Muchas veces, los gigantes son inabordables. Con su simple presencia, congelan el alma a cualquiera que se les ponga enfrente. Nublan el pensamiento e impiden poner en práctica lo rutinario. Para acabar con ellos, hay que tirar de lo imprevisible. También de la fantasía y, cómo no, de un coraje imperecedero. Una cualidad que España puso en práctica durante la totalidad de la semifinal contra Estados Unidos, por mucho que la victoria siempre fuese una entelequia y la lucha por el bronce (el domingo a las 16:30 contra Australia) se acercase poco a poco durante el encuentro. Se creyó en el sueño, en la gesta, hasta el final, por mucho que la realidad acabase golpeando con crudeza a los chicos de Scariolo. Si Tina Turner hubiese protagonizado el hilo musical del Carioca Arena brasileño, la elección no habría podido ser más certera: los yankees son, simplemente, los mejores. [Narración y estadísticas: 76-82].
Y, aunque la selección estadounidense de este verano no es, ni mucho menos, la más idónea o deseada, sigue estando uno o varios escalones por encima del resto del universo baloncestístico. Así lo ratifica su poderío físico, que desquició a España durante los 40 minutos del encuentro. La capacidad reboteadora (53 capturas por 41 españolas) y taponadora (6-1) de los hombres de Coach K es tan abrumadora que incluso resulta inabordable. Por no hablar de un juego por encima del aro que no tiene parangón en cualquier otro equipo nacional.
Si a esto se le añade el hecho de contar con algunos de los mejores jugadores del mundo en sus respectivas posiciones, como Klay Thompson (22 puntos), Kevin Durant (14) o Kyrie Irving (13), se confirma que la empresa de ganar a USA era realmente difícil. Y, aun así, España se quedó, una vez más, muy cerca de sobreponerse a tantos frentes comprometidos.
La selección nunca llegó a liderar el marcador, pero sí a infringir respeto, e incluso puede que miedo, a los norteamericanos. A pesar de la diferencia abismal en la pintura, la defensa y el acierto exterior llegaron a hacer creíble la gesta en algunos momentos. Pau Gasol (23 puntos) y Sergio Rodríguez (11) se encargaron de dejar bien claro que España no es el primero de los mortales por casualidad en esto de la canasta.
Estados Unidos no llegó a superar los diez puntos de diferencia hasta el último cuarto de la semifinal. Antes, mandó por nueve, por seis e incluso por únicamente tres puntos. De hecho, hasta sufrió el castigo de las faltas personales en una primera parte con demasiado protagonismo arbitral. Resultó inaudito ver señaladas tantas técnicas, a uno y a otro lado de la cancha. Los grandes damnificados estadounidenses fueron Durant (tres faltas) y DeMarcus Cousins (eliminado en la segunda parte). Por el lado español, fue Mirotic quien más sufrió el castigo del silbato.
La raza del montenegrino, otro jugador empecinado en demostrar por qué a este grupo se le conoce con el apelativo de 'ÑBA', animó unos últimos minutos de partido ya más tranquilos para los norteamericanos. La exhibición triplista de Klay Thompson (17 puntos al descanso, 22 al final) ya les había allanado el camino, pero los mates de DeAndre Jordan y el muro defensivo que tanto aportó a la hora de la verdad consumaron el triunfo.
A pesar de todo, España no dejó de creer hasta el bocinazo. Para la honra quedó la bandeja del Chacho en la última posesión (e incluso el 'hachazo' a Jordan en otra penetración). También los triples de Gasol o sus palmeos incesantes. Y cómo olvidar los mates de Rudy Fernández y Willy Hernangómez, las 'bombas' de Navarro o la brega constante de Felipe Reyes bajo el aro. Incluso Claver dejó cierto poso en el duelo gracias a alguna que otra buena acción defensiva.
Todo en vano. O no. Porque, por terceros Juegos Olímpicos consecutivos, España ha mirado de tú a tú a la selección más potente del mundo. Le ha plantado cara, le ha hecho poner en práctica su mejor baloncesto y, sobre todo, le ha confirmado su humanidad. De ahí el nuevo éxito de la mejor generación del baloncesto español. Porque, con sinceridad, el bronce será un premio lo suficientemente goloso en la despedida olímpica de algunos de nuestros mejores hombres. Aquellos que, por enésimo año, nos han hecho disfrutar y sufrir a las duras y a las maduras, en la victoria y en la derrota, en la pista y fuera de ella. Con unos buenos recuerdos que, por descontado, nunca se borrarán de nuestra memoria. Por muchos gigantes que intenten desvanecerlos.