La memoria, ese ente selectivo capaz de modificar recuerdos, acostumbra a engañar en función de sus intereses. A veces, por lo que sea, revierte falsedades, cambia paradigmas y percibe mentiras como si fuesen verdades. La realidad, ay, la realidad, tan subjetiva, tan distinta, tan compleja, tan cambiante. Vive en la reminiscencia y se modula con el tiempo. Hace que palabras que no fueron, como aquellas de Ilsa en Casablanca (“tócala otra vez, Sam”), permanezcan inmutables como si hubieran sido pronunciadas. Ella, en realidad, dijo: “Tócala una vez” y “tócala, Sam”. Da igual. El reloj ha querido encumbrar el deseo de creer por encima de cualquier otra cosa.



Sólo así se puede entender la belleza de la vejez, el encumbrar las canas en el recuerdo pop de la gomina de otra década. Es la única explicación de ese fenómeno tan futbolístico que representa Iniesta, un jugador recuperado por la querencia culé ante las marañas del porvenir. Basta que a sus 33 años, después de confabular con los delineantes de pases y con aquel silencio ruidoso de Johannesburgo, conduzca la pelota, oteé el horizonte o, simplemente, luzca el brazalete. Su figura, magnánima entre el aplauso de España, acuna la leyenda de ese fútbol de toque que sometió al Bernabéu no hace tanto.



Iniesta, con sus achaques, como reconoció Valverde, “está más cerca de la retirada que de otra cosa”. Esa es la realidad. El aficionado, en cambio, quiere creer que es mentira. No quiere escuchar el réquiem de sus últimos días. Sueña con disfrutar de él a ratos. O quizás con un regreso en plenitud a días. O con lo que sea. Al culé le importa poco que esta temporada sólo haya jugado un partido completo (ante el Málaga). Simplemente, espera su comparecencia sobre el campo para ser engañado. Para negar que a veces no le llega el físico, o no hace un gran partido, o no es tan determinante como antes, o da sus últimos pasos, o acumula lesiones entre los que esgrimen sus piernas frescas como revulsivo de un nuevo tiempo.



Su estatura futbolística, sin embargo, “impone” a pesar de los años. Su mirada, aquella que refleja goles de una vida –como aquel de Stamford Bridge–, seduce todavía a la pelota. Bien lo sabe el Bernabéu, donde ha dado una asistencia y ha marcado dos goles. El último, un disparo de esos que amanecen delicados para irse a la cama con veneno. Así es él, un tipo de parsimonia y garrotazo, un jugador que somete el cuero para conducirlo entre líneas con certeza y fe, un futbolista único que se mueve al ritmo del vals y juega con música clásica. El mismo al que Valverde le prometió minutos. Quizás no muchos, pero sí importantes. Y este sábado los tendrá en el Bernabéu; y allí, de nuevo, alguien le dirá: “Tócala otra vez, Iniesta”. ¿O quizás no era así? Maldita memoria. 

Noticias relacionadas