“Si no está roto, no lo arregles; pero si está roto, debes arreglarlo”. Antes de la medianoche en Melbourne, la frase de Rafael Nadal desnudó la clave de la victoria ante Milos Raonic en cuartos de final del Abierto de Australia. El mallorquín, que hace una semanas cayó con el número tres mundial en la misma ronda del torneo de Brisbane, tomó una decisión tan arriesgada como antinatural en su juego para abordar el pase a sus primeras semifinales de un Grand Slam desde Roland Garros 2014.
Nadal abandonó su zona de confort y se metió a restar los potentes servicios del canadiense encima de la línea, cuando en su último enfrentamiento había empezado con esa idea, que terminó desechando para irse siete metros atrás. Lógicamente, su atrevimiento encontró recompensa: Raonic vio cómo su oponente le obligaba a jugar un 70% de los puntos con su servicio, una cifra impensable para un jugador que vive de ese golpe, y acabó colapsado al no tener oxígeno con su saque.
“Lo que hecho es un signo de querer cambiar algo que no funcionó en el partido anterior que jugamos en Brisbane”, explicó el mallorquín, que dominaba aquel cruce por 6-4, 2-2 y 15-40 antes de terminar cayendo después de 15 minutos malísimos, entre el final del segundo set y el inicio del tercero. “En aquel partido, esa parte de mi juego estuvo rota”, añadió, apuntando a su capacidad para poner la pelota en juego sobre el saque de su contrario. “Desde tan atrás es que no tocaba la bola al resto por muchos momentos. Allí sentía que tenía que hacerlo así, pero evidentemente estaba equivocado”, reconoció. “Cuando estás más atrás, a veces parece que tienes más tiempo, pero para un sacador como él la pista se vuelve más grande y los ángulos son mucho mayores. Hoy he restado delante y ha salido bien. No hay que apuntarse medallas ni sacar pecho de nada cuando las cosas salen bien porque podría haber salido mal”.
Nadal desoyó en Brisbane lo que le decía Toni Nadal, su tío y entrenador. El mallorquín escuchó cómo el técnico le pedía desde el banquillo que se volviese a meter dentro de la pista para restar, pero no lo hizo porque tras intentarlo en un par de ocasiones recibió como respuesta de Raonic dos segundos saques que rozaron los 200 kilómetros por hora. Acorralado contra la valla, Nadal no pudo hacer mucho contra los cañonazos de su rival, que estuvo demasiado cómodo con esa situación. En Melbourne, sin embargo, el canadiense se encontró con un Nadal que se lanzó a cazar sus saques a manotazos, fiándose de su inspiración y dejando que sus reflejos hicieran lo demás. Y funcionó.
“Hablando con mis entrenadores, he tenido la decisión de cambiar las cosas”, reconoció el campeón de 14 grandes. “Y esto es un buen signo, porque he tenido la mente abierta y despierta para querer asumir cambios”, continuó el español, que ni si quiera se replegó cuando su rival tuvo punto de set al saque en el desempate de la segunda manga. “Eso quiere decir que estás preparado y determinado a hacer lo que haga falta. En general, he estado muy bien, sólido. La concentración y la actitud mental han sido muy buenas. He aceptado los momentos complicados sin poner ninguna mala cara y he luchado siempre pensando en el siguiente punto”, cerró el número nueve mundial, citado el próximo viernes con Grigor Dimitrov en el último desafío antes de regresar a una final de Grand Slam.
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