“¿Le han dicho alguna vez si está loco? Muchas. Pero para mí lo que es una locura es estar sentado durante ocho horas delante de un ordenador”. Así se presenta Antonio de la Rosa, militante del riesgo, escultor de imposibles y aventurero sin límite. Eso es lo que lo define y lo que sigue oficiando desde su rutina de desafíos por cumplir. El último de ellos, concluido el pasado verano en dos tramos. Primero, recorriendo 750 kilómetros a lo largo de Alaska en la competición Iditarod Trail Invitation con su fat bike -una especie de bicicleta con ruedas muy gruesas, para entendernos-; y el segundo, otros 750 kilómetros recorriendo la Costa Oeste de Groenlandia en una tabla de paddle surf hinchable (surf de remo), el primero en hacerlo en el mundo en esta modalidad.
Su hazaña, más allá de ser primigenia, se suma a otras tantas que ha ido completando durante toda su vida. Antonio no es un cualquiera. Todo lo contrario, lleva años poniendo a prueba sus propios límites. Él, natural de Niscar (Valladolid, 1969), ha cruzado el océano Atlántico en solitario, ha ido desde la Sierra Norte de Madrid a Lisboa en paddle surf, ha recorrido las ocho Islas Canarias en piragua… Y lo que quieran. Tiene 47 años y mucho por hacer. No sabe lo que es estar parado ni lo quiere comprobar. “Esto viene desde pequeño. Le dijeron a mi madre que era un niño muy inquieto y me apuntó a hacer deporte. Había días en los que llegaba a hacer piragüismo, rugby y natación en 24 horas”, confiesa en conversación con EL ESPAÑOL.
Nacido en Niscar, su aventura, por así decirlo, comenzó en Valladolid. Allí llegó con 10 años e intensificó su rutina. Se apuntó al club de piragüismo que había en el Pisuerga y, desde entonces, no ha parado. Rema, rema y rema -o hace cualquier otra cosa-. Pero, eso sí, ha ido encontrando poco a poco su camino. Decía Tolkien que “no todos los que deambulan están perdidos”. Y él, a pesar de hacer natación y formar parte del equipo de rugby -jugó varios años en categorías inferiores-, sabía bien lo que quería hacer: algo tan simple como sentirse vivo.
Un aventurero, confiesa Antonio, “nace”. Pero, obviamente, también se descubre a sí mismo con los años. Y él lo fue haciendo poco a poco. Tanto es así, que entre 1982 y 1993 consiguió la victoria en 50 competiciones de piragüismo en embalses y descenso de ríos. Sin aspirar a ser olímpico: “Para eso hay que tener una serie de condiciones que yo no reúno”. Pero sumando kilómetros, imaginando nuevos retos en su cabeza y buscando nuevos desafíos. Incluso, en lo laboral, fundando su propia compañía, una empresa de turismo aventura que piensa ampliar próximamente. “En realidad, puedo vivir con lo que tengo y no lo hago por afán de dinero, pero siempre he sido muy competitivo y ambicioso -en el buen término de la palabra-”.
JUGARSE LA VIDA
Viaja, toma riesgos y pasa meses fuera de casa, pero Antonio no se considera un bicho raro. “Tengo familia, novia, amigos… Soy relativamente normal”, bromea. Y lo es. O, al menos, lo aparenta en la charla que mantiene con EL ESPAÑOL. Como cualquiera, sentado en la mesa de un bar y tomando una cerveza a la hora del aperitivo. Pero, eso sí, ya formado como aventurero, con lo que eso conlleva: sobrevivir a imposibles o tener que buscar, en momentos de pánico, soluciones para salir adelante. “Kilian Jornet, también aventurero, decía que la vida, sobre todo, hay que conservarla, y disfrutarla. Pero hay un límite. Quizás, en determinados momentos, para disfrutar tienes que ir más allá, y si no vas, pues no disfrutas. No sé, es complicado saber dónde está el límite”.
La realidad es que Antonio también ha llegado a decir eso de "a ver si no salgo de ésta". Es algo natural, aunque, de momento, no lo ha frenado para seguir pensando en nuevos retos. Aunque, eso sí, en Groenlandia, confiesa, llegó a superarle esta expedición. “Sabía que no iba a llegar en el tiempo que me había propuesto”. Y, en el lago Baikal, en otro desafío, estuvo a punto de no volver a casa. “Allí sí que estuve cerca de la muerte. Fue casi sin que me diera cuenta. Me colé en una grieta y estuve casi dos minutos para emerger, con el agua helada y a 30 grados bajo cero. Suerte que tenía los bastones y pude salir. Entonces, con la adrenalina, no sabía que estaba en peligro, pero después pasan unas horas y piensas: ‘Un minuto más y hubiera muerto”.
UNA EXPEDICIÓN: 30.000 EUROS
Sus desafíos son tan idílicos como recónditos, pero, en un país como España, donde el fútbol lo tapa y lo constriñe todo, buscar financiación es un imposible. Antonio lo sabe bien. Su última aventura, la que lo ha hecho pasar por Alaska y Groenlandia, ha terminado antes de tiempo por temas de financiación. “La idea era llegar al Polo Sur, pero poner un pie allí cuesta 50.000 euros”. Demasiado dinero para alguien a quien le va bien su empresa, pero que tiene que ‘mendigar’ en muchas ocasiones para que alguien le apoye en sus desafíos. “A veces, si veo que voy a tener muchos problemas, ahorro y me lo pago yo todo”.
Aun así, esta última aventura la ha podido pagar con ayuda. Lo primero, porque es embajador de turismo activo y naturaleza de la Comunidad de Madrid. Y después, porque diferentes marcas le han financiado la ropa, la bicicleta, la tabla de paddle surf y todos los materiales. En total, pasar por Alaska y Groenlandia le ha costado cerca de 30.000 euros. Es decir, demasiado dinero para cualquier ciudadano de a pie. Un hobby caro y peligroso que, de momento, no aparta a Antonio de su camino. “Algún día haré algo grande”, reconoce. Y a buen seguro que así será. Al fin y al cabo, como decía Nelson Mandela: “Siempre parece imposible… hasta que se hace”.