La gloria no tiene sabor, no huele, pero sí se siente. Es imposible de describir, pero ahí está. Bien lo sabe España, que la experimentó en todas sus variantes contra Francia, la vigente campeona del mundo, el Rey en esto del balonmano. Después de muchos días grises contra los de Didier Dinart, de jornadas de cabezas gachas, la selección miró al cielo, tocó las nubes y las apretó entre sus brazos junto a la corona de los galos. Se hizo con la victoria ante su bestia negra y estará en la final del Europeo después de cuajar la revancha de todos los tiempos, el partido perfecto, una semifinal para la historia antes de una final continental, la quinta, que también quedará para los anales ante Suecia. Ellos derrotaron a Dinamarca con mucha agonía, y un 34-35 tras prórroga, en la segunda semifinal [narración y estadísticas: España 27-23 Francia].
En realidad, todo salió a pedir de boca desde el principio. España, por fin, después de caer tres veces contra Francia entre 2012 y 2015 –en Juegos Olímpicos, Europeo y Mundial consecutivamente–, se alzó por encima de su bestia negra, de ese muro magnánimo que emergía cada noche y en cada pesadilla. Saltó al campo convencida de hacer su mejor partido, de acabar con todas las dudas, de borrar todo el pasado. Y lo hizo. ¡Cómo no! De primeras, con siete de siete lanzamientos acertados para empezar; y de segundas, apretando en defensa, acudiendo bien a las ayudas y, en definitiva, incomodando a los galos.
España puso las bases desde el primer minuto y fue construyendo su particular hazaña poco a poco. Encontró a Ferrán Solé, inconmensurable durante todo el campeonato (5/6 en lanzamientos en la primera mitad), al mejor Gurbindo, a un gran Cañellas… A todos. Emergió el bloque y apareció, por sorpresa, un tipo al que nadie esperaba. Arpad Sterbik, que llegó el jueves para sustituir a Gonzalo Pérez de Vargas, lesionado, y se alzó también para comerle la moral a Maeh y Guigou desde los siete metros. En un día, nada más que un día, él se preparó para la batalla y el resto acompañaron. Primera parte para enmarcar y a seguir (9-15).
La consigna, en la segunda mitad, estaba clara: no cambiar ni en la manera ni en las formas. España, poco a poco, se había estado encomendando a un partido perfecto. Sin ceder. Esculpió su obra desde la portería, con Rodrigo Corrales, a menudo suplente de Gonzalo, como titular. Y el cancerbero no titubeó. Piedra a piedra, parada a parada, construyó su propio muro. Y con él en estado de gracia, la selección se llegó a ir a ocho de distancia en el minuto 41 (13-21). Encuentro perfecto. Cada vez con menos tiempo y los ‘Hispanos’ con la sartén cogida por el mango.
España aguantó hasta el final sin cejar en su empeño, sin dejar de creer, sin bajar la cabeza. Miró a los ojos a la victoria, le hizo un guiño a la gloria y levantó el puño. Sobrevivió a un parcial de 5-0 a poco más de 10 minutos para el final y se dejó el alma. “Vamos a morir”, decía Viran Morros en la previa. Y los 'Hispanos' lo siguieron. Sufrieron, pero acabaron arribando al lugar deseado: la final. Y después de ganar a Francia. ¿Se puede pedir más? Sí, un oro. Ojalá. Como han insistido los 'Hispanos': #NosotrosCreemos. ¡No es para menos!
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