Hay unas niñas fumando en la puerta del IES Beatriz Galindo, en la calle Claudio Coello. Llevan trenzas largas, melenas de colores y diamantitos en la nariz. Cargan libros de poesía moderna, se ríen muy dulce y huelen a chicle de fresa, para despistar a los profesores sobre su simpatía al pitillo entre clase y clase. "Qué bueno está Escandar", dice una. "Calla, que es mío", chincha la otra. Buscan la firma del joven estampada en su poemario. Lo agarran con sus uñitas pálidas, hijas del nuevo fenómeno fan lírico.
Van a dar las doce y en su salón de actos se celebra un homenaje por los 75 años de la muerte de Miguel Hernández, pero las chicas sueñan en carne y hueso y el poeta rojo les queda lejos. Nadie forra con su cara sus carpetas: con su mirada seria, con sus mofletes de pueblo, con su sombrero raro. Nadie sabe qué viene después de "Pintada, no vacía": es como una canción de un verano viejo. Te tienta un ritmo que no acaba de llegar.
Hernández murió en la cárcel, tuberculoso, cantando infértilmente a la libertad -"sangro, lucho, pervivo"- y hoy es una efeméride casi redonda y una excusa para saltarse Matemáticas
Hernández murió en la cárcel, tuberculoso, cantando infértilmente a la libertad -"sangro, lucho, pervivo"- y hoy es una efeméride casi redonda y una excusa para saltarse Matemáticas. Qué bueno que al final cala, también en los descreídos. Tenemos que hablar de muchas cosas es -además de una nueva antología- una iniciativa de la editorial Espasa, que convoca a recitar a Hernández a los poetas Iago de la Campa, Carlos Salem, Victoria Ash y el deseado Escandar Algeet. Viene hasta Méndez de Vigo, ministro de Cultura, sin entusiasmo pero campechanísimo, destilando ese cóctel sencillote que triunfa en España.
El 'putoamismo'
No queda una butaca libre. La periodista se hunde en una, junto a unos chavales revoltosos: "Oye, ¿tú eres nueva?". Ya me gustaría, amigos. "Miguel Hernández es el puto amo, ¿no?", le pregunta uno a otro. Sonrío por dentro: todo lo puto amo que se puede ser yéndote del mundo con 31 años, dejando un amor y un hijo en la posguerra, venga nana, venga cebolla, venga dolor republicano, venga lágrima viva, amigos muertos y obra mutilada.
Son curiosos los umbrales del éxito, los patrones del putoamismo: quizá si escribes "después del amor, la tierra; después de la tierra, todo" merece la pena una vida, aunque sea severa y corta
Son curiosos los umbrales del éxito, los patrones del putoamismo: quizá si escribes "después del amor, la tierra; después de la tierra, todo" merece la pena una vida, aunque sea severa y corta. Quizá si dejas un "hoy sólo tengo ansias / de arrancarme de cuajo el corazón / y ponerlo debajo de un zapato" no importan los minutos jugados aquí abajo. Dice el director del centro que cuando acabe la jornada los chicos serán "más listos" y "más libres". Se arranca con "una querencia tengo por tu acento, una apetencia por tu compañía".
La editora Belén Bermejo cuenta que Hernández trabajó un tiempo en Espasa y que ellos se atrevieron a publicarle su primera edición de posguerra cuando ninguna otra editorial lo hizo. Hoy pide "despojarle del aire académico" e invitarle "a las aulas y a las estanterías de las bibliotecas", para "que se escuche su voz, para que salga a la calle y llegue a los lectores jóvenes de hoy". Habla del poeta "de la libertad y la justicia, del pueblo, del amor puro, de la pasión". Teje sus tres terribles ausencias: la guerra, la cárcel y la muerte. Recuerda que su voz combativa y poderosa vive aún, que está más viva que nunca.
Hernández contra el gobierno
Escandar Algeet, firmante de la antología, explica que descubrió a Hernández a través de Extremoduro. "Pero no por ninguna canción, sino por una carta que escribió Robe cuando le prohibieron tocar en Plasencia". Y se lanza a escupir esos versos que "siguen describiendo muy bien la realidad de todas esas personas que quieren controlarnos, como si fuéramos gobernables... y esas cosas". Lleva sombrero, agarra el libro con el brazo suelto, se apoya en una pierna floja. Habla con dejada hondura, como cuando uno se acaba de levantar pero se siente valiente y lúcido. Algeet no puede quitarse del todo la maldición del niño trasnochado y va pariendo Los hombres viejos, con inaudita gracia.
