En 2006, la selección masculina de baloncesto tocaba el techo más alto de su historia al conquistar el Mundial de Japón en Saitama. Días después de aquella victoria, en Brasil, el equipo nacional femenino acababa sexto en su correspondiente torneo mundialista, con Amaya Valdemoro como máxima anotadora del campeonato. Entonces no se logró medalla, pero los éxitos ya habían llegado con anterioridad en el Eurobasket. Nada más y nada menos que tres bronces consecutivos: 2001 (como los chicos), 2003 (plata masculina) y 2005 (cuarto puesto de los Gasol, Navarro, Calderón y compañía). Es decir, quien crea que nuestras chicas no eran competitivas hasta hace cinco veranos está muy equivocado.
2007 fue otro año de presea idéntica para ambos baloncestos: plata continental tanto para ellos como para ellas. Con idéntico calvario en la final, ya que en ambas ocasiones se perdió contra Rusia. Mientras en un bando se celebraban platas olímpicas (2008), en otro había que conformarse con un diploma (quintas; los chicos habían sido séptimos en Atenas 2004). Y, por contraposición al primer oro en un Eurobasket masculino (2009), el enésimo bronce en el femenino. Pero, oigan, que la absoluta femenina ya había sido reina de Europa en 1993. Merece la pena recordarlo.
También que, mientras aquel dramático triple de Teodosic ante Garbajosa anticipaba la sexta posición en el Mundial de 2010 (la de las chicas en 2006), la otra absoluta se llevaba medalla. La primera en el escenario internacional: un bronce que supo a oro, qué caprichoso es el destino, en República Checa. En esa selección competían, otro guiño futuro, unas tales Sancho Lyttle, Alba Torrens, Laia Palau y Laura Nicholls. Por eso dolió tanto el castigo del siguiente Eurobasket, en un fatídico 2011 que fue maravilloso para la mejor generación masculina (otro oro continental). Tocaba quedarse sin Juegos Olímpicos de 2012. Mientras, en la habitación de al lado, caía otra plata.
Pero ya habría tiempo de celebraciones en 2013, con ese oro europeo tan peleado en Francia. El mejor adiós para Valdemoro y Elisa Aguilar, el hola más inmenso para Torrens, Marta Xargay y, cómo olvidarle, Lucas Mondelo. Enfrente, un bronce en el mismo torneo. Un año después, 2014, llegó la evidencia de que, sí, las chicas también estaban en su mejor momento de siempre: plata, en el Mundial y contra Estados Unidos. Ellos, jugando en casa, no pasaron de cuartos. En 2015, éxitos compartidos: otro Eurobasket para los júniors de oro y sus aprendices (el tercero), otro bronce de las mujeres en idéntico torneo.
Llegó el 2016, con torneo olímpico, y se hizo el milagro en Río. Por primera vez, la canasta femenina española eclipsó a la masculina. Esa plata, jugando de tú a tú a las intratables norteamericanas varios minutos, con esa canasta inolvidable de Anna Cruz contra Turquía en cuartos, fue un oro moral. ¿Que los hombres no se quedaron atrás con ese bronce tan disputado? Por supuesto, pero no pudo quedar más claro: Mondelo y sus pupilas no tenían nada que envidiar al grupo de Scariolo. En 2017, con este nuevo oro de leyenda en el Eurobasket, la ecuación ha quedado redondeada del todo: ahora mismo, la absoluta femenina ha ganado exactamente las mismas medallas que la masculina, 11, en este siglo XXI.
Con gloria tanto entre las mejores de Europa como al calor de los aros olímpicos, a las chicas sólo les queda por igualar el oro mundialista de los chicos. La gesta se presume complicada, aunque no habrá una ocasión más propicia para conseguirlo que la que otorgará el Mundial de 2018, en España. Caer en la autocomplacencia no será un problema para ellas, porque no lo harán. Estas jugadoras y su entrenador no van a perder ni un ápice del hambre que les ha acompañado en la época reciente. Y lo que es mejor: la humildad del primer día, de aquellos tiempos de sextos puestos e invisibilidad mediática, tampoco ha desaparecido ni lo hará.
Quizá el mejor resumen posible para todo lo ocurrido estos años sea una canción: El vals del obrero, de Ska-P. Toda la plantilla, desde la más veterana hasta la más joven, la entonaba feliz en el vestuario de Praga, nada más levantar el tercer Europeo. La palabra que más repetían era 'resistencia'. Y con toda la razón. Algunas estrofas, en su conjunto, no podían ser más significativas.
"Entre el proletariado (entre el proletariado) es difícil llegar a fin de mes y tener que sudar y sudar 'pa' ganar nuestro pan. Este es mi sitio, esta es mi gente, somos obreros, la clase preferente. Por eso, hermano proletario, con orgullo, yo te canto esta canción. Somos la revolución".
Y tanto que lo son. Pero desde hace años. Sólo que, la verdad, nos ha costado bastante tiempo darnos cuenta. Menos mal que rectificar es de sabios.
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