Cinco minutos después del inicio del partido, un seguidor de Dudi Sela tomó la decisión más sensata: descolgar una bandera de Israel que había plantado en la grada para apoyar al rival de Rafael Nadal en la segunda ronda del torneo de Miami. Con un tiempo de perros, desatado un vendaval tremendo sobre la pista, el aficionado se deshizo de algo que se había convertido en un obstáculo (agitándose permanentemente, enrollándose como un pergamino y golpeándole en la cara) y se sentó a ver cómo los dos rivales se enfrentaban al viento, que es el peor enemigo posible para cualquier tenista. Con las palmeras que asoman entre los asientos del estadio bamboleándose con furia, el mallorquín, venció 6-3 y 6-4 al número 83 del mundo y llegó a la tercera ronda, donde jugará con Philipp Kohlschreiber, vencedor 7-5, 3-6 y 7-6 de Taylor Fritz.
"Lo primero que hay que hacer en días así es aceptar los fallos, aceptar que las cosas son complicadas y que las condiciones son feas", explicó el número siete del mundo tras ganar a Sela. "Tienes que tener la intensidad adecuada de piernas y estar despierto mentalmente para la rectificación constante. Es un partido con poco para analizar, lo más positivo ha sido la victoria. Es para estar contento e irme de regreso al hotel con un triunfo. Mañana tengo otro día para entrenar y poder llegar listo a mi siguiente encuentro".
Acostumbrado a reinar en las peores condiciones, Nadal firmó un arranque seguro, sin hacer locuras en su debut en el segundo Masters 1000 de la temporada. A lo largo de su carrera, que el próximo domingo llegará a 1000 partidos (821 victorias y 178 derrotas) cuando busque los octavos de final, el mallorquín ha vivido mil situaciones como la del viernes en Miami, jugándose incluso títulos (Indian Wells 2009 contra Andy Murray, ganó el trofeo) con el vaporoso e incorpóreo contrario poniendo a prueba su residencia mental, porque al viento se le gana con inteligencia (ajustando los pasos para contrarrestar los regates de la bola, por ejemplo), pero también con la cabeza.
Sela, un jugador menudo (1,75m y 65kg) con el revés a una mano, lo pasó mucho peor que el español para enfrentarse a las caprichosas bocanadas del aire, culpables del abanico de extraños que hizo la pelota. El israelí, que pese a no tener ningún título en su currículo llegó a estar entre los 30 mejores del mundo (en 2009), se quedó paralizado por el viento y nunca pudo despertarse del todo, aunque en la segunda manga se atrevió a visitar la red alguna vez y se soltó desde atrás, relanzando sus aspiraciones en el partido (tuvo bola de break para 4-2) y soñando con conseguir algo gigante ante el campeón de 14 grandes.
Nadal se lo dejó muy claro: en cinco minutos había hecho desaparecer la opción de rotura de su contrario, le había arrebatado el saque y estaba celebrando un triunfo del que no podrá sacar muchas conclusiones cuando se siente a analizar lo sucedido, más allá de su constancia mental y de la velocidad a la que se desplazó para llegar siempre en la posición correcta a la cita con la pelota, imprevisible como consecuencia de los azotes del viento que sacudió Miami durante toda la mañana y al que volvió a imponerse una vez más.
"ME COSTABA MOVERME"
Antes de que Nadal debutase con victoria, Pablo Carreño frenó en seco después de alcanzar hace unos días las semifinales en Indian Wells. El español, que en Miami estrenó su mejor ranking (19 del mundo), llegó a mandar 6-1 y 3-1 a Federico Delbonis, pero se apagó y dejó escapar la victoria (6-1, 5-7 y 2-6) contra el argentino.
"He empezado jugando muy bien, pero luego el partido se ha igualado y quizás él estaba más fresco que yo, me costaba moverme y me notaba muy pesado", explicó Carreño. "Llevo cuatro torneos seguidos y la semana pasada me obligó a mantener una intensidad muy alta. Posiblemente no estaba acostumbrado a hacerlo semana tras semana. Si quiero ser un gran jugador me tengo que acostumbrar a hacer resultados seguidos en estos grandes torneos".
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