Los últimos días nos han traído noticias relacionadas con músicos cuya verdadera trascendencia se mide por su anticipación al futuro. David Bowie inventó los años 80 con un decenio de adelanto para convertirse en un icono artístico y estético y “representar un papel fundamental en la música británica”, tal y como recordó Paul McCartney en su tributo al músico de Brixton.
Por otra parte, el fin de semana se estrenó en Madrid una producción de La flauta mágica en clave de cine mudo. La música de Mozart compartiendo con Buster Keaton el escenario del Teatro Real en un singular montaje en el que Papageno se reencarna en El maquinista de la General.
También en deporte aparece de vez en cuando un personaje que se inventa lo que vendrá. Hacía tiempo que no veía a nadie como Stephen Curry, capaz de plasmar continuamente lo insospechado, lo que parecía imposible. Con una apariencia frágil, teniendo en cuenta lo que se estila en la NBA, campa a sus anchas por los partidos casi sin despeinarse, doblegando cinturas y anotando canastas inimaginables desde distancias nunca tan frecuentadas.
Lo hace con tanta soltura que en dos temporadas y media ha lanzado ya más triples que Larry Bird en toda su carrera. Tan sencillo hace lo extraordinario que a veces da la impresión de ser un mutante de última generación, tan rápido y preciso que no parece ser humano.
Desde que comenzó a dejarnos con la boca abierta a la espera de cuál iba a ser el siguiente prodigio, Curry me recordó al Messi de los primeros tiempos, aquel futbolista que a veces parecía Maradona y a veces el brasileño Ronaldo, que obligaba a todo el equipo contrario a perseguir en vano un balón que ya tenía dueño. Ejércitos detrás de los niños que se burlan de los gigantes a su alrededor. Productos de la factoría Disney.
Hace unas jornadas, cuando el sorprendente base de los Warriors se vio obligado a jugar con unas espinilleras por una dolorosa lesión que se agrava con los golpes, recitó este conjuro para el partido: “Tengo que sacar mi mentalidad de Messi”. Ahora se entiende todo. Provienen del mismo País de las Maravillas, tuvieron el mismo maestro y, a lo mejor, se cayeron en la misma marmita de pequeños.
En cambio, Cristiano Ronaldo siempre me ha recordado a LeBron James. Musculados, poderosos, elevándose por encima de los contrarios para rematar o anotar una vez tras otra. Tan potentes, tan terrenales, el baloncestista aparecía justo por delante del portugués en la elección del deportista más completo del mundo, en un peritaje de la revista Sports Illustrated que tenía en cuenta velocidad, fuerza, agilidad y resistencia. Messi y Curry, el Balón de Oro y el MVP, contra Cristiano y LeBron, los más fuertes del deporte. El curso pasado se impusieron los pequeños. ¿Qué pasará esta temporada?
P. D. A diferencia de otros grandes músicos británicos, David Bowie nunca fue un gran aficionado al deporte, ni siquiera al fútbol. Sin embargo, su figura permanecerá unida para siempre a la historia de los Juegos Olímpicos de Londres: su célebre Heroes fue el tema que anunció la puesta en escena del equipo británico en la ceremonia inaugural, y sonó, como una letanía poderosa y sugerente, en cada ocasión en la que los medallistas se bajaron del podio.