La semifinal olímpica entre Rafa Nadal y Juan Martín Del Potro alcanzó cotas de angustia propias de una final de la Copa Davis. Brasil no jugaba, pero prohijó al español por dos motivos: su inmenso prestigio y el odio al vecino del sur, multiplicado desde que hace dos años, en los días previos a la final del Mundial de fútbol, 80.000 argentinos invadiesen Río en la resaca del 1-7 contra Alemania y se pasaran tres días cantando aquello de “Brasil, decime que se siente al tener en casa a tu papá”.
La creatividad de la afición argentina volvió a lucir en las gradas de la pista central, agitadas por un duelo acústico a la altura del partido. Ambas rivalidades crecieron con el paso del tiempo, hasta explotar en la infartante media hora final. (El décimo juego del tercer set, cuando Nadal igualó 5-5 con un ‘break’ en blanco, merece volver a verse por Youtube). Juan Martín Del Potro, agotado, empezaba a asimilar su tremenda gesta: “Cuando fui a sacar con 5-4 lo único que pensaba era en meter los primeros saques… Fue lo que hice y lo perdí en cero. Eso marca lo grandioso que es Rafa, que nunca se entrega. Después con la gente se me puso muy complicado, sabía que no podía hacer ningún gesto para no avivar ese fuego que estaba prendido. Creo que fui inteligente en eso y recién ahora estoy entendiendo que gané una medalla”.
Como si Brasil fuese Madrid
La pista central del torneo de tenis estuvo volcada con Rafa desde el minuto uno. Había niños con camisetas de España de la mano de padres con camisetas de su equipo de fútbol brasileño. “Nádal, Nádal” (con acento en la primera ‘a’), coreaban los aficionados cariocas, clara mayoría en el graderío. Los argentinos no pararon de cantar durante toda la tarde, pero los brasileños salían permanentemente a taparles con una cortina de abucheos. Fue un partido muy difícil para el juez de silla: “Esto es un partido de tenis. Por favor, sean justos y respeten a ambos jugadores”, se vio obligado a decir ya en el primer set. Su ruego fue en vano, y en el ‘tie-break’ los saques fueron casi todos retrasados por silbidos del público.
Nadal, caballeroso, no quiso repetir sus críticas a la organización y sus horarios tras la derrota, pese a que le colocaron un partido matinal tras jugar dos encuentros en la tarde del viernes. “Ahora mismo da igual, no es el momento de hablar de cansancio u horarios ni de nada de eso... He hecho todo lo que he podido, he dado todo lo que llevaba dentro. Me he dejado hasta la última gota de energía que tenía para intentar dar otra medalla a mí y a España”, dijo en zona mixta.
“Lo merecíamos los dos”
El astro balear, eso sí, sentía el aguijón de una derrota que pocos anticipaban tras llevarse la primera manga. “Esto es deporte y a veces gana uno y otro… He perdido por diferencia de dos puntos en el ‘tie-break’; lo gana él porque tiene que ganar uno y perder otro, a veces los partidos se deciden por pequeños detalles y no hay que darle más vueltas. Se puede decir que es merecido o no merecido. Queda muy bien decir que el otro se lo merece, pero al final lo merecíamos los dos. Ha ganado él y hay que felicitarle. No tengo nada que reprocharme, he tenido un nivel muy alto contra uno de los mejores jugadores del mundo”.
El partido venía sazonado por tensiones previas entre ambos tenistas, cuya relación se enfangó hace ya ocho años en la copa Davis (“vamos a sacarle los calzones del orto a Nadal”, dijo ‘Delpo’ en las horas previas al duelo entre España-Argentina). Ambos tuvieron muchas precauciones para no cruzarse de camino a su silla en los descansos. Fue una semifinal extraordinariamente tensa para una competición olímpica de tenis.
Los cañonazos de 'Delpo'
Tras el 7-5 de Nadal en el primer set, los brasileños rugieron. Del Potro parecía exhausto, pero sacó el látigo de su derecha y empezó a clavar ‘aces’ en una gestión inteligente de su disminuida capacidad física. Nadal empezó a verse exigido, pero mantenía la guardia y se animaba constantemente, espoleado por el público, ante un ‘Delpo’ silencioso y prudente que economizaba energías salvo para sacar su ‘drive’ demoledor. Miró a la grada con más argentinos con el puño cerrado tras ganar la segunda manga, pero después volvió a su circunspección, entre lánguida y despistada, alargando los intervalos entre bola y bola para recuperar el fuelle.
Su victoria, que le asegura al menos la plata, es un triunfo memorable ante un Nadal que soñaba con el oro desde hace mucho. El argentino se tiró al suelo con los brazos abiertos, después se dio un breve y protocolario abrazo con el español. Nadal salió de la pista ovacionado y escuchando su apellido mientras Del Potro saludaba de rodillas. Se estaba acordando, dijo después, de su familia “y de la gente que hizo que no abandonase este deporte, a pesar de todas las dificultades”. A diferencia de Nadal, él no imaginaba disputar la final por el oro olímpico. “Más cuando vi que me tocaba en el sorteo Djokovic”, admitió con una sonrisa. “Estaba pensando más en comerme un asado en Tandil que en ganar una medalla, y bueno, ahora me voy a comer el asado pero con la medalla colgada”.