautista en el calabozo por unas horas. Cuenta que con SAGA se pretendía ir a unas Elecciones Generales con una SGAE bajo control. El PSOE, con fuertes vínculos en el Palacio de Longoria, quería fuera de la dirección a Bautista, absolutamente fuera de control y “metiéndoles en líos”. Teddy recibió muchas presiones para que se jubilara, pero él nunca quiso.
“Utilizaba esa expresión de “morir con las botas puestas”. Al final, lo jubilaron”, recuerda Farré. ¿Teddy es un ángel? “No. No es un ángel. Tenía un afán por enemistarse con todo el mundo, esa arrogancia propia de esos años de los poderosos. Él se equivocó, aunque tuvo aciertos como líder del lobby cultural. Nunca van a tener un líder como lo fue Teddy, un tipo que sólo vivía por la defensa de los derechos de autor”.
Pero se pervirtió, “porque pasó mucho tiempo en el poder”. “La gente acaba considerándose indestructible, crees que te lo mereces y acabas haciendo cosas que creías no harías”. ¿Qué futuro le ves a la SGAE? “Ninguno. El sector tecnológico le ha pegado el tiro de gracia: antes, la SGAE recaudaba 500 millones de euros y ahora apenas 200. A las tecnológicas le venía muy bien la vehemencia de Teddy, porque él es su peor enemigo”.
¿Renunciaría a alguno de sus errores? “Claro, a los gastos de las tarjetas”.
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