Envuelto en las peculiaridades del siglo XXI, el deporte vive instalado en una permanente eventualidad, afincado en conjeturas sobre lo que vendrá y lo que pudo ser y no fue. Ni siquiera los hechos devuelven a la realidad a técnicos, directivos y aficionados, pues siempre hay Neymares en el punto de mira, alguien en vías de ser traspasado y el VAR que todo lo contamina. Bien es cierto que hacía tiempo que no se escuchaba a un director deportivo lanzar la amenaza de retirar a su equipo en pleno partido. ¿Alguien da más? No tardaremos.
De vez en cuando, un bombazo de realidad sacude el escenario de las hipótesis, como cuando a un señor que caminaba entre vacas le toca en suerte torear miuras. Los que tiene en su vestuario y los que tendrá en frente, pues a Setién se le va a exigir lo que no ha podido hacer Valverde, sacar frutos de la cantera y, en última instancia, la Liga de Campeones. Después de tantos meses de calibrar a los sucesores en el banquillo del Barcelona, de que el club buscara a su particular Zidane, de que ¡hasta se comparase la trayectoria de Xavi y del francés como jugadores!, no deja de ser cómico que la sorpresa fuera tan grande que el mayor sorprendido fue el elegido.
Y el circo sigue girando. El instrumento contra el que los puretas del fútbol se manifestaban en contra porque fulminaría la polémica está agitando aún más sus aguas. Los "responsables" de los clubes, impenitentes, nos castigan cada semana a escuchar que si el VAR hubiera decidido esto o lo otro el resultado hubiera sido diferente, que habría girado el destino del partido o cualquier excusa de las de toda la vida. Cuando va a mi favor el VAR es la modernidad y me hago el sueco, y cuando va en contra, clamo contra la madre que lo parió.
Es cierto que algunas veces da la impresión de que la pantalla de los árbitros está sin descodificar y deciden lo contrario de lo que está viendo el resto del Universo. Aunque la nueva amenaza eventual que se yergue sobre la hierba de la LaLiga es inaceptable en esencia: la retirada de un equipo por la vía directa y en directo del directivo que baja de la grada. Una lamentable confusión de significados y de funciones por parte de Monchi.
Otros deportes llevan la eventualidad más lejos, pues viven sumergidos en ella gran parte de la temporada. El Real Madrid de baloncesto perdió la semana pasada tres partidos y dos rachas. Dos derrotas en la Euroliga, tras trece victorias consecutivas; y una en el WiZink Center, lo que no ocurría desde hacía nueve meses y medio. ¿Crisis? ¿Cabezas que ruedan? ¡Qué va! Salvo desastre, todo el mundo entiende que lo importante ocurre a final de temporada.
Mientras, hasta Antetokounmpo se queja de que los árbitros de la NBA dejan entrever que lo pertinente es hacer teatro, fingir con piscinazos al menor contacto. "Parece que quieren que juguemos flojo y engañando". Los mitos se nos vienen abajo.
Siempre nos quedará Carlos Sainz, que con cincuenta y siete primaveras sigue con el ímpetu competitivo intacto. En noviembre de 2018, cuando los Premios María de Villota reconocieron su interminable carrera profesional, este humilde cronista tuvo la oportunidad de cruzar unas palabras con el piloto perenne. Apenas mencioné la palabra Dakar, sus pupilas reflejaron el fulgor de un adolescente y la determinación de un titán que conoce su destino. Siempre nos quedará Carlos Sainz, elegante, incansable, educado, ejemplar. Un español del que sentirnos orgulloso.