La relación de la comunidad gitana y el deporte en España es de complejidad poliédrica. Podemos encontrar a deportistas gitanos en la élite de las más diversas disciplinas, pero siempre con cuentagotas. No hay una única causa para este vacío, ni soluciones sencillas. Es toda una odisea.
En la actualidad, los estudios estiman una población gitana de 750.000 personas en España. La mitad de ellos en la zona sur del país, y otra buena parte en la Comunidad de Madrid. Los datos corresponden a un 1,6% de los habitantes –4,5% si nos situamos en el sur–. La discriminación hacia esta minoría, por supuesto, permanece en el mismo lugar donde estaba hace décadas. Los gitanos lo notan en el vecindario, en el acceso a puestos de trabajo y en los medios de comunicación.
Aún sorprenden iniciativas como el tradicional partido de fútbol entre policías y gitanos en el Día Internacional del Pueblo Gitano o en el Día Internacional Contra el Racismo. Aunque pueda parecer sacado de una película rancia de los años setenta, ayuda a romper algunos ladrillos más de la tapia que separa las dos realidades. Sin embargo, hay mucha tarea por delante, y en otras direcciones.
Sara Giménez es la Directora del Departamento de Igualdad y No Discriminación de la Fundación Secretariado Gitano. “En mi opinión, en la élite del deporte español no tenemos la representación que correspondería. Ni en la élite de otros muchos ámbitos profesionales.” Sara ha recibido en sus oficinas visitas de deportistas gitanos, de categorías inferiores sobre todo, denunciando casos de racismo vividos en entrenamientos o competiciones. Y no hacía falta que se lo dijera nadie, ella misma los ha presenciado en alguna ocasión.
“He sido testigo directamente de ejemplos que seguro se repiten por muchos campos”, comenta la directora. “Ante una patada de un jugador a otro, que es lo más normal cuando se juega al fútbol, recriminarle al jugador gitano diciendo que lo lleva en la sangre. Hay manifestaciones de ese tipo.”
Uno de los objetivos de la Fundación Secretariado Gitano es hacer un seguimiento de esta injusticia lo más seriamente posible. “Nos preocupan los prejuicios y estereotipos que todavía pesan sobre los gitanos. Desde aquí trabajamos para reducir la discriminación, los discursos de odio y los delitos de odio”. Y asegura, con carácter pedagógico: “El fútbol es un referente para nuestra nueva generación, y en muchas ocasiones lo que se transmiten son valores antideportivos y antidemocráticos, que generan enfrentamiento y poca cohesión. Los grandes clubes deberían desarrolla líneas de sensibilización en este tema”.
El jerezano Chano Vargas, de 29 años, es jugador del C.D. Burela Fútbol Sala e internacional absoluto con la Selección Española. “Empecé con el fútbol sala en los Salesianos de Jerez. Y desde entonces me he pasado toda la vida jugando. No fue fácil porque mi madre hacía mucho hincapié en que estudiara, y cuando me salía un poco del tiesto lo primero que me quitaba era el fútbol sala”.
Con Chano empezamos a ver claro algo que sospechábamos. Ellos no notan la discriminación, pero no pueden obviar lo que sucede unos metros más allá. “No he sentido discriminación en mi persona, pero sí que es cierto que en mi día a día he estado rodeado de ella”, asegura el jerezano. “A nivel de comentarios y a nivel preconcepto que esta sociedad tiene sobre los gitanos, que me parece que distorsiona la realidad. Sobre todo porque poca gente se ha preocupado de conocer realmente nuestra cultura y a nuestra gente”.
Chano reconoce que él no ha sufrido insultos, pero remarca: “Creo que mucha gente no sabe que soy gitano, aunque yo no lo escondo. Sobre todo lo saben mis compañeros y algún amigo de toda la vida que tengo la suerte de tener en la competición. No sé, quizá no tenga rasgos muy gitanos”.
