Para lograr entender al cien por cien la pasión de un deporte llamado fútbol, hace falta haber pisado América Latina. Y luego Argentina, y después Santa Fe, y más tarde, Rosario. Pero al que no haya estado al menos cerca se lo cuenta en cinemascope Roberto Fontanarrosa. “La ciudad era una caldera. Prendías un fósforo y volaba todo a la mierda. No se hablaba de otra cosa”. Este domingo, hay clásico rosarino entre Rosario Central y Newell's Old Boys.
Y no todos los clásicos del fútbol mundial se ganan el derecho a protagonizar un cuento. No todos llegan a ese nivel por muchos millones de euros que haya sobre el césped. “Yo sé que ahora hay muchos que dicen que fuimos unos hijos de puta por lo que le hicimos al viejo Casale”, escribió Fontanarrosa, enfermizo hincha de Central, “pero ahora es fácil decirlo, ahora es fácil. Había que estar esos días en Rosario para entender el fato, mi viejo, [...] ahora habla cualquiera”.
Los colores de Central –local este domingo en su estadio, el Gigante del Arroyito– han sido protegidos a lo largo de su historia por inolvidables iconos como Mario Alberto Kempes, César Luis Menotti, Edgardo Bauza, Kily González, Juan Antonio Pizzi, y, cómo no, el Fideo Ángel Di María. Por su banquillo han pasado Basile y los propios Bauza y Menotti.
A lo largo de más de un siglo de historia, la camiseta de Newell's ha sido defendida por grandes del fútbol como Jorge Valdano, Gabriel Batistuta, el Tata Martino, Mauricio Pochettino, Eduardo Berizzo, y, por supuesto, Diego Armando Maradona –fugazmente– y, en categorías inferiores, Leo Messi. Marcelo Bielsa es el entrenador que les guió a sus mayores éxitos.
Con toda esta materia prima, no se exagera si se sentencia que la historia del fútbol argentino se escribe desde una ciudad 300 kilómetros al noroeste de Buenos Aires, hacia el interior, que ya ha superado los 900.000 habitantes. Y se escribe desde el ardiente clásico rosarino. Se han jugado infinidad de partidos de máxima rivalidad entre los dos estandartes futbolísticos de la ciudad desde sus orígenes –1889, Central; 1903, Newell's–.
Uno de ellos, el del 19 de diciembre de 1971, como ya hemos visto, acabó formando parte de la más glamurosa literatura argentina. Eso sí, el más importante, el que marcó el rumbo de dos formas de ver la vida y les ató para siempre a sus apodos, fue un amistoso en los años 20 que estaba programado, pero nunca llegó a disputarse.
Durante las primeras décadas del siglo XX, el Patronato de Enfermos de Lepra de Rosario, instalado en el Hospital Carrasco –uno de los más renombrados de la ciudad– organizaba periódicamente actividades para recaudar fondos que ayudaran a sus pacientes y a sus investigaciones. La enfermedad estaba muy extendida en la región por aquel entonces. Entre fiestas solidarias y almuerzos vecinales, se les ocurrió convocar para un partido benéfico a los dos grandes equipos de la ciudad, cuando el fútbol comenzaba a convertirse en toda una fiebre en el país.
La rivalidad entre ambas instituciones ya quemaba en esos años, aunque parezca mentira. Quemaba tanto que el día señalado sólo se presentó al partido el Newell's Old Boys. Rosario Central se escabulló de la cita. Era la chispa que faltaba. Desde Newell's estallaron llamando a sus contrincantes “Canallas”, y desde Central les respondieron etiquetándoles de “Leprosos”. Y hasta hoy.
Entre los libros de historia, de pronto surge la actualidad del nuevo desafío, y en los bares se eternizan los enganchones. El encontronazo llega en la séptima jornada de este recién inventado modelo argentino de liga de 30 equipos, con calendario europeo. Newell's está en mejor momento, en tercera posición empatado con San Lorenzo y tan sólo a dos puntos del líder, Estudiantes de la Plata. Son los tres equipos que aún se mantienen invictos. Rosario ya ha caído derrotado en dos ocasiones esta temporada –por Estudiantes, en la última jornada, y por Vélez–.
Central, además de llegar al clásico con más urgencias, arrastra importantes ausencias: Giovani Lo Celso, sancionado, y Javier Pinola, lesionado. Ambos fueron clave en la espectacular campaña realizada por la escuadra canalla la temporada pasada. Lo Celso, de hecho, vive sus últimos meses con el equipo, ya que su explosión el curso pasado le ha llevado a fichar por el París Saint-Germain –está cedido en Central hasta final de año–. Aun así, Eduardo Coudet dispondrá de una delantera con suficiente dinamita: Marco Ruben y Teo Gutiérrez.
En la plantilla de los antiguos alumnos de Isaac Newell –el profesor inglés del Colegio Anglicano, germen del club–, destacan los años de fútbol de Maxi Rodríguez y la potencia del peruano Luis Advíncula. Sin embargo, “La Lepra” anda pendiente del estado de forma de su goleador, Ignacio Scocco, duda hasta última hora para su técnico, Diego Osella, quien esta semana resumió el ambiente ante la prensa: “El clásico no lo disfruto, es una responsabilidad. Son 90 minutos de furia”.
El goleador Marco Ruben se ha despachado también con unas declaraciones en las que le pasa toda la presión a Newell's, porque van más arriba en la clasificación. Y eso vuelve a dirigirnos al cuento de Fontanarrosa: el miedo, el terror. “El cagazo hermano, te lleva a hacer cualquier cosa”, contaba el autor rosarino. “Porque si llegábamos a perder, nos teníamos que ir de la ciudad. Nos teníamos que refugiar en el extranjero. No podíamos volver nunca más acá. Íbamos a parecer esos refugiados camboyanos. Acá no se iba a poder vivir nunca más con la cargada de los leprosos”.
El 19 de diciembre de 1971 es, sin duda, una excusa perfecta para comenzar a buscar piso y mudarte a Rosario. La historia de una pandilla de hinchas y el viejo Casale, y la insuperable relación de las medidas que, de vez en cuando, uno se ve obligado a tomar por su equipo del alma. Y es que el alma siempre manda. Di María, sin ir más lejos, ya ha declarado públicamente que él va a volver a jugar algún día el clásico rosarino. Y ha retado a Messi –que en varias ocasiones ha manifestado su intención de jugar algún día el campeonato argentino en su equipo de formación–.
Desde el gobierno municipal, como cada año, se pide paz, se ruega prudencia, civismo. Se tomaron fotos esta semana en un encuentro cordial con un representante de cada bando. Lo hicieron la temporada pasada. Y la anterior. Piden que se rebaje la tensión. Claro, es fácil decirlo. “Hay partidos que no se pueden perder”, prosigue el cuento. “Hay que recurrir a cualquier cosa, como cuando tienes algún pariente enfermo”.