Esta podría ser la crónica de dos equipos. Al fin y al cabo, eso es lo habitual. Sin embargo, no lo será. Los protagonistas, este miércoles, son los dos entrenadores. Por un lado, Ancelotti, triunfador, una vez más, en una noche de Champions League; y por otro lado, Wenger, de nuevo a punto de ser eliminado en octavos de final. Esas son las dos historias que deja una noche que se explica por sí sola mirando el marcador del Allianz Arena: una contundente goleada del Bayern de Múnich que vuelve a hundir al Arsenal, algo que ya no sorprende. Y esa es la pena del entrenador francés [Narración y estadísticas: 5-1].
Toca hablar primero de los ganadores, escritores naturales de la historia. Es decir, corresponde buscar a Ancelotti. El italiano, al que han apodado en sus primeros meses en Baviera como el “minimalista” -por aquello de que su equipo sólo gana por la mínima-, ha dado un golpe encima de la mesa en su competición, en la Champions League. En su territorio (tiene tres Copas de Europa, dos con el Milan y otra con el Madrid) sacó la mejor versión de su equipo. De nuevo, la apisonadora de Múnich regresó sin avisar y con la contundencia de siempre.
Y al otro lado, Wenger. Sí, el entrenador de los ‘invencibles’ -aquel equipo que no perdió ningún partido en la Premier League-, el descubridor de Fábregas, Bellerín o Henry. Sí, el mismo que acabó con el boring, boring Arsenal, pero que va camino de caer eliminado en los octavos de final de la Champions League por séptima vez en los últimos siete años (en dos de ellas -y posiblemente en ésta- contra el Bayern). Un fracaso en toda regla se mire por donde se mire. Año tras año su equipo es favorito a todo y propone buen juego. Y año tras año se cae decepcionado a todos. ¿Hasta cuándo? Esa, a estas alturas -y desde hace algunas temporadas-, es la pregunta que sigue sin encontrar respuesta.
Estas son las dos caras de un partido que deja los rostros de siempre. El primero de ellos, Robben, que con sus huesos de cristal y sus lesiones, sigue siendo decisivo. Ante el Arsenal, recuperando su gol de siempre, ese que patentó en Holanda y ha exportado durante la última década por todo el continente. De nuevo, controlando cerca de la cal, perfilándose hacia dentro y colocando la pelota a la escuadra. Un latigazo que sólo dañó a Wenger un poco, porque la paliza vendría después.
El Arsenal, todavía vivo, pudo recortar. Alexis marcó tras coger el rechace de un penalti y metió a los ‘gunners’ en el partido. Pero ahí acabó todo. Terminó la primera mitad y el equipo de Wenger se vino abajo poco a poco, aplastado por un Bayern perfecto en las formas y también en la ejecución. Sobre todo, con un Lewandowski estelar: marcó el segundo de cabeza y le dio el tercero a Thiago con un detalle técnico, un taconazo impecable, de esos que sólo son capaces de hacer los gigantes.
El partido lo remataría Thiago con un disparo desde lejos y lo redondearía Müller, que no estaba del todo fino, pero que apareció desde el banquillo y volvió a ver puerta. Ellos infringieron la pena. En realidad, los mismos de siempre. Wenger ya los conoce. Pero da igual. Año tras año cae. Propone lo mismo y se encuentra el resultado al que ya tiene acostumbrados a sus aficionados. Un nuevo fracaso. El último de un entrenador que, esta temporada sí, debería dejar el equipo. Salvo que quiera que lo despidan. No parece que le quede otra.
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