A la hora de hacer las maletas rumbo al extranjero, las estrellas de nuestro baloncesto se van casi siempre y sin discusión a la NBA. Antes, Europa suscitaba destinos e intereses mucho mayores que en nuestros días. Ahora, Sergio Rodríguez (Real Madrid-CSKA de Moscú este jueves a las 21:00 horas, #0 de Movistar+) es el único español de la Euroliga que no juega en nuestro país. Cuando, hace años, equipos importantes de Italia, Grecia o Francia acogían al mismo tiempo a algunas de nuestras leyendas. Que el testimonio y las anécdotas del quinteto reunido por EL ESPAÑOL (también con pasado en Estados Unidos) sirva como espejo en el que mirarse para El Chacho.
Tomás Jofresa y la llamada que lo cambió todo
“Yo venía de haberme quedado sin equipo. Fiché por el Menorca y me fui a vivir allí. Iba a jugar en la LEB y, al cabo de un mes de empezar la pretemporada, me llamó Zeljko (Obradovic)”. Así empezó a gestarse el año del base barcelonés (1998-1999) en Treviso, una de las plazas con más solera del baloncesto italiano.
“Irme fue una reivindicación, una demostración de la injusticia que yo creía que se daba por no tener hueco en la ACB. Estaba muy caro. Con Zeljko, fue un año de mucho trabajo, presión y exigencia. Pero fantástico”. Una de “las mejores temporadas” de su vida “a nivel global”, con una Copa Saporta (la extinta Recopa europea) bajo el brazo. “Fuimos un equipo en el que había muy buena conexión. Éramos muy amigos fuera de la pista: Riccardo Pittis, Zeljko Rebraca, Davide Bonora, Marcelo Nicola, Henry Williams, Glenn Sekunda…”, recuerda Jofresa.
Divertido, vuelve sobre una situación que entonces no fue nada agradable: “Cuando llegué a Treviso, la gente estaba muy tocada en lo físico y lo emocional, y se decidió hacer una reivindicación del descanso y tal. Les dije cómo reaccionaría Zeljko, porque él creía en esa forma de trabajar al límite. Tuvimos una reunión e imaginad lo que pasó: su respuesta fue 'Oye, os entiendo, pero quiero seguir trabajando. Salimos a la pista y a entrenar'”.
Aquella experiencia tan dulce no tuvo nada que ver con la que Tomás viviría en Grecia (Panellinios), ya en la recta final de su carrera, en el curso 2002-2003. “El tipo de baloncesto que se jugaba en la A2 griega, la permisividad y el arbitraje, la forma de entrenar, la estructura del club, con mucha inestabilidad por la forma de hacer las cosas del propietario… Fue bastante caótico. Venía de estructuras muy bien organizadas y prácticamente NBA. Allí había un funcionamiento casi prehistórico”, apunta.
Si aquella liga griega era bastante secundaria, la de Portugal, en la que Jofresa jugó ese mismo año (Benfica), tampoco se quedó atrás: “En Lisboa no teníamos pista propia, se estaba acabando de construir la Ciudad Deportiva del Benfica”. Y, aun así, guarda buen recuerdo de ambas etapas. Según él, la “autosuficiencia” que te concede jugar en el extranjero “da mucho bienestar y seguridad”. ¿La clave del éxito? “Si eres feliz en la pista, todo lo demás tira para adelante”.
Rodrigo de la Fuente, el inglés y la pasta
“Era muy joven, tenía 17 años y era la primera vez que dejaba mi casa, mis amigos y mi país. Tenía problemas a la hora de manejarme con el inglés en mil sitios: las clases, pedir la comida…”. A pesar de todo, el alero madrileño completó su formación tanto académica como deportiva en Estados Unidos (San Jacinto Junior College y Washington State) entre 1994 y 1997. Más tarde, ya consagrado en el Barça, jugó cuatro años en Italia (2007-2011).
Primero, disputó la Eurocup en Treviso. Luego, la Euroliga en Roma, donde mejor se sintió en el país de la bota. “Tengo muy buenos recuerdos de esa etapa. La ciudad es magnífica. El primer año teníamos un equipo bastante bueno y, 20 años después, jugamos la final liguera contra Siena”. ¿El mejor momento? “La Euroliga nos hizo un homenaje cuando jugamos contra el Barça, porque en el equipo también había otros jugadores que habían estado allí: Fucka, Bodiroga, Ukic, Lorbek estaría más tarde…”.
Tras un año en la Benetton y dos y medio en la Lottomatica, de la Fuente llegó a Teramo. “La primera vez que no jugué competición europea fue allí. Conocía a un entrenador de la época de Treviso y fue algo diferente. El último año fue un poco extraño jugar sólo un partido por semana”, reconoce. Aunque lo que más echó de menos de España fue la comida, siempre disfrutó de uno de sus platos preferidos, la pasta, en la tierra por antonomasia para degustarla.
