—Este es un resultado que va a dar la vuelta al mundo. ¿Piensas que tendrás colapsado el teléfono esta noche con llamadas y mensajes?
—No creo, porque son las cuatro de la madrugada en España y todo el mundo está durmiendo. Mañana los periódicos no tendrán la noticia, pero, sí, quizás esté en internet y también en el teletexto… Entonces, empezaré a recibir llamadas.
—¿Crees que podrías jugar a este nivel en un torneo de Grand Slam, en partidos que son al mejor de cinco sets?
—Solo he jugado en Wimbledon, y llegué a la tercera ronda, y en el Abierto de los Estados Unidos, cayendo en segunda. Después, en Australia perdí con Hewitt en tres sets. Necesito jugar en París, donde no he estado nunca. Y allí es diferente porque son pistas de tierra de batida, pero pienso que físicamente no soy un jugador tan limitado.
—¿Cómo describirías tu forma de jugar?
—Cuando juego bien soy un tenista muy agresivo, con una buena derecha y un gran espíritu de lucha en pista. Hoy rocé la perfección porque jugué metido en la pista, dominando los intercambios y presionándole para que no pudiera hacer su juego de siempre. Ah, una cosa que he olvidado comentar: he sacado fantásticamente. Probablemente, nunca haya sacado así en mi vida. Ahí estuvo la verdadera clave del partido.
—Todos parecen tener miedo de jugar contra él. Hoy no dio la sensación de que tú estuvieras muy atemorizado.
—Estaba preocupado porque él pudiera ganarme 6-1 y 6-1 o 6-1 y 6-2, pero tenía ganas de jugar este partido ante el número uno mundial. He salido a la pista con actitud positiva, no con lo actitud de intentar ganar un juego. Estoy realmente contento porque he jugado uno de los mejores partidos de mi carrera. Obviamente, Federer no jugó a su mejor nivel. Esa es la razón por la que he podido ganar. Si él hubiera encontrado su mejor tenis, yo no habría tenido ninguna opción.
81% de primeros servicios
El intercambio de preguntas y respuestas tiene lugar la noche del 28 de marzo de 2004 entre un grupo de periodistas asombrados y un jugador desconocido que acaba de presentarse al mundo. Apunten mi nombre, que van a tener que escribirlo muchas veces. A los 17 años, Rafael Nadal ha ganado 6-3 y 6-3 a Roger Federer en la tercera ronda del torneo de Miami. La sorpresa es mayúscula. El español, número 34 del mundo, no es nadie en el circuito (sin títulos y con un pequeño puñado de victorias). El suizo, número uno, ya ha celebrado sus dos primeros grandes (Wimbledon 2003 y Abierto de Australia 2004) y va camino de construir una carrera meteórica, histórica, de leyenda. ¿Qué ha ocurrido entonces para que Federer caiga de esa forma?
“He quedado impresionado con lo que he visto”, acierta a decir el suizo tras la derrota, que su contrario construye al saque (81% de primeros servicios y 79% de puntos ganados con ese golpe), mandando con una derecha explosiva que echa chispas y corriendo salvajemente de un lado a otro, para suplir con sudor la falta de experiencia en su primer cruce contra un número uno del mundo, el primero también frente a Federer.
Así, y sin intuirlo ni por un momento, el español le ganó al suizo la inauguración de una rivalidad (34 partidos) que acabaría cambiando la historia del deporte para siempre y que el próximo domingo escribirá en la final del Abierto de Australia un capítulo que pocos podían imaginar a estas alturas. Con la copa de campeón en juego, y más de una década después de la primera vez, Nadal y Federer se enfrentarán en otro cruce que inevitablemente tendrá consecuencias para ambos (uno se juega llegar a 15 grandes, el otro estirar el récord hasta los 18) y volverá a trascender más allá de la pista.
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