Por enésima vez Xavi Hernández volvió a insistir en la prédica a su parroquia, más particular de un aspirante a presidente o a entrenador del Barça que del perito que se disfraza: que el Real Madrid ganó las Champions gracias a la suerte. Este cronista había optado por no hacer aprecio a unas consideraciones que ofenden la objetividad de los hechos. Pero tantas veces las ha repetido en los últimos tiempos que comienzo a creer que se ha creído su propia perorata, tan absurda como pretender que el cielo nunca volverá a ser azul.
No hay duda de que el Madrid del último decenio fue un conjunto irregular en su excelencia. También en esto ha sido único en la Historia. No logró mantener su brillantez en todos los partidos, quizás, -o no-, porque tampoco fue su objetivo primordial. Pero no dejó ninguna duda de ser el mejor en el cuerpo a cuerpo fugaz, imbatible en el lance de la muerte súbita en el que se basan la Copa de Europa, las Ligas americanas profesionales, los Juegos Olímpicos y las Copas del Mundo de cualquier deporte.
Cada campeonato tiene su sistema y su esencia. La de La Liga es la regularidad. Requiere la constancia de una temporada en la que la responsabilidad se diluye en muchas oportunidades. Al contrario, las copas son a vida o muerte, la tensión alcanza su máximo nivel y los fallos son inapelables. Dos méritos diferentes e incomparables. Uno, exige ser el más regular; otro, ser el mejor cuando todos quieren serlo.
Y esta es la razón de ser de la Copa de Europa. Hacer virguerías en el alambre. Mostrar el equipo más competitivo, el que tiene el colmillo más afilado y el que no falla en la ocasión única porque las circunstancias no modifican su pulso. Tan difícil es esta suerte que son escasos los que no se arrugan y muy pocos los premiados. Uno puede perder muchas carreras, pero si consigue ser campeón olímpico ¡qué más da todo lo demás! La gloria es eterna y cualquier deportista daría todo lo que tiene por ella.
Pretender hacernos creer que conseguirlo de manera tan continuada consiste en convocar la fortuna es un desatino mayúsculo, un intento fallido de juzgarnos como personal de escasas luces. Cualquier deportista, de la enjundia que sea, sabe que quedar campeón de su barrio es difícil. Y cualquier deportista sabría reconocer la casta de los campeones, de los equipos convocados por la historia en el que llega a tres finales consecutivas y, además, las gana afrontando y superando circunstancias adversas y diversas.
Se podría pensar que usted no es un deportista o que es un mentecato que no sabe distinguir la miel de la hiel. Aunque da la impresión de que lo suyo es peor: interpreta el papel de un propagandista de baja estofa adscrito a la causa de los culés fanáticos, de los que denigran las conquistas del Real Madrid por esa miserable forma de pensar que consiste en creer que sus méritos son mayores por negar la grandeza irrefutable del rival. No se dan cuenta de que se denigran a sí mismos.