Hijos de puta ansiosos de politiquerías, / publicidad y bombo, se corrigen la frente / y preparan el gesto de las fotografías
Las palabras se cargan de sentido porque las recibe de lleno Méndez de Vigo, tranquilísimo en su primera fila. "Hijos de puta ansiosos de politiquerías, / publicidad y bombo, se corrigen la frente / y preparan el gesto de las fotografías". Delicias como "Venís de la Edad Media donde no habéis nacido" o "Los veréis sumergidos entre trastos y coños / internacionalmente pagados, conocidos: / pasear por Ginebra los cojones bisoños / con cara de inventores mortalmente aburridos". Para ir cerrando con un significativo "A veces de la mala digestión de estos cuervos / que quieren imponernos su vejez, su idioma; / que quieren que seamos lenguas esclavas, siervos, / dependen muchas vidas con signo de paloma".
Victoria Ash es una poeta andaluza muy resuelta y divertida, pero lee un prólogo terrible, lleno de topicazos como "Él arde en cada letra" o "No te habla de amor, te lo escribe en la piel". Recita Canción última y explica que el poema habla de eso que conocen tan bien los chicos, de "dolor y de esperanza", de "me ha dejado ese". "¡O esa!", repone el chaval que tengo al lado, con indignación. Me mira buscando empatía: aquí todos hemos tenido noviazgos rotos y espinillas.
La siguiente elección es Después del amor, y Ash inquiere al público: "Después del amor, ¿qué hay?". De nuevo, mis colegas de butaca, oráculos de la sentimentalidad púber, tienen la respuesta: "Sexo".
Méndez de Vigo ama a Hernández
Iago de la Campa se centra en transmitir ese mensaje de empoderamiento que oscila entre un versículo de Paulo Coelho y En busca de la felicidad: no dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo, y todo eso. Lee unos cuantos poemas de la primera etapa de Hernández: "Ábreme, amor, la puerta de la llega perfecta. Abre, amor mío, abre la puerta de mi sangre". El argentino Carlos Salem cuenta que al poeta rojo lo encontró entre los discos de Serrat de su padre. "Sonaba anacrónico, pero la letra estaba vigente", relata, con su voz aguardientosa. Se ahoga un poco, aunque su presencia sea impetuosa. Dice que es el asma. Se atusa el pañuelo negro que le cubre el cráneo. "Después lo volví a encontrar en Confieso que he vivido, de Neruda. No Confieso que he bebido, ¿eh?". Coña para caer bien a los críos. Funciona.
"Por lo visto estaban paseando en plena guerra civil Miguel Hernández y Neruda, y Hernández estaba explicando cómo cantaba un pájaro, y eso que no debía de haber muchos pájaros ahí donde vivía. Dice Neruda que Hernández se subió a un árbol a imitar al pájaro, y yo ahí decidí que me iba a acompañar toda la vida", explica. "Alguien que nunca deja de ser niño, aunque seas niño crecido en la guerra y muerto por ella". Y lo acompaña con palabras hermosas, como que su literatura "muerde con la misma famélica destreza los huesos de los cañones que la carne amada" o que se llamó Miguel Hernández pero se llamaba barro, "porque siempre supiste que para llegar había que subir desde abajo".
Sube al estrado a cerrar el acto el ministrísimo, que se enchufa una botella de agua de un trago y sale al ruedo como un boxeador rudo y lacónico. Alude al nombre del acto, Tenemos que hablar, y cuenta que no es un título casual, sino que "son los últimos versos de la más hermosa elegía en lengua castellana, que Hernández compuso cuando murió su amigo Ramón Sijé". No se complica: recita unos versos rápidos de El rayo que no cesa. "Tengo estos huesos hechos a las penas, y a las cavilaciones estas sienes...". No lleva ni papelito. Se lo ha aprendido de memoria y lanza su mensaje altivo, napoleónico, institucional por encima de los asistentes, como la voz de dios colándose por nuestros huecos. El putoamismo era esto.
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