Tras salvar una de las dos pelotas que le habrían dejado con un 1-5 en el tercer set, Albert Ramos apretó el puño y se animó mirando a su banquillo con los ojos echando chispas. Sigo aquí, no me he ido ni me pienso ir, y me da igual si lo tengo todo en contra. Con la fe del que cree posible caminar por encima del agua desafiando a la lógica, el español recortó esa enorme desventaja (0-4 llegó a perder la manga decisiva) y superó 2-6, 6-2 y 7-5 a Andy Murray en los octavos de final del torneo de Montecarlo, su primera victoria contra un número uno del mundo. Este jueves, sin margen para celebrar nada, Ramos buscará ante Marin Cilic (6-0 y 7-6 al checo Berdych) una plaza en las semifinales del tercer Masters 1000 de la temporada.
"Lo más normal era perder el partido", aseguró el español tras el encuentro, con la tranquilidad que le caracteriza. "Sin embargo, hoy es uno de esos días en los que las cosas suceden de otra forma", prosiguió. "He luchado. Estaba 0-4 y pensaba que debía seguir jugando cada punto, pelear, darlo todo. Y sí, gané. No sé qué más decir", se despidió Ramos antes de marcharse a su hotel a preparar el duelo de cuartos de final.
“No he perdido muchos partidos como este en mi carrera”, le siguió Murray, que descartó que los problemas en el codo derecho que le obligaron a renunciar al torneo de Miami hubiesen influido en la derrota. “Estoy decepcionado conmigo mismo. He tenido suficientes oportunidades de ganar, he estado muy cerca”, cerró el británico, que en los próximos meses defiende un título (Roma) y dos finales (Madrid y Roland Garros) que podrían poner en juego su asiento en el trono de la clasificación mundial.
A los 29 años, y como muchos otros casos de explosión tardía, Ramos ha conseguido que el trabajo de mucho tiempo aparezca en forma de resultados, llevando su carrera a una nueva etapa y destapándose como un jugador con armas para poner en un aprieto a cualquiera. El español, que estos días compite con su mejor ránking de siempre (24 del mundo), ha ido dando pasos escalonados hasta llegar a su nivel actual, que como se vio en el cruce frente al campeón de tres grandes es lo suficientemente bueno para aspirar a cosas importantes, más si la pelea por ellas es en arcilla.
En 2015, cuando todavía necesitaba jugar la fase previa para estar en los cuadros finales de muchos torneos, ganó a Roger Federer en la segunda ronda del Masters 1000 de Shanghái, una presentación que sorprendió al gran público, sobre todo por la pista (cemento) en la que ocurrió. En 2016, Ramos llegó a cuartos en Roland Garros y tumbó a Fernando Verdasco para levantar su primer título en el circuito en la tierra batida de Bastad, siguiendo así con la trayectoria ascendente que llevaba. En 2017, y gracias a una regularidad cultivada en la gira sudamericana de albero (semifinales en Quito, cuartos en Buenos Aires, semifinales en Río de Janeiro o final en Sao Paulo), Ramos se ha consolidado entre los mejores.
Ante Murray, que terminó entregado a sus demonios (“¡Eres tonto! ¡No puedes jugar así! ¡No puedes!”, se recriminó el británico en mitad de la remontada de su contrario), Ramos se sobrepuso a los mil golpes que el partido le fue dando. Primero, fue capaz de levantarse tras ceder una primera manga mucho más disputada de lo que el marcador dijo (dos veces le arrebató el saque al británico). Después, empató el encuentro ganando un segundo set que dominó con la soltura del favorito, sin arrugarse pese a que Murray lo tenía todo a favor. Finalmente, en un tercer parcial perdido (0-4 y luego dos bolas para 1-5), Ramos creció para ganar un partido de los que dejan huella. El jueves, en cualquier caso, le espera lo más complicado: hacer bueno su enorme triunfo ante el número uno en el encuentro contra el croata Cilic, un rival al que perfectamente puede ganar.