Nairo Quintana tendrá este viernes, en la última etapa pirenaica, su última oportunidad de entrar en el podio del Tour de Francia. Lo tiene casi imposible. El colombiano marcha quinto en la general y necesita sacar un minuto a Froome y 43 segundos a Roglic para adelantarse. Algo más si no quiere que el tercer puesto se quede en un espejismo, ya que el sábado se disputará una contrarreloj en la que todos sus rivales son mejores que él.
Antes del comienzo de la carrera él confiaba en llegar a estas alturas de carrera luchando por el maillot amarillo. En ganarlo. Decía que podía, que se había preparado para ello, que había planificado toda su temporada para llegar a la Grande Boucle en la mejor forma posible. Y a pesar de todos sus esfuerzos... Él dice que le han lastrado los pinchazos y las altas temperaturas.
Hasta cierto punto es verdad (el primer día de competición perdió 1'15" por una avería en su bicicleta), pero todos los favoritos menos Geraint Thomas han sufrido las carreteras francesas. Richie Porte, incluso, tuvo que abandonar. Pero ganar el Tour es también sobrevivir, levantarse de las caídas, ser el mejor también en eso.
Hace cinco años Nairo Quintana corrió su primer Tour. Fue segundo; el mejor, con diferencia, de todos los jóvenes; el maillot de la montaña. Solo Chris Froome pudo con él. El colombiano aún tenía 23 años. Todos hablaban de ese corredor de futuro que marcaría una época en el ciclismo moderno. En 2014 renunció al Tour para ganar el Giro. En 2015 repitió la plata en Francia. En 2016 consiguió su segunda grande en la Vuelta a España y volvió a subirse al podio en Francia.
Fueron sus mejores años. El año pasado intentó encadenar Giro y Tour y, a partir de ahí, solo ha ido para abajo. Del esplendor de la juventud saltó a la debacle sin pasar por la madurez. "Se ha hecho mayor demasiado pronto", explicó al final de la competición francesa Eusebio Unzué, director deportivo de Movistar, que también arremetió contra el colombiano al decir que su carrera no solo no estaba progresando sino que iba en retroceso. Llegó a Francia agotado. Ni siquiera entró al top 10 de la clasificación general.
A Nairo le sobrepasaron las críticas. Le sentó mal que Unzué fichara a Mikel Landa y que no dejara claro quién iba a ser el líder del equipo, que a los dos les diera las mismas opciones. También le enfadó que en su pinchazo del primer día, Rojas no pudiera cambiarle su bicicleta o que Bennati y Amador reaccionaran demasiado tarde. Y se desesperó cuando en los Alpes vio que sus rivales le dejaban descolgado.
Sin embargo, en la primera etapa pirenaica con final en alto, en Col du Portet, se llevó la victoria. Un triunfo que sabe a poco cuando el objetivo es mucho más ambicioso. Una medalla de consolación, el antídoto a la depresión que atravesaba todo el equipo. "Necesitábamos esta victoria", contó en la línea de meta. "No nos conformamos, el objetivo es más ambicioso. Hay que seguir luchando. Aunque la general está difícil, puede pasar cualquier cosa".
Esa incógnita tiene nombre propio: 19ª etapa del Tour de Francia, Tourmalet, Aubisque. Doscientos kilómetros en los que tendrá que superar su última caída —un tobillo, un hombro, un dedo— y atacar desde lejos para volver a soñar con un podio que ya vislumbra demasiado lejos.
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