Desde sus inicios, existe en el ciclismo una contradicción fundamental: cuantos más riesgos se asumen, disminuye proporcionalmente la seguridad. La ecuación es similar a la que se produce en los deportes de motor, donde casi cada año debemos lamentar alguna muerte. Es cierto que ni los primeros velocípedos ni las bicicletas modernas han sido capaces jamás de alcanzar las velocidades de la Fórmula 1 o MotoGP -superiores a los 300 kilómetros por hora-, pero también lo es que los accidentes letales han acompañado al pelotón desde siempre: hasta hace exactamente 14 años la UCI no impuso el uso del casco como obligatorio -fue el 2 de mayo de 2003 cuando, tras la trágica muerte del kazajo Andrei Kivilev, se decidió a dar el paso-, mientras que hace sólo unos días la carretera se llevaba otra vida, la del italiano Michele Scarponi.
Por ello, tanto los ciclistas como el público se han puesto en pie de guerra tras conocer la decisión del Giro de Italia de que los descensos sean puntuables dentro de una categoría inédita hasta la fecha y que contará con una dotación económica en premios de 10.000 euros: 5.000 para el ganador de la 'general' de las bajadas y otros 500 para el mejor bajador de cada uno de los 10 puertos en cuestión. La innovadora medida, auspiciada por Pirelli -uno de los patrocinadores de la ronda italiana-, viene a refrendar la idea de que persiste esa doble moral en el seno del ciclismo mundial. Por un lado, se introducen medidas para aumentar la seguridad de los corredores e, incluso, desde los organismos de Tráfico de los países se fomentan campañas de concienciación para con los ciclistas; por otro, se trata de forzar al corredor en pos del espectáculo. Incluso poniendo en riesgo su vida.
Las reglas son simples: el Giro cronometrará los descensos de diez puertos y otorgará de 1 a 8 puntos a los cinco ciclistas que lo hagan en menor tiempo; el ganador de la jornada se embolsará la prima adicional y el que sume más puntos en los diez tramos cronometrados se hará con el gran premio. El problema es que, aunque los ciclistas no alcancen las velocidades de los pilotos del mundo del motor, en los descensos sí llegan a viajar unos 100 kilómetros por hora. Una velocidad que, en caso de accidente, puede acabar con sus vidas.
Un riesgo que los propios ciclistas, cuando están luchando por algo, asumen para intentar cazar una victoria de etapa, un podio o una Gran Vuelta. Desde hace unos años, los hay que ni siquiera posan sus nalgas sobre el sillín y lo hacen sobre el cuadro de la bici para ganar en aerodinámica (con el consiguiente riesgo de caída). Es esa competitividad la que ha llevado a muchos, incluidas grandes estrellas, a pasar de tomarse los descensos de los puertos como un período para reponer fuerzas a una oportunidad extra de arañar unos segundos a sus rivales. Pero lo que plantea ahora la organización del Giro puede transformar esos riesgos que ya se asumen en auténticos actos temerarios.
Los descensos, historia negra del ciclismo
A la mente se viene inevitablemente Joseba Beloki, aquel extraordinario escalador de la ONCE que le disputó de tú a tú el Tour de 2003 a Lance Armstrong y que, tirando para desprenderse del estadounidense en pleno descenso, se fracturó la cabeza del fémur, el codo y la muñeca del brazo derecho en una caída terrible. O, más recientemente, los accidentes que sufrieron el pasado verano el italiano Vincenzo Nibali y la holandesa Annemiek van Vleuten, en el mismo bordillo, durante los descensos de las pruebas de ruta masculina y femenina de los Juegos de Río.
Más recientemente, muchos recordarán la caída de Nairo Quintana en la Vuelta 2014. El colombiano llegaba como líder a la décima etapa, una prueba cronometrada en la que no partía entre los favoritos. El ciclista del Movistar quiso apretar para no perder demasiado respecto a sus rivales y en un descenso chocó contra un quitamiedos. Por suerte, no sólo no se temió por su vida, sino que pudo acabar la etapa. Caídas que, además, pueden ser aún más peligrosas por culpa de la climatología: en un día de chaparrón, hasta el más cauto puede irse al suelo y, en ese momento, ningún incentivo debe ser lo suficientemente atractivo como para poner tu vida en juego.
Sorprende, además, que la primera vez que se ponga en práctica este sistema de premios sea en el Giro, considerando que en la última edición el líder de la carrera, Steven Kruijswijk, sufrió una caída en el descenso del col D'Agnello que acabó con sus opciones en la carrera y que pudo resultar trágico: luchando por mantener su 'maglia' rosa, el holandés apretó en un entorno nevado y en una zona prácticamente sin visibilidad. Se salió de la carretera y se dio de bruces contra la nieve.
Un accidente que recordó a la tragedia vivida en 2011 en el propio Giro, cuando el belga Wouter Weylandt murió tras una terrible caída durante el descenso del Passo del Bocco, en la tercera etapa de la ronda italiana. Una muerte que parece no pesar en la conciencia de los organizadores del Giro, que están dispuestos a que los ciclistas asuman aún más riesgos para hacer más atractiva la carrera. Y es que, desde la muerte del español Francisco Cepeda en el Tour de 1935, hay decenas de casos de caídas que acabaron en tragedia. Desde la de Emilio Martí en la Volta de 1951 o la del italiano Orfeo Ponsin al año siguiente -la primera víctima mortal de la historia del Giro-, hasta la de Juan Manuel Santiesteban en 1976, la de Emilio Ravasio en el Giro del 86 o la de Manuel Sanroma en la Volta del 99.
Cifras y nombres que sólo los memoriosos pueden recordar y que, tal vez, nos alejen de lo que realmente representa un descenso para un ciclista. Para lograrlo, sólo hay que ponerse por un instante en la mente de un mito como Gianni Bugno. Desde que sufriese una aparatosa caída en 1988, al ganador del Giro de Italia del 90 y dos Mundiales en ruta le daban tal pavor los descensos que decidió acudir al psicólogo durante un tiempo. Todo un campeón -con permiso de Indurain y de Rominger-, incapaz de afrontar con serenidad su trabajo; una fobia comparable con la que podría sentir un carnicero dando tajos a un filete, algo que le impediría llevar a cabo su oficio. Con el tiempo, Bugno terminaría superando su problema con los descensos gracias a una terapia de música clásica; mientras, si este hipotético carnicero fuese uno de los ciclistas que va a tomar la salida este viernes en el Giro 2017, lo que se le estaría pidiendo es que aguante el dedo bajo el cuchillo el máximo tiempo posible. Y a ver qué sucede.
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