Sebastián Vargas Damora, leonés de 25 años, es todo un campeón del mundo de un arte marcial muy poco extendido en España, el Muay Thai. Además, fue el primer gitano de León en lograr un título universitario (estudió Trabajo Social). Le preocupa el poco peso del pueblo gitano en el área deportiva española: “La verdad es que hay poca representación. Hay deportistas de élite que son gitanos pero no lo manifiestan abiertamente. Tampoco tienes que llevar un cartel. Poca gente sabe que Ibrahimovic es gitano. También Quaresma, por ejemplo”.
A los ejemplos de futbolistas citados por Vargas se podrían añadir varios de talla internacional como Andrea Pirlo o Gica Hagi, algunos con orígenes gitanos como Cristiano Ronaldo, Eric Cantona o Hristo Stoichkov; y otros cuantos de alto nivel en España: Quique Sánchez Flores, José Antonio Reyes, Jesús Navas, Dani Güiza, Arzu, Apoño y, por supuesto, el mismísimo Telmo Zarra. También los hermanos Amaya, Iván y Antonio.
Antonio Amaya (Madrid, 1983), con experiencia en la Premier Legue y en el Betis, continúa en activo como defensa central del Rayo Vallecano. “Mis amigos eran la mayoría gitanos, y de barrio humilde, y practicaban deporte”, recuerda el zaguero, esta temporada en Segunda División. “Jugábamos todos al fútbol. Incluso llegamos a jugar en un equipo que se llamaba Los Chunguitos y que había fundado mi padre. La mayoría de los jugadores éramos gitanos también. A mí alrededor siempre hubo deporte”.
Otros ejemplos de disciplinas deportivas con presencia gitana en España han sido el baloncesto –Sebastián de los Reyes Vargas (Lucentum Alicante), José Amador (Valencia Basket)–, la equitación –Rafael Soto, medalla de plata en Atenas 2004 en Doma Clásica–, y por supuesto la pelota mano.
Sebastián Vargas, el luchador, asume ese racismo intrínseco de la sociedad española: “Siempre escuchas comentarios pocos acertados. Hay personas con los ideales muy marcados y muchos prejuicios, pero esperemos que con el tiempo se vaya solucionando. Me suele pasar”. Y utiliza un encuentro reciente: “Hace unos días escuché una expresión un poco extraña, como que en cierta actividad participaban personas españolas y personas gitanas, como si no fuéramos españoles”.
En cuanto a ofensas y obstáculos hacia su persona, las vivencias de Antonio Amaya han sido poco agresivas: “Por donde yo me manejo alguna vez he recibido algún insulto, pero la verdad es que nunca he llegado a sentir rechazo. Al revés, se valora mucho que haya llegado a Primera División”.
Cuando se alcanza la fama y el éxito, por supuesto, casi no se siente el dolor de los prejuicios. Es difícil que el boxeador Samuel Carmona, por sacar a la luz otro ejemplo de éxito, lo note. En palabras de su entorno, él nunca ha sufrido discriminación en el deporte. La Federación Canaria de Boxeo siempre le ha apoyado, desde el primer día. Es uno de los boxeadores que más ayudas ha tenido. Ahora vive en Madrid, en la Residencia Blume. Obviamente, el racismo no aparece directamente contra personalidades asentadas como puede representar un atleta de élite. El racismo no va a arruinar la carrera olímpica de ningún deportista hoy en día. Mucha gente se ha encargado de luchar contra eso desde hace décadas. Pueden recibir insultos desalmados, por parte de rivales y de aficionados, pero es en los recovecos de la sociedad, en la trastienda, en el racismo cotidiano, el de toda la vida, donde la comunidad gitana encuentra las verdaderas dificultades.
