Cuando Yulia Efimova terminó el primer largo de la piscina olímpica de Río, en lo último que podía pensar era en las lágrimas que le esperaban en los siguientes 50 metros. Yulia braceó como pocas veces debió hacerlo. No tenía otra. Su mala salida la condenaba a remontar ante Lillia King y Catherine Meili, las dos estadounidenses que buscaban otro doblete para su país. De reojo, podía ver a la china Jinglin Shi desbocada, en busca de la medalla.
Tras un esfuerzo sobrehumano, Efimova logró imponerse a Meili por tan sólo 19 centésimas. Inalcanzable, King se había impuesto a las dos por más de medio segundo y estableciendo un nuevo récord olímpico. Yulia rompió a llorar, visiblemente emocionada el resultado e ignorando los silbidos y abucheos del público, habituales cuando un deportista ruso entra en escena en estos Juegos.
La entrega de medallas en los 100 braza cerró la velada en la piscina de Río. Entre los pocos que aguantaron se encontraba un grupo de fans rusos que aplaudieron y jalearon a su compatriota cuando se subió al podio. Tras compartir encuadre con las estadounidenses ante los fotógrafos durante unos instantes, Efimova se quedó completamente sola.
Dos años atrás, la rusa había sido sancionada con 16 meses por dopaje. Le encontraron Cellucor CLK en la sangre. Y, aunque, alegó que desconocía su procedencia, acató la sanción. Al regresar a la competición, presentó meldonium en otro control sanguíneo. El problema es que la AMA aún no lo había tipificado como sustancia prohibida. El recelo y la sospecha, incluso entre las demás nadadoras, recayeron sobre Efimova, que no supo hasta el día de la inauguración de los Juegos que podría competir en Río.
El lunes, apartada de las americanas, que celebraban el oro y el bronce, la rusa se refugió en el rinconcito patrio que suponía el pequeño grupo de fans rusos de la grada. Estrechó sus manos y aceptó una bandera de su país, con la que se protegió el cuerpo. Incluso en las piscinas olímpicas, el frío cala los huesos cuando están vacías.