Hubo muchas crónicas de oro, de lírica, de versos y de realidades. Hubo éxitos, copas en exceso y resacas tan interminables como justificadas. Hubo derroche. Sí, lo hubo. El país, al fin y al cabo, brillaba, era fértil y crecía en disciplinas hasta entonces anónimas. Añadía, casi sin querer, deportes a su guía televisiva. “¡Hay que pedir pizzas!, esta noche podemos ganar algo”, se oía en las casas y los vecindarios. Pero aquello acabó. Sí, acabó. Hay que asumirlo. Es pasado. Ahora sólo quedan los sueños de volver algún día a ser lo que fuimos. “Sí, lo haremos”. “Sí, pasará”. Así lo gritan desde todas las federaciones. Y por qué no lo van a hacer. Quién no quiere ganar. Es legítimo y lógico. Sin embargo, habrá que acostumbrarse a luchar, a meterse unas veces entre los mejores y a quedar fuera en otras. Lo normal, ¡vaya! Y a no protestar. A dar las gracias por aquello e intentar disfrutar dentro de lo posible del presente. Por ejemplo, de unos cuartos de un Mundial perdidos por tan solo un gol de diferencia contra Croacia [Narración y estadísticas: 29-30].
Cualquiera le puede pedir más a esta selección, pero sería injusto después de lo vivido pensar en negativo. Aun así, es inevitable. Y lo es porque España había estado desde 2011 en semifinales. Lo había hecho en Mundiales, con un oro incluido (España 2013), y en Europeos -en el último fue subcampeona-. Y, claro, ante esos éxitos, el bajón, a estas alturas, no parecía asumible. Los Hispanos, una vez más, apuntaban alto con un pleno de victorias en la primera fase (cinco de cinco) y un partido 'tonto' contra Brasil en los octavos (28-27). ¿Un partido tonto? Eso creyó todo el mundo: la prensa, los jugadores y el cuerpo técnico. Sin embargo, eso no fue sino el prolegómeno de lo que estaba por venir: nuevos fallos en el último encuentro de los hombres de Ribera en este Mundial.
Es una máxima reconocida y una frase manida, pero se repite constantemente: los grandes partidos se deciden por pequeños detalles. Nimiedades que pasan desapercibidas para cualquier aficionado, pero que, sin embargo, no lo hacen para los entrenadores, que esperaban un partido a cara de perro este martes en Montpellier y lo tuvieron en sus manos. No podía ser de otra forma para dos selecciones candidatas al título. Croacia, con su renovación, sus jóvenes y su ilusión; y España, con su 'garra', como subcampeona de Europa. Un cocktail que explotó desde el principio, con un ritmo endiablado, un Balaguer -la ‘Bala’ para sus amigos- marcando tres en el inicio y un Ángel Fernández, de estreno en este campeonato, estelar (6 de 7 en la primera mitad). Un buen síntoma, sí, pero carente de placidez. Porque al otro lado, emergió un tal Mamic. Sin dar tregua, al contraataque, en estático o como quisiera su entrenador. El croata se fue al descanso con ocho tantos en su cuenta particular y un resultado favorable para los suyos (15-17).
Y de aquellos polvos, estos lodos. La selección de Ribera podría haber cambiado la cara. Y, en parte, lo hizo. Pero no del todo. Dejó que Croacia, que sufrió dos exclusiones en la segunda mitad, sacara una buena renta de ambas. Y, sin embargo, España no hizo lo propio. De hecho, se sostuvo gracias a un gran Dujshebaev (cuatro tantos en la segunda mitad de cinco en total). Alex, por momentos, pareció su padre. Se echó el equipo a sus espaldas y marcó en momentos decisivos. Sin mirar atrás, siempre hacia delante. Pero su aportación no fue suficiente. Valero Rivera falló dos tiros claros (un siete metros y un tiro final para empatar). Y, así, Croacia se fue dejando ir hasta los últimos minutos. Y entonces llegó el momento de caer…
Último minuto. Marcan Horvat de un lado y Rivera de otro. España se queda a uno de diferencia (29-30) y con un minuto por delante. Toma la bola Croacia y agota los minutos (pide tiempo muerto) e intenta aguantar. Falla, y España tiene la posibilidad de marcar el empate. Pero entonces el balón quema. Mucho. Y finalmente es Aguingalde el que tira delante de varios defensores. Los Hispanos caen por un gol. Sólo uno. Muy cruel. El mismo que los aparta de las semifinales. El que deja constancia de la derrota de los pequeños detalles, esos que no importan a nadie, pero que condicionan el resultado. Los que pueden marcar el fin de una época dorada. Puede ser y lo parece. Esa es la sensación de un brillo en decadencia después de dos varapalos consecutivos: la no clasificación para los Juegos y esta derrota en cuartos de final del Mundial. Unos resultados que, para qué engañar a nadie, dan para pensar en lo peor. Al menos, este martes. Al fin y al cabo, hay momentos en los que el ser humano necesita de la depresión para poder salir después de ella airoso. Y éste, sin duda, es uno de esos momentos.
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