La historia más reciente del Real Madrid no sería igual sin Sergio Ramos. Nunca antes un defensor ha tenido una trascendencia tan alta en un equipo. El andaluz tiene un aura que hace al Madrid vivir siempre en el éxito. Ramos, para que ustedes lo entiendan, es el Madrid. Para bien y para mal. Es el ser humano en su máxima expresión. Tan criticado por acciones tontas en muchas ocasiones, siempre acaba apareciendo para salvar a su equipo. Así fue en Nápoles. [Narración y estadísticas: Nápoles 1-3 Real Madrid].
Sergio Ramos es ese hijo que a menudo vive al límite, da algún que otro disgusto al padre, en este caso Zidane, pero le tienes que perdonar siempre porque cuando más lo necesitas, ahí está. No le puedes castigar porque te asegura ese plus de excelencia y de brillantez. Es el jugador más determinante del Madrid, por encima del mismísimo Cristiano. ¿Qué sería del Madrid sin el gol de Ramos en Lisboa? ¿Qué sería del Madrid sin el gol de Ramos en Milán? ¿Qué sería del Madrid sin el gol de Ramos en el Camp Nou? ¿Qué sería del Madrid sin el gol de Ramos en la Supercopa de Europa?
Y podríamos estar preguntando unos cuantos partidos más. Esos son los más decisivos, los que dan títulos, los que cambian la historia. Y este viene porque la magia del camero no acaba nunca. En Nápoles otra vez el capitán fue el salvador de un Madrid que se ahogaba en San Paolo. El 1-2 final lleva a engaño. Ni mucho menos se paseó el Madrid por Nápoles. Al contrario, sufrió y mucho en una primera parte malísima de los de Zidane, totalmente superados por el ímpetu de los italianos, que se creyeron que la remontada era posible.
Y hasta el Madrid tuvo momentos de mucho miedo. Se acongojó ante la fuerza napolitana, que salió con unas ganas que, otra vez más, pillaron en bragas a los blancos (de negro en Nápoles). El asedio italiano fue total: ocasiones cada tres/cuatro minutos que contrarrestaban con una defensa del Madrid raquítica, lenta y sin ritmo. Mertens, que fue un taladro por su banda toda la primera parte, marcó en el minuto 24 en la jugada que mejor definió el partido en su primer tiempo: la defensa del Real Madrid dormida y sin tensión.
Supo sobrevivir el Madrid a eso, más por fallos del rival que por méritos suyo, y aguantó al descanso con el 1-0, bastante insuficiente para lo visto. Tras el descanso, Zidane no cambió nada, pero le volvió a salir cara la jugada. Un saque de esquina de Kroos lo cabeceó de forma imperiosa Ramos y un solo hombre fue capaz de callar al caliente San Paolo. Cinco minutos después se repitió la jugada, aunque oficialmente la UEFA se lo dio a Mertens en propia puerta. Kroos y Ramos. Ramos y Kroos. La conexión de tantas otras veces, otra vez infalible.
En el último minuto marcó Morata, que mandó callar a San Paolo (pasado juventino del delantero del Madrid), pero ya estaba todo el pescado vendido. El Madrid se había clasificado para cuartos, aunque había dejado minutos de mucho miedo. Y ese es el problema para el futuro. Los de Zidane, si se analiza en frío el partido, no dio el nivel de los grandes de Europa. Pero con eso le valió para eliminar al Nápoles. Otra cosa será en cuartos o en unas hipotéticas semifinales. Pero dejen al madridismo que disfrute. De Ramos sobre todo.
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