Precisamente desde el mundo del boxeo llega uno de los proyectos más esperanzadores de los últimos tiempos en cuanto a promoción del deporte entre la comunidad gitana. E informa de ello el propio Vargas, campeón de Muay Thai. “En mi barrio de León hay un boxeador, Vicente Barrul, campeón de España, que ha montado un gimnasio en un centro cívico para los niños del barrio, mayoritariamente gitanos. Por lo menos así no estaban por las calles. Iban creando un hábito, y allí lo tenían mucho más accesible”. La iniciativa de Barrul ha sido visitada por el Alcalde de León, se llama Club Fuerte y Constante, y ya es toda una referencia.
"SE FOMENTA MÁS EL FLAMENCO"
Y hacen falta muchos más proyectos como el de Barrul porque, para seguir complicando el tema, tras hablar con Chano, Amaya y Vargas, deportistas de muy diferentes modalidades, edades y procedencias, llama la atención que coincidan en una clave que se antoja fundamental: en las familias gitanas se promueve poco la actividad deportiva. Las razones, ahí sí, varían dependiendo de las experiencias personales.
“En nuestra cultura y en nuestras familias se debería de fomentar más el deporte”, advierte Chano. “Como una salida más en la vida, por supuesto, como una manera de educar, porque me parece una de las mejores maneras de educar a los niños, a los gitanos y a los no gitanos. En ese sentido, no lo tenemos conceptuado como deberíamos tenerlo y me parece un error”.
Con Antonio Amaya confirmamos que existen otros valores que la familia gitana inculca a sus hijos normalmente antes del deporte. “El fomento del deporte en las familias gitanas podría ser mucho mejor. Se fomenta más el flamenco. Prefieren aprender a tocar la guitarra o cantar, algo más inmediato que el deporte”.
Y con Sebastián Vargas se nos abre una tercera vía, que en realidad vuelve al inicio y cierra el círculo: “En nuestras familias se debería fomentar más el deporte, lo que pasa es que dentro de nosotros tendemos a protegernos del exterior”, subraya el luchador. “Hay miedo a que nos puedan hacer daño. Nuestros padres han vivido situaciones duras y no quieren que esas situaciones las sufran sus hijos. Pero tenemos que superarlo para que los niños hagan deporte, porque trae salud y beneficios”.
DEPORTE AMATEUR
Lo mismo se opina desde lejos del deporte profesional, pero muy cerca del amor a la práctica deportiva amateur. A esta escala sobresale el ejemplo de José Carlos Borja, más conocido como Kelian Borja. Es atleta aficionado. Poco a poco ha ido aumentando distancias en sus trayectos y ya ha alcanzado la maratón.
Este burgalés de 37 años, diplomado en Educación Social, relató su experiencia personal en los canales oficiales de la Fundación Secretariado Gitano tras la Maratón de Madrid de 2015: “Llevo muchos años participando en pruebas populares y nunca me he encontrado a ningún gitano que participase”. Añadía, además, un deseo muy bien orientado: “Es una forma de romper estereotipos a través del deporte. Hacer ver que estamos presentes en todos los ámbitos de la sociedad”.
Habría que estudiar aparte, con mayor cuidado si cabe, la ausencia casi absoluta de la mujer gitana en el ámbito deportivo. Ellas se enfrentan a todo lo que se ha comentado con anterioridad y además a la lacra del machismo, la de dentro y la de fuera de su comunidad; dejándonos otra muestra de la complejidad poliédrica de esta cuestión.
Para concluir, Antonio Amaya remata con una queja recurrente: “Lo que cansa un poquito es que siempre se relacione a la comunidad gitana con la delincuencia y la droga”. Y pone en el punto de mira a los medios de comunicación. “Los programas de televisión sólo sacan lo peor, y eso sí que es importante. Sólo muestran lo peor de los gitanos. Es lo que vende”.
Analizando la jugada desde todos los ángulos, y las diferentes caras del dilema, seguramente la comunidad gitana española no esté viviendo el siglo XXI que esperaban vivir. Su odisea en el deporte sigue escasa de grandes referentes en los que apoyarse para conseguir un día a día normal y corriente: sin dudas, sin prejuicios y sin la necesidad de reportajes como este.