“Sales de la zona de confort, aprecias cosas, ves otras maneras de trabajar… Siempre hay que mirar la parte positiva. En mi caso, poder estudiar y jugar en Estados Unidos; poder aprender otro idioma y continuar jugando la Euroliga y compitiendo en Italia”, resume sobre su estancia lejos de casa.
Jorge Garbajosa, un chófer ruso y #LaFamilia canadiense
El primer equipo foráneo que acogió al hoy presidente de la Federación Española de Baloncesto (FEB) fue uno común a varios de los miembros de nuestro cinco inicial: la Benetton de Treviso (2000-2004). El miedo a lo desconocido, acentuado por la juventud, desapareció enseguida. “Fue un sitio perfecto para vivir una primera experiencia fuera. Tanto la ciudad (pequeña, de 80.000 habitantes, muy volcada con el deporte) como el club, hiperprofesional en ambición y estructura pero de trato muy familiar, me hicieron adaptarme de una manera estupenda”, relata.
“Allí gané mi primera liga. Se venía de una época de dominio absoluto de los dos equipos de Bolonia y ganamos en casa de la Fortitudo. Hubo invasión de campo. También recuerdo que veíamos de extranjis la televisión española y los partidos de la ACB (coincidió con Ismael Santos y Marcelo Nicola)”. Más tarde, ya casi con 28 años, la NBA, en los Toronto Raptors (2006-2008).
“Volví a tener suerte. Había escuchado muchas historias acerca de las jerarquías y cosas que pasan en un vestuario NBA. No sé si es habitual o no, pero me encontré uno del que conseguimos hacer casi una familia: Chris Bosh, Darrick Martin, Anthony Parker, Juan Dixon, Nesterovic, Calderón, Bargnani, Slokar, Delfino… La ciudad era extraordinaria para vivir, aunque hace un poquito de frío”, asevera el ala-pívot madrileño sobre su etapa en la mejor liga del mundo.
Además, también hubo buen sabor de boca deportivo. “El primer año quedamos campeones de la División Atlántico, algo que no se había conseguido nunca, y el equipo volvió a los playoffs después de la época de Vince Carter. Fue una experiencia inmejorable: coincidir con Calde, jugar contra Pau (Gasol), Juan Carlos (Navarro) y todos los que estábamos allí...”. La única mancha, la famosa lesión de 2007: “Tengo el timeline de Twitter lleno, porque la que ha tenido Gordon Hayward ha sido parecida a la mía. La he visto y me ha recordado un momento muy difícil en mi carrera y en mi vida”.
Más tarde, Rusia y el Khimki (2008-2009). “El proyecto me gustaba mucho. Ese año se fichó a jugadores como Milt Palacio, Moiso, Lampe, Delfino… Era un club nuevo, con un potencial económico muy importante y una ambición incluso por encima de este. Jugamos todas las finales posibles y las perdimos todas, pero fue un año de crecimiento para el club”, dice Garbajosa al volver sobre aquella temporada.
Eso sí, también asegura que “Rusia no es el país más fácil del mundo para un español”. Y lo argumenta. “Tiene un gran inconveniente muy por encima del frío: el tráfico. Es absolutamente una locura, te hace prácticamente inviable poder acceder a la capital. Sergio (Rodríguez) está en Moscú centro y yo vivía en lo que aquí sería Torrejón de Ardoz, Getafe o Alcorcón. Ibas algún día allí a cenar con los compañeros después del partido y poco más”.
Otra complicación: los viajes. “En España, el más largo puede ser, por ejemplo, de Málaga a Santiago, Bilbao o Barcelona. Recuerdo mi primer desplazamiento allí. Cuando pregunté '¿Dónde vamos?' y respondieron que a Vladivostok, dije '¿Y eso dónde está?': nueve horas de avión y siete de cambio horario. Cuesta adaptarse”. Y si encima te pasa lo que a Garbajosa en una ocasión… “Me tocó un chófer en Moscú que no hablaba inglés. Le tenía que enseñar en el teléfono la hora a la que me tenía que recoger, no había manera de ponernos de acuerdo”.
Aun así, el líder de la FEB augura un buen porvenir a Sergio Rodríguez en la madre patria rusa: “Me dice que el CSKA está muy profesionalizado, él tiene un bagaje en el extranjero y está acompañado por su familia. Eso te ayuda. Paciencia y a disfrutar de la experiencia”.
Alfonso Reyes, Jordan y la falta de luz
El actual presidente de la Asociación de Jugadores (ABP) jugó en el entonces potente Racing de París durante el curso 1997-1998. “Terminé contrato en Málaga. Estudiantes me hizo una oferta, pero no estaba ni mucho menos a la altura del mercado. Boza Maljkovic me llamó y quiso contar conmigo. Me apetecía conocer la ciudad y fui para allá”. Aun así, el ala-pívot cordobés nunca se libró de la morriña.
