No es difícil imaginarse a Vardy preguntándole a sus compañeros tras el partido: ¿de dónde ha salido esta gente? ¿Cómo se puede defender tan bien? ¿Es posible que esos tíos hayan llegado a todos y cada uno de los balones? Pues sí, Jamie. Eso es el Atlético: sacrificio, trabajo y fe. Y eso lo padece siempre su rival. Cualquiera de los 25 equipos -contando a los ingleses- que se han enfrentado a los colchoneros en este 2017. Todos ellos han probado la medicina del Cholo, esa creencia de que el mundo está para comérselo partido a partido. Esta vez, sin estridencias, con un gol de Griezmann y un buen resultado de cara a la vuelta, aunque no definitivo. Quizás insuficiente para lo que se vio en el campo, sí, pero válido [narración y estadísticas: 1-0].



Ese es el final, al principio, antes de empezar, en la previa, había una pregunta por dilucidar: ¿quién llevaría el peso del partido? Al fin y al cabo, ambos equipos están acostumbrados a esperar y salir. Y la duda se resolvió en los primeros minutos: la pelota sería para el Atlético. Ellos fueron los que propusieron, mandaron y dominaron durante la primera mitad. Incluso, los que crearon las ocasiones más claras. Desde lejos, sí, pero qué más da. Griezmann y Carrasco amagaron con sendos disparos e inocularon el virus del miedo en los ingleses. Sin sufrir en defensa, compactos en el centro del campo y metiendo a su rival en su campo. ¿Y el Leicester? Hizo lo que sabe. Es decir, buscar a Vardy con balones largos. Así ganó la Premier, así llegó a cuartos de final de Champions y así lo intentó en el Calderón.



Ocurre que los ingleses, agazapados durante un buen tiempo, decidieron explorar terreno enemigo. Y, por un momento, le entró el nerviosismo al respetable. “¡No son cojos estos tíos!”, gritó algún aficionado. Y llevaba razón. Sin embargo, una concatenación de acontecimientos cambió todo en apenas un minuto. El Bayern marcó en Múnich, el estadio cantó gol -casi como si lo hubiera hecho el Atlético- y posteriormente vio a Griezmann arrancar desde el centro del campo, llegar a territorio enemigo y caer cerca del área. ¿Penalti? Eso pareció desde el palomar del Calderón. Sin embargo, la repetición reveló que Albrighton lo derribó fuera del área. Da igual. El Principito colocó la pelota y convirtió la pena máxima.



Hizo el Atlético lo que debía en la primera parte y actuó en consecuencia en la segunda. Cedió el dominio a los ingleses y se metió en su campo. Y tampoco le fue mal. Hasta en dos ocasiones, los rojiblancos llegaron de forma clara al área del Leicester. Y Torres, incluso, estuvo a punto de aumentar la ventaja, pero se resbaló delante de Schmeichel justo cuando iba a tirar. De nuevo, daba igual. La solidez defensiva del Atlético era capaz de amargarle la noche a cualquiera. Y, obviamente, también al Leicester, que tiró sin encontrar puerta, buscó a Vardy sin suerte y se desesperó a medida que el reloj fue ajustando sus agujas hasta el pitido final.



Pero antes de que el árbitro pitara, el Atlético tuvo varias. La mayoría de ellas, con Thomas de protagonista, que entró en la segunda mitad y ayudó a su equipo a salir de la cueva con fluidez. Incluso, en los últimos minutos, a controlar la pelota y volver a encerrar al Leicester en su campo. Pero a pesar de las intentonas, el equipo de Simeone no consiguió aumentar la distancia. Viajará a Leicester con una victoria mínima y sin haber encajado gol, los dos objetivos prioritarios de la noche. Y ya está. Para qué pensar en otra cosa. Al fin y al cabo, sólo queda hacer lo propio en la vuelta y dejar, de nuevo, a Vardy preguntándose de dónde han salido estos tíos.

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