Punto a favor de Río de Janeiro: Copacabana en primera línea deportiva mundial, como le corresponde a su leyenda. Pocas competiciones han tenido y tendrán el honor de ser disputadas en un rincón del planeta tan indescriptible. En una punta, el camino de los pescadores de Leme y la vista del Pan de Azúcar; en la otra, el Fuerte Militar, y entre medias, los adoquines de las olas del mar y más de cuatro kilómetros de tenderetes, canchas repletas, bares con música en vivo y arena, mucha arena.
Desde el primer momento de la carrera olímpica por los Juegos de 2016, en el proyecto brasileño sobresalió la exótica importancia otorgada a la playa más famosa del mundo, y el reconocimiento a su romántica relación con el deporte a lo largo de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI. También se homenajeaba al bullicio permanente que arranca desde allí y se propaga por la aleatoria orografía de una ciudad que se ha ido de las manos.
Allí mismo son capaces de inventarse deportes, como sucedió con el futvoley y el frescobol (la versión premium de “jugar a las palas”, con una decena de categorías y reglamentos propios). Allí mismo también fueron capaces de elevar al estrellato al voley playa, que ahora regresa con los aros olímpicos. Allí se surfea, se monta en bicicleta, se patina, se corre y toda la flor y nata de la ciudad pasea su esqueleto, trabajado o no, celebrando cualquier mañana soleada.
De repente, el destino es honesto con la playa y con el barrio, colocándolos como uno de los hervideros de los Juegos Olímpicos. Sus dominios acogerán las competiciones de voley playa, natación en aguas abiertas, ciclismo en ruta y triatlón. También alguna prueba de atletismo y triatlón de los Juegos Paralímpicos. La zona, además, después de décadas de fiestas de año nuevo, carnavales, manifestaciones y fan zones está preparada para lo que la echen.
Del voley playa al futvoley
Lo de acoger el torneo olímpico de voley playa estaba cantado, claro. No en vano, fue en Río de Janeiro donde se organizó el primer torneo oficial, aunque ya se practicaba en unos cuantos recovecos lejanos en Uruguay, Estados Unidos o Francia. Fue precisamente en los Estados Unidos donde, a mediados de los años ochenta, la gran Jackie Silva descubrió la disciplina que, de su mano (formando pareja con Sandra Pires), otorgaría a Brasil la primera medalla de oro femenina de su historial olímpico. Tras su larga experiencia internacional, Jackie reconoce que “Copacabana es el lugar donde el voley playa comenzó a crecer”. Palabra de una de las dominadoras globales de un deporte tan joven como bien posicionado actualmente.
También sacan pecho desde la Confederación Brasileña de Futvoley. Desde principios de los sesenta se viene jugando allí a un deporte extremadamente contagioso, y todo un vicio para jugadores profesionales. Ya en aquella época internacionales absolutos como Jairzinho (ex del Botafogo y Olympique de Marsella, entre otros), eran asiduos a las pachangas organizadas por el arquitecto y deportista total Otávio Sérgio de Morais, Tatá. La principal catapulta de este deporte, dicen.
La Confederación Brasileña de Futvoley cuenta hoy con 3.200 atletas federados. Practicantes en general sin ningún vínculo con federaciones se estiman en más de 10.000. Esto le convierte en el deporte que más crece en el mundo. La sede de la Federación Internacional, como no podía ser de otra manera, está en Brasil. Famosos jugadores brasileños han pasado por allí para dejarse la espalda en todo tipo de chilenas. A uno de los que más le picó el gusanillo fue a Djalminha, mito del Deportivo de La Coruña y del Flamengo, que incluso ha llegado a capitanear al combinado nacional en Campeonatos Mundiales de la especialidad.
Los 18 del fuerte
Si ese paseo de adoquines hablara también contaría historias de lucha social, revoluciones y pasiones. Por allí mismo, con la brisa en la cara, caminaba los llamados “dieciocho del fuerte”. Jóvenes militares, comandados por Siqueira Campos, sublevados en 1922 contra la vieja república oligárquica, el anticuado ejército y las leyes que explotaban a las clases más desfavorecidas. Comenzaron siendo 300 en la protesta y acabaron saliendo en busca segura de la muerte menos de veinte. Agarraron la bandera brasileña que ondeaba en la fortificación, la trocearon, se repartieron cada uno un pedacito, y atravesaron la puerta para acabar en los libros de historia.
Este ritmo, también deportivo, de Copacabana contagia a todos los barrios, porque Copacabana, en general, siempre es trending topic. Por eso escribió el poeta Carlos Drummond de Andrade, inmortalizado en un banco de la Avenida Atlântica: “En el mar estaba escrita una ciudad”. Sí, esa ciudad que se nos fue de las manos a todos. Donde, prosigue el poeta mineiro y carioca de adopción, “toda melancolía se disipó con el sol, con la sangre, con las voces de protesta”.
Va a ser difícil que al público no se le pare el reloj con la espuma del Atlántico golpeando Río. Y es justo que el deporte duerma en Copacabana durante diecisiete días. Uno siempre quiere estar donde mejor le cuidan.