Este libro no es “una antología de la anécdota bujarra” ni se ha escrito “para sacar a nadie del armario". Tampoco es una Historia de la Homosexualidad en el flamenco porque “el silencio y el tabú impuestos durante décadas lo hacen imposible". Lo que hace Fernando López Rodríguez en De puertas para adentro. Disidencia sexual y disconformidad de género en la tradición flamenca (Egales, 2017) es enumerar y analizar las prohibiciones impuestas a los artistas de lo jondo para que oculten su pluma, cómo las han asumido ellos y cómo les ha afectado.
En su ensayo, se atreve a tocar nombres propios casi sagrados, por ejemplo el de Antonio Mairena, a quien Alfredo Grimaldos describe así en su Historia Social del Flamenco: “Era republicano, gitano y cantaor. Mala carta de presentación para sobrevivir en el horror de la posguerra en Sevilla". A esa definición López añade: “Y maricón: también era maricón". Para este madrileño de 26 años la condición sexual de un gitano flamenco en los años 40 no es simple anécdota y recurrir al argumento de que la esfera privada no debe traspasar la pública “es una forma de homofobia encubierta".
La condición sexual de un gitano flamenco en los años 40 no es simple anécdota y recurrir al argumento de que la esfera privada no debe traspasar la pública es una forma de homofobia encubierta
Además, el jondo no es precisamente un arte que se aparte de la sangre y de la herencia. “El flamenco quiere nietos”, dice López en referencia a ese apego por lo familiar y la tradición. Un ejemplo práctico se vivió en la sala donde presentó su libro. Fue en la Bodega San Ginés, en el marco del Festival Flamenco de Jerez. Antes que él, la bailaora Manuela Carpio explicaba así su último espectáculo: “Vengo con mi familia, a hacer lo que sé. A ser yo”, dijo y todo el mundo asintió. Pero cuando López habló de la fractura que sufren los bailaores que disimulan quienes son sobre las tablas, alguien entre el público le dijo que un artista se dedica a interpretar y que por tanto, para qué mezclar lo personal con el trabajo.
“Es que los mariquitas damos pocos nietos”, dice con humor López al recordar ese momento. Y dice “mariquitas”, sí, porque en este libro apenas se habla de homosexual o gay, sino de maricas, maricones y maricabollos. “Lo hago así porque ‘homosexual’ es el término que nos dio la Medicina y los otros se han usado siempre despectivamente. Yo quiero reasignarlos".
La danza como refugio
Con las mismas palabras se refiere a sí mismo y no teme contar su propia historia. “De niño era víctima de bullying por mi amaneramiento y porque no me interesaban lo mismo que a mis compañeros de colegio". De alguna forma, cuenta, esa situación lo empujó a la danza, donde encontró un lugar seguro en el que expresarse. López cree que lo mismo le ha pasado a otros colegas: “El flamenco es un nido de maricas porque todo entorno artístico es más habitable para el que es diferente”, dice, pero también añade que eso es así siempre que se cumplan ciertas normas.
Mantener la verticalidad, no hacer florituras con las manos, presumir de zapateados potentes y mantener las caderas quietas son algunas de las imposiciones que han tenido los bailaores. “Las prohibiciones que se hicieron en libros como el Tratado del baile de José Otero convertían la danza en un terreno casi exclusivo de jovencitas”, cuenta en el libro Fernando López, que destaca el hecho de que el flamenco, al contrario de lo que mucha gente piensa no es sensual. “No lo es porque evita el tacto y porque sólo permite cierta sensualidad a las mujeres, a las que convierte en objeto de deseo".
Las prohibiciones que se hicieron en libros como el Tratado del baile de José Otero convertían la danza en un terreno casi exclusivo de jovencitas
¿Y qué pasa con esas flamencas que no quieren ser las bellas del baile? “Que se las desexualiza. Si los manuales dicen que dos hombres no deben bailar sevillanas pero dos mujeres sí, no es porque sean más tolerantes con un posible lesbianismo, es que ni se contempla".
La mujer como ser inferior
En el libro salen a relucir Trinidad Huertas “La Cuenca”, bailaora y guitarrista que se vestía de torero y fue muy reconocida en el siglo XIX; Carmen Amaya y su look masculino y artistas de hoy como Rocío Molina y La Tremendita o Mayte Martín y Belén Maya, sobre las que se explica el modo en el que han trascendido los roles tradicionales en sus espectáculos. “Pero fíjate que no hay mujeres travestis”, apunta López, “no hay flamencas como Ocaña o La Esmeralda, hombres vestidos de mujer, provocadores a quienes la sociedad aceptaba porque eran graciosos". El autor cree que el humor era una trampa, pero que de algún modo, era una salida y la sociedad los redimía. “Eso no ha sucedido nunca con ellas".
En el libro también habla de las propuestas de bailaores como Javier Liñán, que en Reversible baila con bata de cola; de los espectáculos siempre profundos y transgresores de Juan Carlos Lérida o del afeminamiento del baile de Marco Flores, sin el que el propio protagonista asegura “que no podría vivir.” En este sentido, López cree que los hombres salen perdiendo. Porque cuando una mujer decide adoptar formas masculinas, se la aplaude, pero si un flamenco se viste de mujer o emula modos femeninos se le desprecia. “Ocurre porque ellas aún son vistas como seres inferiores. Y la pregunta inconsciente es, ¿quién es el tonto que quiere bajar de categoría?”
Sin fuentes
En su trabajo, López habla de Mairena, de Antonio El Bailarín y también alude a la copla y a las figuras de grandes como Miguel de Molina, de quien dice “cuerpo marica, cuerpo emigrante, cuerpo artista que muestra hasta qué punto hay una plasticidad en los modos de vida". El madrileño asegura que no quiere dar lecciones y asume que la época en la que vivieron muchos de los personajes no daba para más de lo que muchos hicieron.
López dice que no encontrado reticencias entre sus compañeros para hacer su investigación aunque reconoce que sería digno de estudio averiguar por qué a los flamencos les cuesta tanto hablar, por ejemplo, de política
López dice que no encontrado reticencias entre sus compañeros para hacer su investigación aunque reconoce que sería digno de estudio averiguar por qué a los flamencos les cuesta tanto hablar, por ejemplo, de política. “Es como si tuvieran miedo”, comenta y añade que muchos se atreven a incorporar “pinceladas mariquitas” en sus obras, pero que en general se adaptan a las normas por temor a que no los contraten en determinados sitios. “Supongo que irá cambiando, pero yo soy de los que cree que el arte también debe molestar e interrogar".
Él no tiene miedo y tampoco teme las reacciones a su libro. “No creo que el sector más conservador se moleste en leerlo”, dice seguro y afirma que no busca provocar sino arrojar luz de manera rigurosa. “En España se ha escrito mucho y bueno sobre historia del flamenco, pero la única obra que en España toca el tema es De cintura para arriba: hipercorporeidad y sexuación en el flamenco, de Cristina Cruces Roldán”, explica sobre la falta de fuentes, lo que le ha llevado a hacer hincapié en el trabajo de campo y a mirarse en los estudios de género y danza contemporánea, disciplina de la que también bebe como artista.
“Es que a los investigadores de lo jondo les gustan muchos los archivos, pero optan por callarse cuando encuentran algo que nos les gusta”, dice lanzando un dardo.
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