Cuando a Jürgen Klopp le preguntaron este lunes por el espíritu de equipo que ha permitido al Liverpool volver a pelear por la Premier, no titubeó lo más mínimo: "No es lo mismo, pero es muy parecido al que teníamos en el Dortmund". Al técnico alemán le gusta presumir de esa parcela del fútbol que escapa al control de tácticos y analistas, esa mística que apela a lo más profundo del ser humano y que es capaz de convertir a un equipo en pleno proceso de reestructuración en doble campeón de la Bundesliga y finalista de la Champions League.
Aunque las comparaciones siempre son odiosas, este Liverpool se asemeja -más de lo que concede Klopp- a aquel Borussia que deslumbró en Alemania y Europa a principios de década. No es cuestión de nombres -no hay ningún jugador de aquel vestuario que esté ahora en Anfield-, pero sí de estilos: como ya ocurriera en el equipo renano, la línea de mediapuntas es la clave de este equipo, que edifica un fútbol vertiginoso a partir del mediocampo mientras que trata de mimar el balón en la salida.
Por suerte, el 'feeling' también ayuda. Acostumbrado al contacto físico, Klopp da palmaditas en la espalda, abraza e incluso besa a sus jugadores cuando lo requiere el momento. Sabe que, más allá del plano táctico, el fútbol se cimenta en lo cohesionado que esté un equipo. Y en ese concepto de familia que no llega a nombrar, pero que pulula en cada una de sus frases.
"Tenemos una atmósfera tan buena por todas las personas que trabajan aquí. Tuvimos nuestra fiesta de Navidad la semana pasada y fue realmente agradable. Fue muy distinta a la del año pasado, porque ahora nos concoemos todos. Cuando llevaba tres meses [en el Liverpool] seguía sin tener ni idea de ciertos miembros del cuerpo técnico. Es algo completamente distinto al año pasado", reconocía Klopp antes de medirse al Stoke.
El Liverpool más 'alemán' y menos español
Pero, a pesar de que no ha querido traerse de Dortmund a ninguno de sus antiguos pupilos, lo cierto es que Klopp ha llevado un cambio de imagen tan silencioso como profundo durante el último año en Anfield. La temporada pasada, cuando en octubre sustituyó a Brendan Rodgers en el banquillo 'red', el técnico alemán heredó una plantilla tan talentosa como deprimida: sin Steven Gerrard portando el brazalete de capitán tras casi dos décadas haciéndolo, el Liverpool disputaba competición europea de milagro -llegaría a la final que perdió ante el Sevilla en junio- a pesar de haber estado a punto de ganar la Premier apenas año y medio atrás.
En la temporada 2015-16, el segundo país del que procedían la mayoría de los jugadores -el primero es Inglaterra- era España, con cuatro futbolistas: Alberto Moreno, José Enrique, Sergi Canos y Pedro Chirivella. Uno de los últimos vestigios de la era de Rafa Benítez (2004-2010) y del sistema de captación de jóvenes promesas que 'españolizó' al club.
Ahora el panorama es bien distinto. Sólo Alberto Moreno y Chirivella permanecen en el club y el número de jugadores procedentes de la Bundesliga se ha disparado: nada menos que cinco. A Emre Can -único alemán del Liverpool el año pasado- le acompañan su compatriota Loris Karius (meta que llegó en verano procedente del Mainz 05), el veterano Andreas Manninger (del Augsburgo), el central Joel Matip (del Schalke 04) y el estonio Ragnar Klavan (del Augsburgo).
Y pocas novedades más. Porque, al margen del sonado fichaje de Wijnaldum procedente de Newcastle, el resto de incorporaciones son jugadores cedidos que han vuelto al club, como Marko Grujic, o que han ascendido desde las categorías inferiores, como Cameron Brannagan. Una plantilla que mezcla lo mejor de la casa con jugadores de 'clase media' de la Bundesliga y que, para Klopp, es la fórmula de un éxito que trasgrede lo deportivo: "Seguro que estaré en contacto con los jugadores cuando mi etapa en el Liverpool termine, porque son grandes tipos. Es lo más importante de todo"
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