“Tenía muchas ganas de volver a España, lo echaba todo de menos: la comida, el contacto con la gente, mi familia... París es la ciudad más bonita del mundo, pero vivir allí es más complicado. Prefiero ir de visita. No entiendo muy bien por qué la llaman la Ciudad de la Luz. Porque sería de las primeras ciudades con luz eléctrica. La natural, a partir de otoño… Anochece muy temprano. Eso me afectaba. Los parisinos tampoco son la alegría de la huerta. Hasta que no conocí a un grupo de estudiantes españoles, no me sentí realmente a gusto. Pasaba con ellos el tiempo libre y conservo amistad con la mayor parte”, se sincera Reyes.
Eso sí, nunca se le olvidará aquel Open McDonald's en el que su equipo se midió a los Chicago Bulls de, palabras mayores, Michael Jordan: “Ya se lo cuento a mis hijos. Es el ídolo de casi todos los que jugamos al baloncesto, fue emotivo y emocionante. Aparte, estuvimos a puntito de ganar”. Por lo demás, aquel equipo de tanto caché fracasó. “La liga no salió tan bien como esperábamos y nos eliminaron en los playoffs. Aun así, aprendí mucho de Maljkovic, de forma constante. Fue un reto físico y mental, era muy duro entrenando. Pero merecía la pena”, se resigna.
“Salir fuera es una experiencia recomendable, pero cada vez es más difícil para los españoles, porque las restricciones son más duras que aquí en cuanto a jugadores de formación”, señala Reyes, buen conocedor de la materia. ¿Qué lección sacó de su paso por Francia? “Aprecié todavía más la riqueza y belleza de España. No siempre sabemos hacerlo y parece que nos flagelamos por ser españoles”.
Iñaki de Miguel, un terremoto y 13 segundos
El pívot madrileño pasó nada menos que cuatro años (1999-2003) en un histórico de la canasta europea: el Olympiacos griego. “Estaba en un club como Estudiantes, en el que crecí y debuté como profesional. Ahí estaba mi familia. Me daba miedo dar ese paso a un gigante como Olympiacos, donde yo veía la plantilla con todo tipo de jugadores de todas las nacionalidades… Gracias al empuje de mi mujer, que fue más valiente que yo, tomamos la decisión”, nos cuenta.
“A nivel personal, mis dos primeras hijas nacieron en Grecia. A nivel deportivo, tampoco levantamos muchos títulos, sólo una Copa griega”, afirma Iñaki. El equipo jugó unas cuantas finales durante su estancia en El Pireo, pero se topó con un eterno rival que pasaba por el mejor momento de su historia: el Panathinaikos de, otra vez, Zeljko Obradovic.
“Es como cuando ciclistas como Chiappucci coincidían con Indurain: muy buenos, pero siempre eran los eternos segundones. A base de talonario, estaban venga a fichar jugadorazos. Les ganábamos puntualmente, pero a la larga nos quitaban todos los títulos”. Por mucho Dino Radja, David Rivers, Alphonso Ford o Nikos Ekonomou que estuviesen, junto a de Miguel, al otro lado de la pista.
La vida no distaba mucho de la que puede darse en cualquier ciudad española (“Podías salir a comer o tomar algo a las tres-cuatro, cenar tarde…”), pero dio para dos anécdotas magistrales. La primera, poco después de instalarse en Grecia. “A los 15 días de llegar, en septiembre del 99, hubo un terremoto grave en Atenas. Tuve una lluvia de llamadas y esa noche la pasamos en la calle por el miedo a las continuas réplicas del seísmo. Yo me dije 'Madre mía, dónde hemos venido. Si esto pasa nada más llegar, ¿qué nos espera aquí?'”, confiesa Iñaki.
La segunda aconteció en pleno partido contra el AEK Atenas en el célebre OAKA y ante 20.000 espectadores. “Quedaban pocos segundos para el final y una decisión arbitral provocó que todo el mundo saltara al campo y empezasen a llover todo tipo de objetos. Tuvimos que esperar cerca de dos horas en el vestuario para acabar el partido, hasta que se desalojó completamente el recinto. Cuando estuvo vacío, se jugaron los 13 segundos o así que quedaban”.
La receta del éxito en el extranjero es muy sencilla según de Miguel. “Para cualquier jugador que sale de su entorno y ciudad, no sólo hay que decir 'Vengo a hacer un trabajo, cobrar y marcharme'. Hay que saber dónde estás e integrarte. Eso te va a venir bien como jugador, lo agradecerán tus compañeros y el club y a la larga va a fomentar que esa relación sea más duradera. Pocos extranjeros han estado tanto tiempo como yo en Olympiacos”, sentencia.
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